OPINIóN
Columna

En México, el 2 de octubre no se olvida

El año 1968 fue de agitación estudiantil mundial. La juventud de los países del primer mundo manifiesta su oposición al mundo establecido con reclamos novedosos.

Plaza de las tres culturas, México
Plaza de las tres culturas, México | cedic

El año 1968 fue de agitación estudiantil mundial. La juventud de los países del primer mundo manifiesta su oposición al mundo establecido con reclamos novedosos, con frases como “Haga el amor, no la guerra” y “La imaginación al poder”, y en Latinoamérica con una canción: “Que vivan los estudiantes porque son la levadura del pan que saldrá del horno con toda su sabrosura…”.

En la ciudad de México todo se inició a fines del mes de julio, con una pelea entre estudiantes del nivel medio superior (4º, 5º y 6º años) dependientes del Instituto Politécnico Nacional y de la Universidad Nacional de México (UNAM) y un bazukazo destruye la puerta de la Escuela Preparatoria de San Ildefonso, una auténtica reliquia del arte barroco, lo que condujo a la intervención de las fuerzas del orden.

Miles de estudiantes y personal académico, respaldados por el rector de la Universidad Javier Barrios Sierra, protestaron por la restricción de la autonomía universitaria, exigiendo la libertad de los detenidos, el castigo a los responsables de la represión, el respeto de las libertades democráticas.

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En agosto otra multitudinaria manifestación reclamó ante el Palacio presidencial la libertad de presos políticos, entre otros el dirigente sindical Demetrio Vallejo, y la supresión de los cuerpos policiales represivos.

Y en septiembre otra llamada “del silencio”, en la que, según un participante, Luis Gonzalez de Alba, “Parecía que íbamos pisoteando toda la verborrea de los políticos, todos sus discursos, siempre los mismos, toda la demagogia, la retórica, el montonal de palabras que los hechos jamás respaldan, el chorro de mentiras; las íbamos barriendo bajo nuestros pies.”

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El Ejército invade la Ciudad Universitaria pese a la oposición del rector por considerarla “un acto excesivo de fuerza que nuestra casa de estudios no merecía”, quien posteriormente renunciará a la Junta de Gobierno de la UNAM porque “Los problemas de los jóvenes sólo pueden resolverse por la vía de la educación, jamás por la fuerza, la violencia o la corrupción.”

Como sus reclamos no fueron atendidos, el Comité Nacional de Huelga, previa consulta a las bases estudiantiles, convocó a una nueva movilización estudiantil el miércoles 2 de octubre, que culminaría en un mitin en la Plaza de las Tres Culturas.

Son miles. Marchan por calles y avenidas. Llevan pancartas, aplauden, silban, gritan, distribuyen volantes, escriben consignas en los vehículos de transporte público, juntan dinero, piden al pueblo que se les una, cantan el himno nacional, expresan su solidaridad con las luchas del magisterio y de los ferrocarrileros de 1958 y 1959, la revolución cubana y Vietnam.

Ya instalados en la Plaza, con todas las luces encendidas y las campanas de la Catedral echadas a vuelo, dispuestos a escuchar a los oradores una vez finalizada la lectura de nuevas adhesiones, cuando inesperadamente ven surgir en el cielo luces de bengala. Al desconcierto inicial le sigue una huida general.

Parecía que íbamos pisoteando toda la verborrea de los políticos, todos sus discursos, siempre los mismos, toda la demagogia, la retórica, el montonal de palabras que los hechos jamás respaldan, el chorro de mentiras; las íbamos barriendo bajo nuestros pie.

Según el Diccionario Enciclopédico de México, la matanza comenzó cuando unos empistolados identificados por un guante blanco, comenzaron a disparar desde el edificio Chihuahua, donde se levantaba la tribuna del mitin.

Durante una media hora interminable un intenso tiroteo barrió el lugar, gritos de dolor, llantos, aullidos, pedidos de auxilio, hasta que los de guante blanco se identificaron como pertenecientes al batallón Olimpia y se suspendió el fuego.

Los encabezados de los diarios del día siguiente señalan: “recio combate al dispersar el ejército un mitin de huelguistas; balacera entre francotiradores y el ejército, terroristas y soldados sostuvieron duro combate, muchos muertos y heridos…”.

Se preveían enfrentamientos con la policía, detenciones de estudiantes y profesores -algunos de los cuales pasaron dos años en prisión-, pero no muertos, cuya cantidad nunca fue precisada.

Octavio Paz, entonces embajador en la India y años después Premio Nobel de Literatura, renunciará a su cargo por la represión al movimiento estudiantil.

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Criticar al César no es criticar a Roma. Criticar a un gobierno no es criticar a un país”, declaró el escritor Carlos Fuentes.

Había belleza y luz en las almas/de los muchachos muertos. / Querían hacer de México morada/de justicia y verdad: /la libertad, el pan y el alfabeto/para los oprimidos y olvidados”, escribió el periodista José Alvarado.

El obispo de la ciudad de Cuernavaca, Sergio Méndez Arceo, en el mensaje de Navidad pide rogar “por los presos políticos como una forma de crear una conciencia nacional.”

La periodista italiana Oriana Fallaci, que había venido cubrir los Juegos Olímpicos, resultó herida y, apenas le dieron el alta en el hospital donde estaba internada, abandonó el país.

Algunos periodistas y fotógrafos mexicanos y extranjeros, que creían que al día siguiente de la matanza, cuando ésta tomara estado público, el país expresaría su repudio en las calles, se sintieron decepcionados porque fue un día normal, como si lo de Tlatelolco no hubiera existido.

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Si bien los estudiantes, en su mayoría de clase media, no habían logrado el apoyo de las organizaciones obreras y campesinas, -cuyos dirigentes pensaban que tendrían que estudiar para el bien del país y no andar perdiendo el tiempo en marchas callejeras y huelgas-, un sector importante de la comunidad académica universitaria asumió una actitud crítica hacia el sistema que la exteriorizaría en las aulas.

Días más tarde, el 12, se inauguraban los Juegos Olímpicos con la participación de más de 5000 atletas de 112 países, los primeros que tenían lugar en América Latina, y cuya realización demandara la construcción de la Villa Olímpica, el Palacio de los Deportes y el acondicionamiento del Estadio universitario, entre otras instalaciones.
En su informe de septiembre de 1969, el presidente Gustavo Díaz Ordaz  asumió “íntegramente la responsabilidad personal, ética, social, jurídica, política e histórica” de lo sucedido en Tlatelolco en octubre de 1968.