Es difícil olvidar su mirada intensa: el actor Robert Patrick se tatuó en la cultura popular gracias a su rol en Terminator 2, como el famoso villano líquido T1000. Desde ese entonces hasta la reciente serie suceso de DC Comics, Peacemaker, Patrick es un nombre clásico del pop actual y Argentina Comic Con logró que el famoso actor visite nuestro país en su pasada edición.
—¿Cuáles son tus recuerdos más cálidos a la hora de pensar en los relatos?
—Crecí durante los años 60, en una Estados Unidos donde la televisión se estaba convirtiendo en un bien cultural popular, en algo que hasta nosotros los pobres teníamos en el hogar. Yo a medida que iba creciendo estaba fascinado con la televisión, es algo que tuvo un impacto tremendo en mí. Yo crecí en un ambiente rural en las afueras de Atlanta. Entonces, en plena era de Vietnam, yo y mis amigos jugábamos a los soldados. De forma inocente, por supuesto, pero actuabamos diferentes situaciones de guerra (o al menos las situaciones de guerra que un niño puede imaginar). Siempre disfrute ese “pretender”, ese fingir que era otra persona. Hacer eso de adulto siempre lo ví como un salto evolutivo de aquello. Uno de mis primeros papeles como niño fue Peter Pan, y sin dudas, hoy, décadas después me siento así, como alguien que nunca creció a la hora de aferrarse a esa idea de “pretender”.
—Has sido parte de un clásico como Terminator 2, pero también nunca has frenado tu trabajo: ¿qué sentís define a las historias considerando que sos parte de films icónicos y de series que son un éxito como Peacemaker?
—Creo que los relatos son algo importante. Mira, en estos momentos Estados Unidos, como casi cualquier rincón del planeta, vive una división, o varias. La gente busca diferenciarse antes que unirse, y el polo opuesto es el enemigo. Es una situación muy peligrosa. Pero los relatos siguen ahí. No puede ser que quien ve tu serie, por ejemplo Peacemaker, sea alguien con quien estas de acuerdo en su ideología. Lejos de ser algo que nos separe, la ficción es quizás donde podemos comenzar a dar un paso que hoy se siente tremendamente distante. No es lo ideal, pero en este álgido momento, al menos es algo desde donde partir a falta de políticas sociales más contundentes al respecto. Contar es algo innato a nosotros, a los humanos, para narrar lo que otros hicieron. Contar en creer en maravillas y creer en lo que nos, valga la redundancia, nos cuentan. Pensa en esto: ¿cuánta tecnología es mucha tecnología? Digo esto porque creemos que sabemos lo que hacemos, y lo que nos enseñan las historias es que solemos no saber mucho, aunque creemos muchos avances. Todos queremos saber la respuesta a las grandes preguntas. Y definitivamente creo que no están en la división, en la idea de ser superior a alguien. Al menos yo creo que tiene que ver con eso.
—Siempre se marca tu intensidad, tu capacidad de generar personajes al borde, pero muchos de ellos los construís desde una comedia latente, no que se ríe de ellos pero que quizás entiende determinado nivel de absurdo. Quizás este equivocado, claro, pero ¿cómo lo ves vos?
— Gracias por eso. Pero si te fijas, los roles de comedia, al menos los específicos que me han dado, implican que sea muy intenso, algo que todos mis personajes tienen. Adoro hacer comedia. Pero hay tantos nombres geniales: en mi caso, siempre trato de ser real, es decir, que el absurdo nazca de mi personaje jamás entendiendo que hay algo fuera de control en él. Algo que, por supuesto, suele generar la mejor comedia en el mundo. He tenido algo de éxito. Por ejemplo, cuando fui parte de Wayne’s World, parodiando a mi personaje de Terminator 2, fue algo muy bueno, porque de inmediato pudieron entender que yo entendía la broma, que lo cool siempre esconde su propia caricatura.
La ballena blanca
—¿Qué historias te gustan a la hora de sentarte frente a una película?
—Me gusta mucho, y me conmueve mucho, los films que muestran los desafíos de gente normal, de gente común y corriente. Hay algo en eso que me habla de una forma muy clara: la persona que debe superar problemas sin poder abandonar su cotidiano. Por ejemplo, Stillwater, de Matt Damon. Me gustan esas películas dramáticas con los dos pies sobre la tierra. Es más fácil vincularse con esos personajes. Obvio que la ciencia ficción que sabe basarse en la realidad también me gusta mucho. Pero siempre necesito ese elemento que no lo lleve a un lugar donde tan solo es apreciar aquello que no puede existir. Necesito que tenga una base.
—¿Tenés una ballena blanca, algún relato que siempre quisiste contar y no pudiste?
—Estoy trabajando en un par de guiones y hay un tema que siempre aparece: el hombre contra el gobierno. Se ve que es algo que me gusta mucho. Cuando el hombre pelea contra la institución. Me encantaría hacer algo en ese sentido. Sé que siempre me ven como alguien que hace personajes intensos. No sé de dónde viene. Supongo que de mis ancestros, de mi padre. Igual no me quejo: la historia del cine ha sido bastante gentil conmigo, y nunca me animaría a quejarme de la vida que llevo. Ha sido un placer ver como algunas de mis películas se han convertido en clásicos que van a estar aquí muchos años más después de que yo me vaya.