El secretario de Estado de los Estados Unidos, Rex Tillerson, llega hoy a la Argentina en el marco de su primera gira por Latinoamérica. Aunque viene en representación del gobierno de Donald Trump, Tillerson no es lo que se dice un hombre del riñón presidencial. Más bien lo contrario: en el último año, el jefe de la diplomacia estadounidense protagonizó varios choques con Trump, y la prensa de su país lo retrata como el funcionario del gabinete nacional que peor se lleva con el magnate.
Al igual que el propio Trump, Tillerson viene del mundo empresarial. Fue director ejecutivo de Exxon Mobil durante diez años, hasta que lo convocaron para dirigir el Departamento de Estado en 2016. Desde entonces se convirtió en el brazo ejecutor de una “reestructuración” del Departamento de Estado impulsada por la Casa Blanca, que los diplomáticos de carrera estadounidenses prefieren describir con palabras como “vaciamiento” o “desmantelamiento” del servicio exterior.
Según la American Foreign Service Association, el sindicato de los diplomáticos, el 60% de los embajadores de carrera estadounidenses abandonaron sus cargos desde que asumió Tillerson. A su vez, el gobierno federal propuso un recorte del 31% del presupuesto del Departamento de Estado y del 8% de su personal.
Pese a que Tillerson asumió el ajuste en su cartera como una causa propia –lo que le vale críticas de funcionarios y ex funcionarios que ven con angustia cómo se reduce el poder de fuego de la mayor estructura diplomática del mundo–, el secretario de Estado no cuenta en absoluto con el favor presidencial. Durante 2016, los chispazos entre Trump y Tillerson fueron frecuentes y más de una vez tomaron estado público.
Los operadores presidenciales se encargaron de esmerilar al funcionario filtrando a la prensa rumores de renuncia o despido que luego eran desmentidos. Trump y Tillerson incluso exhibieron sus desacuerdos sobre puntos cruciales de la política exterior de Washington. Esas tensiones llegaron a ser casi grotescas en torno a la “cuestión norcoreana”. En septiembre, Tillerson anunció que el gobierno estadounidense estaba haciendo esfuerzos para tender puentes diplomáticos con el régimen de Kim Jong-un. Pero Trump tuiteó de inmediato: “Le dije a nuestro maravilloso secretario de Estado que pierde el tiempo tratando de negociar con el ‘Pequeño Hombre Cohete’. Ahorre su energía, Rex, ¡haremos lo que haya que hacer!”.
Poco después de ese episodio, la cadena NBC News y otros medios revelaron que Tillerson había llamado “bobo” a Trump durante una reunión de gabinete en la que el mandatario no estaba presente. Consultado por la prensa, Tillerson no negó haber usado esas palabras, aunque luego sus voceros desmintieron que hubiera insultado al presidente. En cualquier caso, la respuesta de Trump fue incendiaria: “Creo que son fake news, pero si dijo eso, deberíamos compararnos en un test de coeficiente intelectual. Y puedo asegurar quién ganaría”.
Así las cosas, que Tillerson siga en funciones es un mérito en sí mismo. “Considerando que Tillerson proviene de una cultura corporativa jerárquica inadecuada para la formulación de políticas gubernamentales, y que parece ser un pragmático en desacuerdo con el presidente a quien sirve, él logró dos cosas sorprendentes –dijo a PERFIL el profesor Andrew Moravcsik, catedrático del Woodrow Wilson School of Public & International Affairs de la Universidad de Princeton–. La primera es simplemente haber sobrevivido a un primer año tumultuoso, lo cual no es poca cosa en Washington. Y la segunda es haber ayudado a mantener la política exterior tradicional estadounidense. Trump avanzó poco en la reformulación cabal de la política exterior que había prometido durante la campaña, y eso se debe, en parte, a Tillerson”.
Observadores y analistas coinciden en que Trump ya perdió a demasiados funcionarios de primera línea en el último año como para echar tan pronto a su secretario de Estado. Mientras tanto, Tillerson sigue conduciendo el Departamento de Estado con un estilo de liderazgo “introvertido” –según lo describió la revista The Atlantic, en un lapidario perfil titulado “El peor secretario de Estado del que se tenga memoria”– pero, hasta ahora, adecuado para resistir los embates que buscan desgastar su posición.
Ese es el hombre que llega hoy a la Argentina para hablar con Mauricio Macri en nombre del gobierno de Donald Trump.