Hace poco en el programa The Late Show with Stephen Colbert, Andy Serkis (53) se prendió a un juego simple pero letal: tomó la voz de su personaje más famoso y la usó para leer tuits del actual Potus, Donald Trump. Esa voz era la de Gollum, la fascinante criatura que definió parte de la leyenda en el cine de El señor de los anillos. Desde aquel 2002, Serkis se ha convertido en el embajador de la tecnología que captura movimiento (donde se anima encima del cuerpo humano pero usando movimientos y facciones capturadas previamente). Desde ese entonces fue Gollum dos veces, y también fue el Capitán Haddock en Las aventuras de Tintin, el Líder Supremo Snoke en la nueva trilogía de Star Wars, King Kong para Peter Jackson y, claro, César, el chimpancé parlante, protagonista de la trilogía que finaliza en la recién estrenada El planeta de los simios: la guerra. Esta saga estableció la tecnología que Serkis ha pulido, cuidado y hasta generado (The Imaginarium Studios es su compañía y lo ha hecho un empresario exitoso como pocos en Hollywood) no ya como un mero avance, sino como una forma concreta de hacer un cine distinto, de contar nuevos relatos. Serkis en exclusiva para PERFIL lo afirma: “Con el paso del tiempo he entendido que lo que amo son los relatos. Que sea a través de la tecnología, o sea con películas, o sea dirigiendo films como la próxima Breathe o una versión de El libro de la selva, me excita mucho saber que determinados relatos van a llegar al cine y que van a ser contados. Ver que algo funciona, que todos los engranajes que hacen una ficción están aceitados, es algo que me entusiasma. Contar cuentos es una tarea noble en un mundo donde hay pocas tareas nobles que no estén desesperadas por modificarlo”.
—Incluso aunque actuás hace décadas, se ha limitado mucho la referencia en tu carrera a tu trabajo cuando se captura tu actuación para animarla digitalmente. ¿Cuál dirías que es para vos, después de experiencias tan diversas, la esencia de la actuación?
—Actuar es una fuerza que deja muy en claro la distancia del hombre de otras especies. De hecho, deja claro, al ser una de las tradiciones más viejas en la historia de la humanidad, que es un interés genuino, inevitable, que el alma del artista es algo sincero y que existe, que necesita manifestarse. Contar una historia es parte de lo que nos hace seres cultos, es parte de nuestra cultura y de nuestra herencia. Es algo que define muy de cerca la esencia del alma humana.
—Toda la saga de los “Simios” se ve distinta a otros tanques de Hollywood. Puede sonar cursi, pero pareciera tener un corazón, un alma, y no ser un mero evento que lleva a otras películas. ¿Lo ves así?
—Creo que tenés razón. Por lo pronto, he tenido suerte. Esta franquicia, como otras que me han tocado, han sido icónicas y han sabido ser espectaculares pero no niegan que poseen un alma, un corazón. Son películas que
quieren hablar a algo más que el negocio y que quieren generar algo en la manera en que la gente piensa, que quieren ser épicas y no un mero consumo. Eso se aplica al Planeta de los simios, a todas, pero también a El señor de los anillos, o incluso las recientes Star Wars. La emoción es una parte importante. Tuve suerte, y las películas de los simios han sabido ser metáforas de momentos claves de la humanidad. Y eso es un material poderoso. Saben ser personales y gigantes.
—Decís que es una metáfora de momentos claves. ¿Creés que esta tercera parte logra eso con la actualidad política?
—Totalmente. Es una película diseñada para este momento. Toda la saga posee un ADN clave: el de la ciencia ficción que nos permite vernos a través de un prisma, de un prisma que deviene un espejo. Esta saga ha sabido aprovechar esa frontera, ese juego. Y esta película, y todas las de la saga, hablan de la empatía, sobre qué pasa si el juicio de valor nos gana y juzgamos a especies, a razas y a otros. Eso es algo que podemos ver en la política mundial ahora, y no es casualidad. El odio es la semilla de nuestra destrucción. Eso no implica ser idealista, implica entender que el juicio de valor a otros como clave de ascenso al poder nunca puede llevar a un buen sitio.
‘Rebelión en la granja’
—Siempre se habla sobre cómo los Oscar u otros premios ignoran tu trabajo en la captura de movimiento. ¿Te agotan ambas posturas (la espalda que te da la Academia y la obsesión con premios para el cine que hacés)?
—Creo que los premios, como los Oscar, los Bafta, los Golden Globe, son academias integradas por una mayoría que, aunque les cueste admitirlo, suele ser conservadora. Eso creo que está cambiando, y la Academia, en Hollywood, sumó más miembros para así generar mayor diversidad. Actuar es actuar, así uses una máscara o estés usando un traje que captura tu movimiento. Todavía sigue siendo la misma clave: estás pensando en el rol. Si sos un actor, y usás un traje como yo, hay muchas más cosas que tienen que ver con tu rol que no pasan por vos y sí por el set. Y siempre fue así: sets, música, sonidos y más cosas también se sentían extrañas en un momento. Sólo que nos hemos acostumbrado. No hay diferencias a la hora de actuar. El público joven, los directores más jóvenes, tienen muy claro qué se puede hacer y carecen de prejuicios al respecto. Es sólo una cuestión de tiempo.
—¿Cuál es el cuento que alguien como vos, que cree que cualquier relato se puede generar o contar, considera su sueño y que querés ver en la pantalla?
—Estamos trabajando con The Imaginarum Studio para poder generar una versión en el cine de Rebelión en la granja, de George Orwell, y es el libro más profético que pueda adaptarse sobre la corrupción en el mundo en este momento. Es un relato que podría generar algo distinto, muy desde lo visual, y que busca tener un peso en el mundo, siempre. Creo que podría ser algo realmente grande. Además como director cada vez me siento más seguro y eso ayuda a que tengas claro a qué decirle que no.