El jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires toma vacaciones en Brasil. Tiene todo el derecho de hacerlo con su billetera. Alicia Kirchner pasea por París, tiene todo el derecho de hacerlo con su monedero. Bruera y Larreta ídem. Toda la clase dirigente nacional puede descansar donde quiera más allá de las fronteras nacionales, con sus abultados cueros y con sus plásticos personales. Si hay algo que no sobra son recursos para hacer turismo por todo el orbe con la plata del ABL, Anses, o del IVA de vecinos y ciudadanos argentinos. Pero ése no es el problema, es otro.
El 2 de abril es un feriado, pero no se festeja nada. Se recuerda el día del comienzo de la guerra de Malvinas, en la que murieron cientos de argentinos, entre oficiales y conscriptos. Cientos de vidas enviadas por un jerarca sanguinario en medio de la algarabía popular entre los cuales un alto porcentaje yace hace tres décadas en tumbas anónimas. Ese es el día elegido para que un par de políticos decida descansar de sus duros trajines en playas tropicales. Debe haber algún malentendido por el que candidatos a presidente de todos los argentinos crean que un 2 de abril es una buena ocasión para irse de picnic.
Dejemos de lado los muertos por haber sido arrasados por lluvias que muchos predecían. No es la primera vez que los responsables de la salud, la seguridad y la vida de sus representados se enteran por celular de un desastre no sólo climático. Recordemos dónde estaban los Kirchner durante y después de Cromañón… en casa.
Pero ya que se quiere hacer feriados largos, al menos que sean con cierta contrición de parte de quienes aspiran a estar en la cumbre de la ciudadanía. No se entiende que por tener un Papa nacional se cierren colegios a pesar de la separación entre Iglesia y Estado, y el día en que se recuerda un suceso triste de nuestra historia reciente que se cobró vidas sea una ocasión para un tiempo de esparcimiento.
Hay que haber estado en el cementerio de Darwin para darse cuenta de la soledad –nunca mejor nombre para la isla– de esas tumbas cuidadas por un lugareño que se ocupa de que no estén abandonadas del todo.
Mis editores me piden que escriba sobre Margaret Thatcher; creo que lo estoy haciendo. Entre ella y Galtieri hicieron posible a Alfonsín. Y desde ahí a todos los que nos han gobernado desde entonces. De no haber sido así, el destino de todos los argentinos habría sido otro. ¿Cuál? Nadie lo sabe, pero no el que fue; al menos no viviríamos en esta democracia, que por ahora es lo que hay.
Así que no todo es lluvia y muertos por las inundaciones. El desprecio por las vidas de los argentinos de hoy se suma al desprecio de la vida de los argentinos de ayer. Si algún cínico estima que estoy melodramatizando, creo que se equivoca, me parece que es al revés. Quienes melodramatizan son todos aquellos que otra vez se felicitan a sí mismos por ser parte de un pueblo generoso que dona frazadas, alimentos y colchones. Pueblo generoso que también los donaba hace tres décadas. Si tanta generosidad sirviera para algo, por lo menos para no llenar plazas de dictadores, o para dejar de regalar votos a quienes protegen a organizaciones políticas que se apropian con la falsa militancia de donaciones anónimas para paliar el abandono y la indiferencia oficial.
Adular como lo hizo la Presidenta a una supuesta juventud con camiseta partidaria y denigrar públicamente a un periodista que no hizo más que preguntar a un operador político sobre las razones de hacer proselitismo con la desgracia ajena constituyen una muestra de lo que hoy muchos entienden por compromiso social.
Si al menos sirviera para una pueblada exigiendo la renuncia del intendente de La Plata por mentir escabrosamente para salvar su propio pellejo ante un hecho de dolor extremo.
Nos quieren hacer creer que de repente, de un día para otro, la pampa húmeda y sus grandes ciudades son desde siempre zonas de desastre, de catástrofes ambientales y que son víctimas del cambio climático. Igual que Santiago, Tokio y las urbes edificadas sobre las fracturas y fallas geológicas del Pacífico proclives a terribles terremotos, comparables a la zona caribeña hasta la costa de Estados Unidos sujetas a los huracanes con nombres de señoritas, ahora, también nosotros, según lo dicen Mauricio Macri, Daniel Scioli y Cristina Fernández, estamos en el podio del próximo deshielo y el futuro polar.
