Para Elvio Sánchez
En el video se ve a una niña en primer plano. Más atrás dos chicos, otra niña y al fondo un pequeño que no se distingue bien. A la derecha de la pantalla una mano, ¿de un niño o una niña?, apoyada en un tupper. Se preparan para almorzar. Están sentados en mesas de trabajo, muy distanciadas unas de otras, dispersas en un aula. Tienen diez años. En el momento que comienza el video, la niña que está en primer plano y el niño, mi sobrino, detrás de ella, tienen en la mano un sándwich, y cuando se escucha un murmullo, una indicación suave de la maestra, todos alzan con alegría las manos, a modo de saludo, y gritan: "bon appétit!". Fin del video: apenas cuatro segundos, que padres y madres recibieron ayer al mediodía a modo de informe de la situación.
Hoy hace un año que falleció Elvio en Madrid, amigo y compañero de trabajo. Entre su indisposición y la muerte transcurrieron unos pocos días en los que yo tuve que volar a Buenos Aires por un proyecto impostergable y, una vez allí, su mujer me dio la noticia a través de una llamada telefónica. Hoy, al cumplirse el aniversario, ella pretendía organizar una conversación a través de Zoom con todos los amigos y amigas de ambos. No pudo. Hacés bien, le dije. No es lo mismo el grupo, arropándola, con una copa en la mano, compartiendo una conversación amable y celebrando la memoria de alguien a quien queremos (el tiempo verbal es correcto), que,cruzando palabras, posiblemente por turnos, ¿qué remedio?, y después, pasados cuarenta minutos, o tal vez, cuarenta más, si se refresca la aplicación, después, todo se apaga. Y después.
El próximo 2 de junio se celebrará en Madrid un encuentro sobre la virtualización de la vida con los filósofos Marina Garcés y Jorge Riechmann y el físico Adrián Almazán. El encuentro será virtual (valga la paradoja) y viene precedido por un manifiesto, "La necesidad de luchar contra un mundo virtual", suscripto por los ponentes citados y trescientos firmantes más. Allí se expresa el asombro ante el aceleramiento del uso de dispositivos digitales con prácticas que se extenderán más allá de la pandemia, como "la continuidad de la docencia reglada que se ha hecho pasar por el ordenador, ignorando todas las voces médicas que recomiendan limitar la exposición de los niños a las pantallas", el teletrabajo como nueva modalidad de ámbito laboral y el estímulo desde los medios a tomar, resignadamente el aperitivo "juntos pero solos", por Skype, y descubrir a "creyentes deseosos de comulgar en Semana Santa a través de una pantalla". Esto último suena extraño pero la edición andaluza del periódico ABC, publicó una guía para comulgar en una misa por televisión (o desde la computadora o el celular).
Diario de la peste: el virus original
El politólogo John Gray dice que no vamos a despertarnos en el mismo mundo de antes y teme que sea un poco peor, citando Michel Houellebecq, quien ha dicho que estamos expuesto a un virus tan banal que ni siquiera se transmite sexualmente.
Hace algunos años pasé un verano en la costa atlántica de Irlanda, cerca de Clifden, lugar de colinas exageradamente verdes y acantilados abismales, indiferentes en su magnitud a la furia, también magna, del océano. Allí, en Clifden, el italiano
Marconi, a principios del siglo pasado hizo la primera conexión inalámbrica, "wireless", a través de las ondas con el continente que hay del otro lado. Houllebecq ha escrito un poema detenido en ese lugar, esa finisterrae, El largo camino a Clifden.
Escribe Houllebecq: "Al oeste de Clifden, promontorio/ Allá donde el cielo se convierte en agua/ Allá donde el agua se convierte en memoria/ Justo a orillas de un mundo nuevo".
"El oeste de la humanidad entera/ se encuentra en el camino de Clifden/ En el largo camino a Clifden/ Donde el hombre viene a dejar su pena/ Entre las olas y la luz".
MR/AB/FF