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Judíos ortodoxos en Nueva York: ficción y realidad

Basta con unos pocos días en el barrio para darse cuenta de que lo narrado en la serie Poco ortodoxa, que cuenta la vida de Esty, no se refleja en Crown Heights. El día a día en este vecindario de Brooklyn, contado desde dentro. De Shabat a las tranquilas tardes del sueño americano.

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Judíos ortodoxos en Nueva York. | cedoc

Al llegar a Crown Heights, el barrio judío ortodoxo de Brooklyn, Nueva York, es evidente que todo gravita alrededor de un pilar fundamental. La cara del Gran Rabino de Lubavitch (1902-1994) está por todas partes. En camionetas ploteadas, su rostro sonriente se ve en murales en las calles, está en la puerta de farmacias, comercios y en las billeteras.

Está en los semáforos de la mayoría de las esquinas del barrio que puede recorrerse de punta a punta en unos diez minutos en auto. La misma calcomanía con la foto del “Rebe” se extiende más allá de Crown Heights a otros barrios de Nueva York. Se ha visto, por ejemplo, en China Town, el barrio chino, en Manhattan. Está, también, en cuadros en las casas. 

La costumbre de tener una foto del “Rebe de Lubavitch” en los hogares está presente en muchas partes del mundo, inclusive en la Argentina. El “Rebe” es el centro de Crown Heights, como lo es su oficina: el “770” (seven seventy), por su número de calle, que resulta un atractivo punto turístico y espiritual para quienes visitan la zona. Al lado de la oficina hay una linda sinagoga. 

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Unos pocos días en el barrio alcanzan para darse cuenta que lo narrado en la serie Poco ortodoxa, que cuenta la vida de Esty, no se refleja en Crown Heights. Es importante aclarar que existen muchas formas de vivir el judaísmo, pero lo mostrado en Netflix no es la realidad del barrio ortodoxo.

“Vi la serie. Nosotros no tenemos esas costumbres. Las mujeres tenemos el pelo largo después de casarnos. Simplemente, lo ponemos debajo de un pañuelo o debajo de una peluca. Cada judío tiene costumbres diferentes. Tenemos una mentalidad abierta al resto del mundo. Creemos que todo judío es igual, toda persona es igual. Todos somos iguales”, dice Minni Deutsch, vecina de Crown Heights. 

En el caso de los hombres, la mayoría camina con saco y tzitzit (flecos que sobresalen de la ropa y representan los preceptos). El barrio es moderno y las mujeres se visten actualizadas; con vestidos y polleras de satén por debajo de las rodillas, maquillaje y blusas coloridas. 

Crown Heights es un pedazo de Jerusalén en Brooklyn. Se vive la vida barrial de la que tanto hablan nuestros padres y que resulta imposible en la Capital Federal. Se siente un aire de familiaridad en todas partes. 

Hay bancos en las calles donde la gente se para a conversar, a tener citas o a comer el almuerzo. Los más chicos juegan en las calles. Todos son bienvenidos: personas que no profesan el judaísmo, como quienes sí, pero no son ortodoxos. La gente se saluda mientras cruza la avenida principal: Eastern Parkway, un bulevar bordeado de árboles. Y no solo saludan a sus conocidos, sino a todos. Incluso, cuando ven algún turista desorientado, siempre se escucha un “¡bienvenido!”. 

“Yo nací y crecí en Crown Heights. Acá siempre está sucediendo algo. Hay programas que traen a personas de su comunidad que no son religiosas o que se están convirtiendo en ortodoxas. Hay proyectos con adolescentes que quieren convertirse al judaísmo o adultos que tienen interés en la religión. Crecí teniendo invitados en mi casa. Acá hay siempre gente yendo y viniendo”, señala Deutsch. 

“Quiero decir: cada uno sigue su propio camino. Es un barrio animado, positivo. Está vivo, con un sentido de unidad, de positividad. Es un barrio cálido”, comenta. 

Crown Heights es un barrio plural. “El vecindario es básicamente en su mayoría de judíos ortodoxos. También hay no judíos. Es bastante pacífico, tengo vecinos muy agradables y nos llevamos muy bien. Crecimos con una mente abierta y ayudándonos unos a otros. Los judíos seguimos la Torá, y uno de los preceptos indica: ‘amarás a tu prójimo como a ti mismo’”, dice Deutsch. 

Las casas son lo que uno se puede imaginar del sueño americano: amplias, con lindas fachadas, césped verde oscuro en la entrada, con luz que ingresa desde los grandes ventanales del frente. Las familias suelen ser numerosas. Las calles son tranquilas. Sin tráfico, ni inconvenientes. Hay pastelerías y muchos restaurantes kosher, algo que en Buenos Aires no es tan fácil de encontrar si se habla de variedad.