No tendremos tsunamis, pero no queremos quedarnos atrás con nuestras nuevas cuatro carabelas: el Maldonado, el Gato, el Vega y el Medrano. Es increíble todo lo que hemos aprendido sobre arroyos entubados.
Quien aún soporta escuchar la radio, ver televisión o leer algunas columnas, puede enterarse de que, por ejemplo, este asunto de decenas de muertos por lluvias es algo normal, un fenómeno mundial que le dicen. Nos cuentan que el problema tiene más de un siglo desde que a un intendente llamado Crespo, el que le dio nombre a la Villa, se le ocurrió edificar casas cerca del Maldonado. He escuchado interesantes intercambios de ideas sobre un proyecto de desentubamiento para recrear paisajes bucólicos semejantes a los que se pueden apreciar en ciertos parajes del Rin y del Sena que quizás inspiren a muchos a descansar en familia en nuevas zonas ribereñas sin necesidad de viajar tanto.
Pero especialistas en ecología advierten que si se desentubaran los arroyos lo que saldrá no es precisamente un variado hilo de aguas cristalinas sino otras más bien densas debido al desagote de millones de personas que comen sesenta kilos de carne por año y expiden soruyos de grueso calibre.
Hay periodistas que nos advierten que este asunto de las inundaciones se sabe hace añares, y para corroborarlo recuerdan que el cineasta Fernando Birri filmó Los inundados en 1971. Así es que ya deberíamos estar acostumbrados a este fenómeno, al menos los que alguna vez fuimos al cine Núcleo.
El domingo a la noche, para distraerme un poco de la pléyade de programas que hablaban de lo que pasó en La Plata y la ciudad de Buenos Aires, para no seguir escuchando a dirigentes que hablan de solidaridad e infraestructura, cambié de canal y me detuve en El Trece, donde daban una hermosa película que reveo de tanto en tanto. Estaba con mi nieta que no la había visto. ¡Qué linda película es Titanic!, las escenas del hundimiento hasta el momento en que la nave se pone en posición vertical y se va a pique, impresionantes. El gerente de programación del canal advirtió que lo mejor para proponer a la teleplatea y lanzar el futuro programa de Lanata era aprovechar el momento en que todo el mundo habla de agua caída, para asociar de un modo asaz kleiniano agua dulce con salada y ofrecer a DiCaprio nadando con Winslet. Al menos no nos hizo revivir Caza submarina con Lloyd Bridges.
Un periodista deportivo peronista niembro del PRO (PDPP), en su editorial radial del mediodía, antes de señalar que se juega mal al fútbol se refirió a las inundaciones para decir que que la gente se joda. Si nadie hace caso en el futuro de que este asunto de las inundaciones va a seguir repitiéndose y no toma los recaudos que hay que tomar para no sufrir las graves consecuencias que acarrea el cambio climático, “¿qué quieren que les diga?”, dijo, “si se hacen los distraídos después no hay lugar para lamentos…”.
Tenemos un gobierno muy activo. No nos deja descansar. Los estrategas de imagen y sonido aconsejan a la Presidenta que no importa lo que diga, basta con que lo diga seguido, y mucho. En días tuvimos negocios con Irán, luego un papa propio, después el agua, y sin siquiera esperar a que se seque la tierra, la reforma de la Justicia.
Estamos tapados, sin duda.
En la Ciudad de Buenos Aires viven tres millones de personas desde hace medio siglo. Alguna vez leí que hay un millón de viviendas desocupadas. Y se construye a un ritmo de locos. Torres, torres, torres, grandes torres vacías. Cemento, hormigón, asfalto, ladrillos, impermeables al agua de lluvia, para la misma cantidad de gente con el triple de viviendas desocupadas.
La verdad es que el cambio climático es cosa de mandinga.
*Filósofo. www.tomasabraham.com.ar