Madrugada del 24 de marzo de 1976. Plaza de Mayo, soldados y tanques. Lo que La Razón había presagiado el día anterior en su tapa estaba ocurriendo: “Todo está dicho”. En medio de la noche, los militares llegaban a la Casa de Gobierno, donde se quedarían hasta 1983. Pese a la oscuridad, los reporteros gráficos aguardaban en la plaza.
El dueño de una de las cámaras que hicieron la vigilia del 23 al 24 fue Héctor “Puchi” Vázquez, dueño a su vez de una foto icónica de esa madrugada: Plaza vacía, un vaticinio de todo lo que vendría después de esa noche.
Este “fotoperonista” –como se autodefine– fue reportero gráfico de varios medios impresos durante los años 70, como el diario Noticias y las revistas El Descamisado, La Causa Peronista, El Peronista e Información, entre otros. A pedido de PERFIL, Puchi recreó aquella foto que tomó hace exactamente cuarenta años.
En el aire. En la madrugada del golpe, decenas de fotógrafos se ubicaron expectantes en las inmediaciones de la Casa de Gobierno. En el aire se respiraba la inminente caída de “Isabelita”, y todos querían tener la imagen de ese derrocamiento. Pocos imaginaban que ése sería el principio de la época más oscura de este país.
Puchi Vázquez recuerda, entre risas, la insólita orden que recibieron por parte de un miembro del Ejército una vez que arribaron los uniformados al recinto presidencial: “Esa noche había un desfile de tanques, de militares. Todavía no se había ido Isabel. Y un subteniente cruza la calle, viene para donde estábamos nosotros y nos dice: ‘Señores periodistas, ¡a mí! Trazo una línea imaginaria: de acá para allá, los señores periodistas; de allá para acá, el Ejército Argentino, ¿comprendido?’. ‘¡Sí, mi coronel!’, ‘¡Sí, mi general!’. Un verdadero pelotudo, porque él hizo dos metros, sacamos el lente, pusimos un tele de 300 y estábamos adentro de la Casa de Gobierno”.
Balas. A Puchi le tocó ser fotógrafo periodístico en una época difícil. Por ejemplo, le tocó cubrir con su cámara la masacre de Ezeiza, el 20 de junio del 73, cuando Perón volvió al país. “Me cagué todo. Era tanto el griterío que no escuchaba los balazos, sentía que se rompían las ramitas de los árboles, ‘paf’, y caían. Y todos cuerpo a tierra. Era jodido”.
La noche del 24, decidió que la foto no estaba delante de su cámara sino detrás.
—¿Por qué decidiste darle la espalda a la Casa de Gobierno?
—Fue casual. Mientras esperábamos que pasara algo, me di vuelta. Y me llamó la atención ver la plaza en silencio. Nada, ni un alma.
—¿Qué sentiste?
—Fue un shock. Me agaché, “chic, chic”, y la saqué para mí.
—¿Qué pasó con esa foto?
—La había guardado, pero con el tiempo entendí que cuenta todo lo que vino después. La desolación, el silencio. Mucha gente no tiene la más puta idea de lo que es que estemos hablando ahora. No podíamos hablar. No sabíamos quién carajo era el mozo, por ejemplo. Te mataban.
—¿Y cuándo la divulga?
—Cuando Memoria Abierta llama para hacer un reportaje, hará ocho años, siete. Les empecé a mostrar material fotográfico, y uno de ellos me dijo “las vamos a escanear con alta resolución”, y yo se las di. Las escanearon y me las devolvieron. Así llegó la foto a ellos. Y un poco a veces me indigna, porque parece ser que la única foto que saqué yo en mi puta vida fuera ésa (risas).
—¿Y cómo te llevás hoy con esa foto?
—Y no, ya nos encariñamos (risas).
Otra plaza. De espaldas a Casa Rosada, a unos veinte metros, ángulo contrapicado y “chic, chic”, como dice Puchi. La foto en cuestión, titulada Plaza vacía, es contundente entre el blanco y negro de las imágenes de esa época y la desolación que refleja. El silencio, la incertidumbre y el miedo que definieron al golpe más cruento que azotó al país se ven plasmados en la imagen tomada por este “fotoperonista”. Una plaza a media luz y a solas. Una plaza que ya no volvería a ser la misma.
Puchi compartió redacciones con Rodolfo Walsh, Juan Gelman y Paco Urondo, entre otros. Y cuando clausuraron Información, la última revista en la que trabajó, siguieron pero desde la clandestinidad.
—¿Cómo hacían para trabajar?
—Lo hacíamos en distintas casas. No nos veíamos con los redactores. Por ahí sí, para hacer una nota teníamos que “estar en este bar a tal hora”. Era muy fría la cosa, laburar por separado, cuando en el periodismo se labura en equipo. Y en nosotros era más acentuado porque no sólo era de equipo, sino que además era de militancia.
—¿Cómo preservaste tus archivos fotográficos?
—Parte de los archivos se los llevaron los milicos y otra nos la quedamos los reporteros. Cajas con negativos, fotos, documentos, de todo. Se las di a un amigo de la infancia, peronista, para que me las guardara. El tenía contactos en el ferrocarril, y se las dio al jefe del ferrocarril para que las escondiera. Las pusieron en el vagón postal del tren que iba a Tucumán. Así, los archivos fotográficos fueron y vinieron durante dos años. Hasta el 78, que se los pedí a mi amigo y me los recuperó.
Memoria. Miércoles 16 de marzo de 2016. Durante la sesión fotográfica en Plaza de Mayo, el reportero es retratado desde el mismo lugar donde él capturó la foto icónica; se muestra incómodo y se disculpa: “Perdón, no estoy acostumbrado a ser yo el que está delante de la cámara”.
Y tiene una memoria impresionante. A sus otoñales 69 describe con lujo de detalle cada acontecimiento que expone, con un entusiasmo a prueba de época. Su amor por el periodismo, la fotografía y la militancia –el orden de los factores no altera el producto– se desliza en cada oración que esboza. Plaza vacía se convirtió en una parte de él: ambos mantienen viva la memoria de lo que no se querrá repetir jamás.
—¿Por qué pensás que los periodistas seguimos recurriendo a vos y a tu foto?
—Por la memoria.