Los días de Juana Viale en Buenos Aires transcurren entre la última semana de La sangre de los árboles en el Centro Cultural San Martín, grabaciones en Los ricos no piden permiso y la novedad del estreno de la serie policial Estocolmo en Netflix. “Disfruto que las cosas sigan sucediendo. Si uno deja de hacer, entra en un estado de pasividad. Pasó más de un año desde que presentamos la obra en Buenos Aires y seguimos moviéndola, algo que no es fácil. Nuestra gran meta es llegar a festivales. Ahora nos vamos al de Ma-nizales en Colombia, después a Guayaquil y Manta en Ecuador. Para enero estamos armando una gira por Chile y en marzo estaremos en Donostia, España”, cuenta entusiasmada sobre la puesta que, además de protagonizar, produce en un contexto de poco apoyo oficial: “Seguimos haciendo ajustes, resolviendo tiempos, presupuestos y armando agendas. Es lindo, vas generando relaciones. El mundo del teatro es más chico de lo que se cree”.
—¿Ganás plata con la obra?
—No te da ni para salir a comer una noche (ríe). Este tipo de teatro es ciento por ciento motivacional para el alma. No llenamos sala siempre, pero tenemos un público que siempre está. Hay que moverla y para eso hay que tener plata para publicidad que no tenemos. Tengo la gracia de tener a mi abuela que me mete el aviso en su programa por puro amor, pero acá no hay seguros ni sueldos fijos como en el circuito comercial, es otra cosa, pero me siento totalmente rica desde que hago esto.
—El año pasado deseabas que al partido que le toque gobernar apoye el arte. Hoy la comunidad artística no parece muy conforme con la gestión cultural, sobre todo la de la Ciudad. ¿Cómo lo vivís desde adentro?
—Hace unos días fui al Teatro Colón a ver a la Filarmónica de Israel con Zubin Mehta y estaba lleno, desde la platea hasta el sexto piso. Era maravilloso ver eso, pero ¿por qué tiene que ser sólo el Colón el que está magnífico? ¿Por qué el Centro Cultural San Martín se nos cae a pe-dazos? ¿Por qué el Teatro San Martín y el Alvear están ce-rrados? ¿Por qué no hay apoyo real y concreto al arte? Como pasa con los empresarios, ¿por qué se apoya al grande y no al pequeño? En Argentina somos de resurgir, de rebuscárnosla. Nosotros hacemos una obra hace un año sin apoyo de ningún particular, la peleamos muchísimo. Hay mucha calidad, cantidad, pero falta contención. Por ejemplo, el CCK se está reactivando un montón, ajustando el caos en que se lo dejó. Eso es en Nación, aunque creo que en Ciudad hubo mucha interna y descoordinación entre ellos. Acá estoy con Diego Pimentel que me da su apoyo y lo quiero a este lugar, me gusta estar acá, pero me apena ver el estado en el que está. No tienen ni caja chica…
—Tal vez como contracara, protagonizás la primera ficción argentina que estrenará Netflix. ¿Qué te genera eso?
—No depende de mí dónde se vea, pero me alucina que esté ahí. Valoro mucho mi trabajo y el de todos los que hicimos ese producto. Estocolmo es mucha gente detrás y me llena de orgullo lo que logró mi hermano como productor. Que una ficción argentina se muestre en esa plataforma significa que no siempre hacen falta millones de pesos para tener un buen producto, sino una cabeza pensante y una buena historia. Hay veces que es súper azaroso, pero para los actores que un trabajo traspase fronteras es maravilloso.
—¿A la televisión abierta le cuesta mucho exportar?
—No sé, son otros productos, otros géneros. Nosotros en Los ricos no piden permiso hacemos un culebrón hecho y derecho, no es lo mismo.
—Acá vienen telenovelas de otros países. Las podemos importar, pero no exportar…
—Hay un tema de producción. Los brasileros o los turcos tienen mucha plata puesta encima. Son muy atractivas a nivel escenográfico, con historias maravillosas. Acá muchas veces los presupuestos son reducidos. En Los ricos... se invierte mucho y supongo que filmar está más caro, aunque no siempre inversión responde a calidad. Igual no manejo el tema. Imaginate que con La sangre de los árboles estoy en rojo todo el tiempo. Si hay algo que no sé es de números (ríe).
