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Graciela Fernandez Meijide

"La Junta Militar pensó que la visita podría ser inocua"

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La ex ministra Graciela Fernández Meijide. | cuarterolo

Pese a que “yo la ESMA no la piso” –motivo por el cual no fue a los actos de recordación de la histórica visita de la CIDH de la OEA– para Graciela Fernández Meijide, estos son días de recuerdos intensos. La visita de la Comisión de septiembre de 1979 estuvo marcada por la labor, por el lado de los Organismos de DD.HH., de tres protagonistas esenciales: Emilio Miñone, Augusto Conte Mac Donell y la entrevistada de PERFIL quien, en su casa, recuerda la secuencia de esos días. “La historia de la visita de la CIDH empieza a gestarse un tiempo antes –explica–. Emilio, especialmente conocía el mundo internacional de los Derechos Humanos, por su trabajo previo en la OEA. Era partidario de que hiciéramos denuncias no solo en el país, sino en el exterior. Es algo que nosotros también sugeríamos a la gente que venía a hacer sus denuncias a los organismos. Así fue como comenzó a gestarse la visita”.

Miedo. Fernández Meijide explica que entre los denunciantes existieron dudas en principio sobre la eficacia de la visita. Y también temores sobre la propia seguridad. “Les dijimos a cada uno que traiga su carta, las fotocopias de los Hábeas Corpus y nosotros se las mandamos”.

¿Cómo se llegó a la invitación? Graciela contesta que “fue esencial que James Carter fuera el presidente de los Estados Unidos. Dentro de sus asesores había un grupo de abogados que trabajaban en denunciar las violaciones de los Derechos Humanos, cosa que molestaba a la izquierda ortodoxa de entonces, que defendía a la Unión Soviética, que tenía una posición mucho más benévola hacia la dictadura”.

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A ese contexto, se suman algunos cambios que se habían dado en la misma dictadura. “Era el fin del momento de Jorge Rafael Videla. Se le iba acabando su tiempo. Creían que con el Mundial se había logrado que Argentina hubiera encontrado un lugar especial y que vinieron las extranjeros y no dijeran nada de lo que sucedía aquí. A esto se sumaba la ambición de Roberto Viola, que quería ser presidente y pensaba que la visita iba a ser inocua. Así fue que surgió la invitación. Porque hay que recordar que, sin invitación previa, no hay visita de la Comisión”.

Antecedentes. Otras visitas previas a otros países de la CIDH resultaron anodinas. ¿Qué pasó en Argentina

para que sea diferente? Claramente, la lucha de los Organismos de Derechos Humanos generó la movilización necesaria como para establecer diferencias.

Fernández Meijide explica: “Nosotros estábamos tironeados entre la fuerte esperanza y el deseo de que viniera y el temor de que la Comisión no tuviera una mirada penetrante y real sobre lo que estaba pasando. Por eso trabajamos tanto para preparar esa visita. La Comisión iba a venir primero en junio. Pero cambió el viaje para septiembre de 1979. Lo que recuerdo es que después de esa visita tuve que empezar a usar anteojos. Tal fue la cantidad de expedientes y denuncias que tuvimos que llevar. O quizás fue de tanto llorar”. A Graciela le tocó recopilar los casos de adolescentes secuestrados, como su propio hijo.

Ese trabajo dio su frutos. “El secretario general de la OEA era en ese entonces Alejandro Orfila. A él, nuestro trabajo lo superó. No se esperaba que le demos a la Comisión semejante cantidad de datos. Hizo que lo procupara”.

Graciela señala un hecho que hizo que las cosas fueran diferentes: “la mayoría de los desaparecidos de Argentina, a diferencia de cómo fue la represión en otros países era de clase media y media alta, con padre profesionales que, conocieran sus recursos, ayudó”.

Durante la visita, hubo presiones y campañas como la de José María Muñoz. “En esos días se jugó el Mundial Juvenil, con la primera Selección en la que jugó Maradona, en Japón. Coincidió con la visita de la CIDH. Muñoz llamó a ir a Avenida de Mayo, había más de dos cuadras de cola a gritar algo que quedó en la historia del horror: los argentinos somos Derechos y Humanos”.