Esta noche volveré a dar clase en esa peculiar escuela nocturna de filosofía: la quinta vez, en la quinta edición. Todavía recuerdo mi sorpresa y mi desconcierto en la primera, en las instalaciones del Teatro General San Martín: largas colas de gente despreocupada de la lluvia y del frío, buscando algo que vaya a saber, de profes de filosofía que tampoco teníamos en claro qué profesar durante aquella primera edición. ¿En qué espejo reconocerse para anticipar la escena de ese encuentro lleno de equívocos e incertidumbres?
Resultó un experimento interesante, con clima de fiesta, en crecimiento constante, de convocatoria masiva. Que comience al anochecer, aún un sábado, y se prolongue bien entrada la madrugada del domingo, quizá sea un exceso de tributo a Hegel –el que ya pagaron los franceses con su nuit, y que nos endosamos de puro copiones–. Porque se recordará aquello que el filósofo badenés escribiera en su Filosofía del derecho refiriéndose a la filosofía en su vínculo con el mundo: “El búho de Minerva emprende su vuelo en el crepúsculo”. Pero nosotros los latinoamericanos podemos seguir la huella del mendocino Arturo Andrés Roig, y profesar una filosofía auroral, que se reconozca en el recomenzar de y en el intervenir en las cosas, enriqueciendo –y complejizando– el sentido en el que la filosofía expande su territorio por la totalidad de lo real desde su origen hasta su dimensión hipertélica. Así que las próximas ediciones podrían empezar con una mateada con bizcochitos de grasa el domingo, digamos a las 11 de la matina.
Hablábamos de equívocos e incertidumbres, de la dificultad de reflejar una imagen de la filosofía –o de la enseñanza de la filosofía– en este novedoso y espasmódico espejo nocturno, ¿será que era nuestra mirada la que estaba fuera de foco? Quien hace de la filosofía su profesión y su forma de vida, debe tener siempre presente aquel pasaje de la carta séptima de Platón, en que el Maestro de todos caracterizó a la filosofía como una chispa, como esa luz que se desprende de un fuego que brota en el alma de quien ha frecuentado el problema filosófico por largo tiempo, y que solo a partir de entonces permanece encendido alimentándose de sí mismo.
No debíamos pedirle tanto al fugaz encuentro de una noche, que apenas logra alcanzar en su epílogo, el diálogo en el que vive el filosofar. Pero tampoco se trataría de un ejercicio de divulgación o aun de performance. Más bien celebramos una invitación a salir del claustro y de la soledad del gabinete, para buscar juntos, desmalezar a muchas manos el terreno de ese enemigo íntimo de la filosofía que es la opinión, para precisamente recomenzar en la escucha del silencio primordial, en la pregunta renovada, en el no saber desde el que se puede tender el puente hacia lo real, rastreando la verdad como orientación, o al menos su imagen, su representación locuaz.
¿Es acaso más fácil propiciar esa chispa de la que nos hablaba Platón en las aulas de la Facu o sobre la pantalla de una compu? Por doquier y desde siempre –quizá con medios más poderosos y sofisticados– la filosofía es amenazada en cualquier circunstancia por lo mismo: la complacencia en el desafinado barullo de las opiniones, en la somnolencia de las notas al pie de la sabiduría ajena y en la espectacularización del emplazamiento de su escena. Para quien quiera ir más allá de estas tres frustraciones, La Noche de la Filosofía está ahí como una oportunidad, igual que en el aula, la serie de moda, el paseo por la biblioteca o la conversación en la mesa del café.
También hay amenazas desde la ceguera del poder, como ocurre ahora en Brasil, en donde su actual presidente quiere desfinanciar la enseñanza y la investigación en la esfera de las humanidades. Y vale como advertencia lo que un grupo de nosotros puso sobre el tapete con su gesto, al negarse a participar de esta edición de La Noche, pretendiendo señalar la incongruencia de que se convoque a esta celebración mientras se restringen los fondos públicos para nuestras áreas de desarrollo. Desde esta tribuna me permito invitar al Poder Ejecutivo a reflexionar sobre eso y a cambiar sus políticas, disponiendo para la enseñanza y la investigación en ciencias y tecnologías los recursos debidos, a fin de fortalecer, intensificar y extender sus realizaciones, ya que directa o indirectamente apuntalan en profundidad el mejoramiento de la vida colectiva de nuestra sociedad.
