OPINIóN
Política

Alberto Fernández: de improvisador a un pequeño estadista

Puede que el título de este artículo lo confunda porque estaría dando a entender que el Presidente es un estadista cosa que no es cierto, pero me atrevo a mirar su actuar como si fuese uno.

El presidente Alberto Fernández.
El presidente Alberto Fernández. | NA

Puede que el título de este artículo lo confunda porque estaría dando a entender que Alberto Fernández es un estadista cosa que no es cierto, pero me atrevo a mirar su actuar como si fuese uno.

Los economistas Eric Maskin y Jean Tirole, definieron al político estadista como “politician with weak office-holding motive” -político con débil motivo para el cargo-. Esta definición, muy acotada, quiere decir que el estadista es aquel político que no tiene una necesidad personal de alimentarse del poder, sino que impera por tomar medidas aceptadas o no por la sociedad, para el bien común. Uno de los estadistas más reconocidos es Winston Churchill, por ejemplo.

Roque Fernández, ex Ministro de Economía, realizó un modelo sencillo donde diferenció al “oportunista impenitente” y al “estadista”. El primero es el político que siempre ejecuta acciones “populares” aún sabiendo que la decisión es contraproducente para el bienestar, su fin es retener el poder en las futuras elecciones. El estadista es todo lo contrario, ya que permanece leal a su ideología y lo único que busca es un proyecto a largo plazo que sea beneficioso para los ciudadanos. El economista utilizó la palabra “impenitente” para remarcar que los oportunistas nunca se autoproclaman responsables de sus actos, en otras palabras, nunca pagan los platos rotos.

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Por estas definiciones, no es óptimo calificar de oportunista impenitente o estadista a Alberto Fernández en lo que refiere a su respuesta a la pandemia del coronavirus. Por lo tanto, propongo una visión ideal de los hechos para su posible análisis.

Tanto el oportunista como el estadista, están informados a la hora de tomar una decisión política -léase “respuesta ante el coronavirus” en este caso-. No están instruidos perfectamente como en otros temas (esto explica por qué estadistas como Angela Merkel se han equivocado en sus medidas) pero sí lo suficiente como para saber qué determinación llevar a cabo.

¿Fase 1, sí o no? En Europa varios países han resuelto restricciones severas a la circulación de personas como respuesta a la pandemia, hasta evitar la presencialidad en los colegios. En Argentina, a partir del lunes 19 de abril se ejecutará una fase con restricciones a la circulación por 12 horas (de 20 a 8), cierre de centros comerciales, clases virtuales, entre otros. Esta fase sólo regirá para las ciudades críticas -detalladas en su discurso-, aunque Santa Fe (por ejemplo) ya determinó que no se adecuará a las medidas propuestas por el Presidente.

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Una parte de la sociedad, del “no-pueblo”, se manifestó en contra de la respuesta de A. Fernández a la pandemia. Se debe a un cansancio, sufrimiento y desconfianza generada por la cuarentena estricta que padeció Argentina el año pasado.

No fue una buena idea sostener una cuarentena como la del 2020, donde gran parte de los ciudadanos se agotaron y adolecieron consecuencias en sus bolsillos, en su formación académica, en su salud misma, entre otras. Es muy difícil para el Gobierno generar confianza con esta medida después de lo ya vivido. Realmente el deterioro en la vida de cada ciudadano es inmensurable y van desde lo físico, como hasta lo psíquico, de lo social hasta lo sexual. Es mucho más que la falsa dicotomía “salud-economía”.

Nunca se lo ha escuchado pedir disculpas al Presidente por tomar una determinación que sirvió para mediar contra el coronavirus pero que contrajo decenas de problemas más. Sin embargo, Alberto Fernández el 8 de abril exclamó “si tengo que perder una elección por esto la pierdo, pero quiero dormir en paz” haciendo referencia a que la respuesta de los ciudadanos se verá reflejada en las próximas elecciones legislativas.

Por la gran cantidad de contagios que se reportan por día y por la falta de camas en hospitales (en algunas ciudades), era previsible que el Presidente tome las mencionadas determinaciones. ¿Esto lo convierte en estadista? Para nada, pero lo aleja a penas un poco del sesgo oportunista que caracteriza a la clase política argentina. Es una medida impopular, nadie quiere padecer una cuarentena estricta, pero él cuenta con la información precisa para alertar a la sociedad que la “segunda ola” es peor de lo que se imaginaba.

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¿Dónde radica el problema? En la forma de expresar la decisión y de respetar a los ciudadanos. Si opta por ser un “padre salvador” que rete a la sociedad o por ser un gobernante que asume haberse equivocado pero que está convencido que la medida es acertada. No debe mentir, debe ser conciso y sin matices. Si se retrocede a Fase 1 será con principio y fin establecidos. No debe cometer el mismo error que con las vacunas cuando exclamó cifras de dosis que hasta ahora ni tenemos.

En su discurso podemos criticar decenas de frases desafortunadas y hasta ridículas, pero no debería sorprendernos. En síntesis, puede ser la primera vez donde Alberto se aleje un poco de la improvisación del “vamos viendo” aunque lamentablemente las disculpas no llegaron, como otras tantas cosas.


 

* Agustín N. Garetto. Periodista. IG: aggaretto.