—En “Estocolmo” volvés a protagonizar después de “Malparida”. Pasaron seis años en el medio. ¿Te ves diferente como actriz?
—Obvio, pero también hay diferencias en los productos. En Malparida todo giraba en torno a mi personaje, era muy demandante y complejo. Fue-ron 11 meses, demarcados por el rating. En Estocolmo tuve 13 capítulos escritos y cerrados, en un contexto acotado, sin bajada de línea. No teníamos un canal detrás y pudimos hablar de temas muy difíciles como queríamos, crudamente. No había que matizar nada.
—¿Qué temas tocan con más libertad en una producción como ésa?
—Pudimos hablar de trata, drogas, promiscuidad, de los chanchullos que hay en la política o el periodismo… No hubo censura ni tuvimos el arma del rating para saber si un tema va bien o mal. Es un excelente producto, un lujo.
—Tu hija Ambar ya tiene 13 años. ¿Algo de todo eso lo charlás con mayor insistencia?
—Hablo libremente de todo. Soy una mamá con los pies en la tierra y sé las cosas que pasan. Ella es una niña que va a salir al mundo en breve, que no está exenta de nada, que toma el colectivo, que camina por la calle y también tiene a su mamá que la lleva todas las mañanas. Todo eso es su realidad. Ambar está creciendo y tiene la incertidumbre y las ganas de experimentar de cualquier ser humano en la tierra. Mi relación con ella es increíble, se habla todo lo que se quiera preguntar.
—¿La ves a ella y te ves a los 13?
—Es igual a mí. Hiper intempestiva y cariñosa. Es mucho más evolucionada emocionalmente que yo. Es una gran mujer.
—¿Qué creés que le puede incomodar más: verte en una escena de sexo como las que tenés en “Los ricos…” o que le lleguen cosas que se dicen de vos?
—Ambar no tiene redes sociales, pero la tiene muy clara. Se tuvo que enfrentar a situaciones muy duras y creo que lo que más le jode es que hablen sin saber. Lo que a todo el mundo, sólo que a veces ella tiene que aguantar ciertas injusticias por gente descriteriada.
—El año pasado comentabas que el chileno era más conservador que el argentino. ¿Después de ver las reacciones que produjeron algunos rumores sobre vos seguís pensando igual?
—Las individualidades son difíciles de meter en algún lado. Creo que Twitter hizo que la gente se exprese de manera muy impune, con poco contenido y análisis. Me dan mucha pena algunos comentarios que recibo, que a veces son súper agresivos. Me hacen pensar qué le habrá pasado a esa gente para que reaccione así. Podés opinar sobre una persona solamente si la co-nocés, y no por lo que muestra o no. Tengo una vida riquísima que no se muestra. Es lo que me define como ser humano.
“Es lindo ir a laburar a Pol-ka”
En el futuro inmediato está la gira para la que partieron el viernes a Colombia. Al Festival de Manizales se le sumó una fecha en el Teatro Popular de Medellín y no se amplió porque su compañera, Victoria Césperes, se incorpora a la adaptación de la obra inglesa Dinner. Por eso, Juana tendrá unos días para descansar del teatro y de las intensas jornadas de grabación en Pol-Ka de los últimos meses.
—¿Tu ingreso a “Los ricos no piden permiso obedece a la lógica de ser efectistas en busca de rating?
—No sé, no conozco los resultados. Entré porque tengo una agenda que me lo permite, porque el trabajo me mantiene ágil. 17 escenas de ocho libros distintos, de diferentes capítulos… Es una escuela y está buenísimo. Trabajo con este grupo de gente hace años. Es lindo ir a laburar a un lugar donde hice un buen nido.
—¿Cuánto de estereotipo hay en este culebrón?
—Todo. Ya no existen esas familias. No sé, creo que no…
—¿Nunca tuviste contacto con ese tipo de familias?
—Por ahí lo tuve, pero me resultan tan humanas que no me llaman la atención.
—A “Estocolmo” lo protagonizás junto a Esteban Lamothe, quien encabeza el elenco “Educando a Nina”, tu competencia en el prime time. ¿Viste algo de ese trabajo?
—No, pero sé cómo laburan Esteban y Griselda Siciliani. Sé en qué productora trabajan, así que obviamente van a hacer un buen producto. Hacemos dos ficciones de distintos géneros y me encanta que nos vaya bien a ambos. Estamos en canales diferentes, pero no lo considero competencia.