Tomemos como ejemplo lo que acaban de lograr nuestros colegas mexicanos. En estos días uno de sus principales referentes, Guillermo Hurtado, me contó que lograron incluir en su Constitución Nacional reformada un artículo que obliga al Estado mexicano a garantizar la enseñanza de la filosofía, reconociendo el acceso a ese aprendizaje como uno de los derechos fundamentales. No digo que convoquemos a la Asamblea Constituyente para eso, pero exploremos otros instrumentos legales más factibles, –y recordémoslo si hay una nueva reforma constitucional, a fin de militar por ello.
En La Noche de la Filosofía se dan clases, se dictan conferencias y se presentan mesas de exposiciones y debates. Y se lo hace con gran variedad temática y desde diversas disciplinas académicas, por lo que en ese contexto el término “filosofía” aparece al menos con tanta generalidad y vaguedad, como en el uso que se hacía de la expresión “les philosophes” en tiempos de Voltaire. Esto será bueno o malo según las expectativas de cada quien. Igualmente, esa vaguedad en el uso del término no es nueva: estamos acostumbrados a que las empresas y hasta los equipos de fútbol tengan una “filosofía”, ¿por qué habríamos de exigir mayor especificidad en este caso?
Quiero destacar lo que en mi experiencia constituye el mejor espacio de La Noche: el Agora. Volvemos a la Grecia antigua, allí donde nació la filosofía, ese mundo que a través de la niebla de la historia se nos manifiesta como mágico o milagroso. Del mercado a la política, es decir, de las transacciones comerciales de objetos y dinero a los intercambios políticos de las palabras y lo que estas portan, para bien y para mal.
Es con el crecimiento del Agora que La Noche de la Filosofía crecerá, porque su naturaleza encarna y simboliza la virtualidad política de la filosofía. No es que la filosofía sea intrínsecamente política, pero su raíz mística o poética encuentra en el desarrollo dialéctico del logos su expansión inexorable. Por ello requiere germinar y florecer en la vida política de la comunidad, que es también pedagogía, comunicación.
Esta dimensión política de la filosofía nos lleva a reflexionar sobre una tarea urgente. Comencemos por recordar que hace ya más de ciento setenta años, Juan Bautista Alberdi formuló el proyecto, desafío y exigencia a la vez, de desarrollar entre nosotros una filosofía americana. Y todavía bastante más de medio siglo después, Alejandro Korn renovaba el proyecto, con lo que implícitamente reconocía que todavía no la había. En un tercer momento, alrededor de los años cincuenta o sesenta del siglo pasado, otros filósofos se preguntaban si teníamos una filosofía propia, o si estábamos condenados a la copia, la imitación, en fin, la receptividad y reproducción pasiva de lo que otros en otras latitudes han pensado.
Tales desafíos reiterados y otras tantas frustraciones deben conservarse como una herida abierta desde la cual hacer nuestro camino de pensamiento, nuestra propia experiencia arraigada en lo local con vocación universal. Tenemos excelentes maestros latinoamericanos desde los cuales nutrirnos para ello. Ya mencioné al pasar a Roig y a Korn. Para finalizar, cierro con unas palabras del gran José Lezama Lima: “Europa con su blancura y su abstracción está sola en la playa. Europa hizo la cultura y aquel verso: “Tenemos que fingir hambre cuando robemos los frutos” ¿Hambre fingida? ¿Es eso lo que nos queda a los americanos? El toro ha entrado en el mar, se ha sacudido la blancura y la abstracción, recibe otras flores en la orilla, mientras su uña raspa la corteza de una nueva amistad”
*Filósofo. Ex senador de la Nación.