A fines de la década de 1820, el Congreso de Chile nombró como vicepresidente a José Joaquín Vicuña. Su elección produjo una división tan grande en la elite que fue el germen de una guerra civil. Con este recuerdo traumático presente, en 1833 se eliminó la figura del vicepresidente de la Constitución chilena, cuya ausencia continúa hasta hoy. México hizo algo similar en el inicio de la revolución de comienzos del siglo XX: su último vice fue asesinado en 1913. Estos dos países son las excepciones en América Latina, pero dan cuenta de las tensiones y paradojas que entraña el cargo creado para resolver el problema de la sucesión presidencial.
En Argentina, esta figura institucional fue históricamente subestimada y subanalizada. Ocurre que el liderazgo presidencial ocupa el centro de la atención política, económica e institucional. En este ciclo electoral, sin embargo, con Cristina Kirchner y Miguel Angel Pichetto como acompañantes de las dos principales fórmulas, el lugar del vicepresidente cobró un renovado interés.
Peleados. Desde el regreso democrático, la relación entre los presidentes y sus vices estuvo signada más por el conflicto que por la cooperación. Duhalde se erigió muy pronto en el principal desafiante interno del liderazgo de Menem. Ruckauf se encolumnó detrás del duhaldismo para acceder a la gobernación bonaerense. Chacho Alvarez renunció antes del año de asumir y le produjo un daño insalvable a De la Rúa. Scioli intentó dotarse de autonomía relativa y lo pagó con el enojo y la desconfianza crónica de Kirchner. La Concertación de Cristina y Cobos estalló por los aires tras una sesión legislativa histórica y un voto no positivo.
Solo los binomios presidenciales Alfonsín-Martínez, Cristina-Boudou y Macri-Michetti parecen haberse desarrollado en el marco de la lealtad y la confianza mutua. Alfonsín enfrentó demasiadas amenazas externas como para encontrar un foco de inestabilidad en su vice; Boudou, que asomaba como un probable delfín de CFK, atravesó su mandato más preocupado por sus causas en Tribunales que por la dinámica política; y Michetti ejerció su cargo entre furcios diplomáticos y bloopers en las sesiones del Senado.
La propensión a los cortocircuitos con los jefes de Estado se explica, en parte, por la falta de atribuciones constitucionales que tienen los vices. El hecho de ocupar un “no lugar” institucional los induce a buscar un mayor protagonismo político. Su función principal, suceder a los presidentes en casos de vacancia, solo se activa en situaciones de crisis extremas. Quizás para remediar esta falta de responsabilidades, además de presidir el Senado –un rol más ceremonial que político– en el último tiempo los vicepresidentes procuraron hacerse cargo formal o informalmente de algunas áreas de gestión (Scioli de Turismo y Michetti de Discapacidad, por ejemplo).
Con pocas tareas de gobierno concretas, los vices sí suelen realizar un aporte a la boleta presidencial en la competencia electoral. Su designación busca complementar aquello que al aspirante presidencial le falta, con el objetivo de representar una base de votantes más amplia. Desde 1983 en adelante, la integración de las fórmulas siguió por lo general un equilibrio territorial (Alfonsín-Martínez, Menem-Duhalde), coalicional (De la Rúa-Chacho Alvarez, CFK-Cobos), ideológico, entre el progresismo y la moderación (Kirchner-Scioli) o de imagen (Michetti fue pensada originalmente como una figura que balanceaba, suavizaba y sensibilizaba al Macri empresario, frío y distante).
Política. La conformación de los binomios Fernández-Fernández y Macri-Pichetto no responde a ninguno de los criterios anteriores. Las dos fórmulas constituyen una anomalía: fueron pensadas más para el momento de gobierno que para el electoral. O, si se quiere, se dirigen más al círculo rojo que al electorado.
La decisión de Cristina de dar un paso al costado y ofrecerle la candidatura presidencial a su ex jefe de Gabinete destrabó la negociación con el peronismo y aceleró el proceso de unidad, que se selló con la incorporación de Sergio Ma-ssa. Pero además, la jugada deja abierta la posibilidad de articular una coalición de gobierno más amplia que la coalición electoral, objetivo explicitado por la propia ex mandataria en el video en el que oficializó la fórmula. Consciente de su desgaste con los grupos de poder, será Alberto Fernández el encargado de tejer un gran acuerdo social.
Pichetto, por su parte, le aporta al oficialismo decididamente más gobernabilidad que votos. Pero antes que un mensaje a los mercados –Cambiemos tiene vasos comunicantes suficientes como para negociar con el sector financiero sin la necesidad de acudir a un peronista– su candidatura busca tender nuevos puentes con dos actores específicos: los gobernadores peronistas y los jueces. Para los primeros, es una señal de que tendrán un interlocutor directo en la Casa Rosada en caso de que el Presidente sea reelecto. Para los segundos, representa un cambio en la política judicial del macrismo. El senador fue durante 17 años jefe de la bancada peronista en la Cámara Alta y por sus manos pasaron todos los pliegos de designación de los magistrados. No es arriesgado conjeturar, por lo tanto, que su influencia se proyecta sobre los pasillos de la Corte Suprema y Comodoro Py.
Datos. Antes de concluir, una apostilla sobre la naturaleza bipartidaria de la boleta de Cambiemos. Si bien Pichetto es un peronista sin votos, dirigentes ni estructura propia, su postulación podría tener consecuencias particulares. En una investigación reciente, los politólogos Leiv Marsteintredet y Fredrik Uggla demuestran que la inclusión en la fórmula de un vice de un partido distinto al del Presidente incrementa los riesgos de inestabilidad política. Desde 1978 hasta 2016, el 23% de los mandatarios de América Latina electos con un vicepresidente de otro partido no terminaron su mandato. Ese porcentaje baja al 8% cuando el binomio es del mismo partido. A fin de cuentas, el vicepresidente es el único funcionario del Poder Ejecutivo que se beneficia ante una eventual renuncia del jefe de Estado. El hecho de provenir de un partido distinto al del Presidente puede generar más incentivos para la conspiración palaciega. Es probable que nadie en el entorno de Macri haya leído este paper al convocar al Frank Underwood argentino.
*Politólogo. Docente UBA.