Ayer y como reacción inmediata a un comentario del Secretario de Estado John Kerry respecto de que Estados Unidos desistiría de la proclamada acción militar si Siria renunciara a sus arsenales químicos, Rusia, el principal aliado del régimen de Al-Assad, a través de su ministro de relaciones exteriores Sergei Lavrov, declaró que trabajará con el gobierno sirio en tal dirección. La propuesta rusa incluye no sólo poner los arsenales presentes bajo el control internacional sino también lograr a futuro su completa destrucción. Declaraciones de altos funcionarios sirios tales como el ministro de Relaciones Exteriores Al-Moallem indican que la propuesta ha tenido una repercusión positiva en el gobierno de Al-Assad.
Siria, que en forma reciente ha reconocido poseer arsenales químicos, es uno de los cinco países que aún no ha firmado la Convención de Armas Químicas que pone dichas armas fuera de la ley internacional. El gobierno de Estados Unidos acusó al régimen de Al-Assad de haber realizado un ataque químico el 21 de agosto en las afueras de Damasco en contra de su propia población, aunque las evidencias nunca fueron presentadas a la opinión pública.
La rápida reacción de Rusia abre claramente un horizonte de oportunidad, no sólo para evitar un ataque a Siria de consecuencias difíciles de estimar, sino también para permitir una salida honorable a los diferentes actores en el conflicto, y principalmente a los países proclives al uso de la fuerza por fuera de la ley internacional.
Como es sabido, una intervención como la propuesta por Estados Unidos, aún bajo argumentos humanitarios, debe basar su legalidad en el mandato conferido por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. En consecuencia, toda acción unilateral por fuera de tal mandato es claramente ilegal. Asimismo, los múltiples argumentos planteados para lograr si no legalidad, legitimidad y apoyo en la comunidad internacional también tuvieron un resultado pobre.
En este sentido, el devenir de los acontecimientos mostró que fueron pocos los gobiernos que acompañaron la iniciativa y que ninguno de ellos logró la aprobación interna para participar directamente de las acciones militares. La opinión pública tampoco acompañó el entusiasmo por la acción directa en ninguno de los países que promovieron la intervención, tanto en Estados Unidos, Francia y el Reino Unido, los sondeos han mostrado que gran parte de la ciudadanía se opone a tal procedimiento.
Analizando particularmente la situación en los Estados Unidos, el Congreso debería haber estado en condiciones de tomar una decisión para el 11 de septiembre, pero dicho debate a la luz de los últimos acontecimientos ha sido suspendido por tiempo indeterminado. El presidente Barack Obama sometió al Congreso la autorización para un ataque unilateral pero el nivel de apoyo ha sido muy reducido. En ambas cámaras, la polarización entre el sí y el no fue significativa alcanzando por igual a demócratas y republicanos, sin embargo según los últimos datos disponibles, las chances de lograr una votación favorable al ataque serían casi nulas. En vista de la situación planteada, la oportunidad que se abre no debería ser desperdiciada.
La remoción de las armas químicas en poder del gobierno, bajo un plan realista, traerá algo de alivio a la región pero dista de ser suficiente: es necesario encarar un esfuerzo sostenido para retirar también los agentes químicos en poder de los rebeldes. También se debe transitar con la supervisión de las Naciones Unidas los pasos políticos necesarios para la negociación de soluciones duraderas que den por terminada la guerra civil que ya ha cobrado más de 100.000 víctimas.
En este sentido es importante remarcar el rol esencial de Estados Unidos y Rusia, quienes deben trabajar cooperativamente para dar sustentabilidad a cualquier solución. Es también imprescindible lograr que los terceros países interesados se abstengan de seguir proveyendo recursos y financiamiento a las partes en conflicto con el fin de alimentar el mantenimiento de las hostilidades. Por el contrario, toda ayuda externa deber ser exclusivamente destinada a fines humanitarios, dada la extrema gravedad de la situación, no sólo en Siria sino en los países vecinos que ya han recibido un millón y medio de desplazados.
Finalmente, el trabajo conjunto de la comunidad internacional debe llevar a neutralizar en forma decidida las pretensiones de grupos terroristas tales como Al-Qaeda o Hezbollah que luchan en uno u otro bando buscando fortalecer sus estructuras a expensas del caos reinante para luego lograr su expansión global.
La oportunidad planteada es claramente beneficiosa para los actores principales involucrados en el conflicto. De llevarse adelante, Obama estaría en condiciones de evitar un muy probable revés en el Congreso que lo dejaría mal parado en el frente interno, a la vez que podría seguir capitalizando su firme posición condenatoria respecto de las armas químicas y su uso en el conflicto; Rusia, luego de haber vetado varias veces resoluciones del Consejo de Seguridad en contra del régimen de Al-Assad, ha mostrado su predisposición para la búsqueda de soluciones, que había fuertemente puesta en duda en el pasado. El régimen sirio, por otra parte puede evitar un ataque destinado claramente a erosionar su poder, el cual se verá por un tiempo preservado.
Si bien algunos otros protagonistas pueden no encontrar mayores beneficios en la situación es claro que la puesta de todas las armas químicas bajo control internacional y su erradicación del conflicto traerá aparejada una considerable reducción de las tensiones en la zona y una consecuente mejora de las condiciones de la población civil, todo lo cual deberá consolidarse progresivamente una vez que se inicie el camino de la negociación política de fondo que lleve a la solución definitiva para Siria.
(*) Presidente de la Fundación NPSGlobal