Es común que los vecinos de Crown Heights viajen algunos kilómetros para visitar “el Ohel del Rebe”, que es donde descansa el cuerpo físico del rabino. El lugar no muestra tristeza, sino  espiritualidad. Hay personas que van a hacer pedidos, y luego a agradecer cuando su deseo fue cumplido, en un intento de lograr una conexión espiritual, con el Rebe como un intermediario para las plegarias.  

El viernes a la noche todo cambia en el barrio. Sale la primera estrella y llega Shabat. Los vecinos se visten de gala. Es una noche de festejo, de alegría y conexión. El barrio se llena de gente. Todos salen de sus casas perfumados. Los locales y los visitantes van de acá para allá. Hasta que llega la hora de la tefilá (el rezo) y todos entran a la sinagoga. 

Adentro es como una especie de anfiteatro. Los hombres van abajo y al centro, las mujeres arriba y alrededor. No usan las mismas puertas para entrar. 

Un pequeño secreto: del lado izquierdo van tanto los hombres como las mujeres solteras. Una forma sutil de presentarse en sociedad. Los hombres que tienen saco que les llega hasta la cintura son solteros, los que tienen sacos más largos, están casados. 

Los rezos son similares a los de las comunidades ortodoxas de la Argentina. Muy diferente a lo que sucede en las comunidades conservadoras, donde los rezos son largos, con canciones, en general una prédica en la mitad y mucho más larga. En las comunidades ortodoxas es como que cada uno va a su ritmo y todos leen todos, mientras que en las comunidades no ortodoxas hay muchos que no leen y solo escuchan. 

Deutsch cuenta que hay diferentes comunidades jasídicas. La mayoría provienen de países europeos, como Hungría, Ucrania, o Polonia y tienen sus rabinos. “Cada uno tiene su guía que los llevó por un estilo determinado. Además, sus atuendos, su forma de vestir, son diferentes. Nosotros, por ejemplo, nos vestimos de manera convencional, mundana”, explica. 

Es importante aclarar que, más allá de las diversas costumbres, todos los judíos estudian la misma Torá y celebran las mismas fiestas. Cambian los estilos, las formas de vestirse, o los dialectos, pero la esencia es la misma. 

Minni dice que parte de las visitas que recibe en su casa están organizadas junto a los Shlujim. “Son emisarios alrededor del mundo a cargo de escuelas o templos, o simplemente dedicados a traer a los judíos que están perdidos en su sentido espiritual de regreso a sus raíces”, explica. 

Deutsch fue consultada sobre qué le diría a las personas que piensan que ser judío u ortodoxo es de alguna manera diferente o extraño. Ella respondió: “Los judíos pasaron por muchas cosas. A pesar de eso, todavía nos mantuvimos unidos. Todavía somos la nación judía. Todavía seguimos la Torá y continuaremos haciéndolo. Si nos miran de forma extraña puede ser porque, a veces, hacemos cosas que no entienden”. 

“Por ejemplo: el Shabat. Se creó el mundo en seis días y se descansó el séptimo. Nosotros hacemos lo mismo. Sin trabajar, sin coches, sin teléfonos, sin escribir, sin nada. Es sólo tiempo en familia, con los hijos, tiempo espiritual. Supongo que si se explica, pensarán que es algo hermoso”, comenta.

Continúa: “Se preguntarán, ¿cómo es posible que no contestes el teléfono en Shabat? Si les parece raro, tal vez. ¿Pero sabés qué? Que así sea. Esto es lo que se ha hecho durante miles de años. Nosotros nos conectamos constantemente con nuestras raíces judías. Quizás pueda parecer extraño, pero nosotros estamos orgullosos. Hay gente que nos dice: ‘Esto es increíble. Ustedes tienen una conexión’. Y es verdad: todos estamos conectados”.

“Otro ejemplo. Ayunar en Iom Kipur (popularmente llamado en Argentina como el Día del Perdón). Es un día de arrepentimiento. O en Rosh Hashaná (Año Nuevo), hacemos sonar el shofar. ¿Hay alguna razón por la que lo hacemos? Claro, hay razones. Una de ellas es para recordarnos que debemos hacer Teshuvá: arrepentirnos de cualquier cosa mala que hayamos hecho. Tenemos la oportunidad de arrepentirnos. Básicamente, el shofar es sólo un recordatorio de un niño diciendo: ‘Dios, perdona todo lo que hice mal’”, explica. 

“Quiero decir: todo tiene un significado. Estás preguntando si el mundo nos mira como raros. Quizás sí lo hagan. Pero esto es judaísmo. Esta es la nación judía y estamos orgullosos de ella”, finaliza.

 

*Desde Nueva York.