OPINIóN
Efemérides 9 de julio

Entre Ríos ante la emancipación y la organización nacional

“Con el vacío de poder quedó claro que la monarquía española estaba demasiado lejos para poder regir nuestros destinos pero también lo estaba Buenos Aires respecto de cada rincón del país” sostiene el autor. Siguieron 40 años de guerras fratricidas, contra España, los americanos y nuestras provincias.

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Sitio a Buenos Aires, el 6 de diciembre de 1852; flota de Justo José de Urquiza al mando de John Halstead Coe. | CEDOC

Platón, Aristóteles y Polibio, estudiando las constituciones de la Antigüedad, ya habían podido advertir con claridad que el gran desafío consistía en establecer una forma de gobierno adecuada y legítima para la sociedad que se proponía regir pero advirtieron también que los pueblos no lograban formas de gobierno estables sino que a cada forma de gobierno que alcanzaban le sucedía otra distinta, en un ciclo que se repetía, la anaciclosis, que –entendían- operaba como una constante universal.

Las formas puras (monarquía, aristocracia y democracia) se agotaban y devenían impuras pero también las formas impuras (tiranía, oligarquía y demagogia) se agotaban en algún momento y permitían el renacer de las formas puras.

El desafío constitucional, desde entonces, no solo consistió en alcanzar una constitución ideal o aceptada por la sociedad en un momento determinado sino también en lograr que duraren en el tiempo.

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Incluso, la República de Roma que duró setecientos años y que tanto admiraba Polibio por la mixtura de elementos y estamentos que había logrado articular, agonizó durante sus últimos doscientos años de guerra civil y dio lugar al Imperio, que duró cuatrocientos años en Occidente y casi mil quinientos en Oriente.

Juan Bautista Alberdi: el Oficial de Cumplimiento de la Constitución de 1853

La Edad Media, siguió en escala feudal la lógica imperial del más fuerte intentando dar continuidad al gobierno del rey imponiendo sucesores por vía sanguínea y hereditaria, sobre la base de una legitimidad de títulos que otorgaba el Vaticano, custodio último de las formalidades del imperio romano y de la autoridad divina.

Los Estados absolutistas de la Modernidad consolidaron ese modelo y su legitimidad fue lo que entró en jaque con las revoluciones del Atlántico Norte: La Revolución Norteamericana y la Revolución Francesa.

La Revolución Norteamericana fue una revolución en contra de la Metrópoli (independencia de 1776) seguida por la discusión interna respecto de la forma de gobierno que adoptarían para regirse las colonias recién emancipadas de la Corona Inglesa (Artículos de la Confederación 1776 a 1788 y la Constitución de Washington a partir de 1788-89).

El federalismo de Artigas y Alberdi

La Revolución Francesa, por su parte, fue una revolución puertas adentro, para encontrar una nueva forma de gobierno legítima. Nació monárquica (1789-1793), devino jacobina (1793), buscó formas intermedias y alternativas con el Directorio y el Consulado (1794 - 1804) y terminó Imperial (1804-1815).

Los argumentos desarrollados en ambas revoluciones fueron llegando a nuestra América Hispana a medida que se sucedían pero recién hicieron eclosión ante el vacío de poder que representó el arresto de Carlos IV y Fernando VII por las tropas de Napoleón.

La discusión en el Virreinato del Río de la Plata (creado en 1776) comenzó, al igual que en Francia, como una discusión sobre la forma de gobierno (Revolución de Mayo de 1810). Ambas fueron discusiones dentro de una monarquía pero no todos los argumentos fueron los mismos porque aquí no versó la discusión sobre qué debíamos hacer ante un rey en ejercicio sino ante un rey ausente.

La instauración de la Junta de Mayo, nuestro primer gobierno patrio, y la reacción de España abrieron inmediatamente la discusión sobre la centralidad que tendría la antigua capital virreinal, la hermana mayor, Buenos Aires, con el Interior así como la discusión sobre la fidelidad o traición al rey Fernando VII, sea en forma de independencia definitiva de España o sea por la adopción de una monarquía distinta a la de los Borbones; o sea por la adopción de una república a la norteamericana.

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Dicho en otras palabras, el vacío de poder de la corona española, hizo evidente que no bastaba con “ideas arraigadas” y “títulos y documentos” para ejercer el poder legítimamente en el Virreinato del Río de la Plata sino que era necesario también “estar presentes”.

Con el vacío de poder quedó claro que la monarquía española estaba demasiado lejos para poder regir nuestros destinos pero también lo estaba Buenos Aires respecto de cada rincón del país que estaba naciendo sobre los restos del virreinato.

Digerir esta discusión nos llevó 40 años, que abarcan primero la guerra fratricida contra España y luego la guerra fratricida entre los criollos. Paraguay se distanció en 1811, Bolivia en 1825 y Uruguay en 1828. Solo en 1853 logramos alcanzar un documento bajo el cual logramos instrumentar un proyecto de país y logramos articular las facultades de nuestro gobierno nacional con las facultades de los gobiernos provinciales.

Entre Ríos fue un protagonista que dejó una huella profunda en esa historia.

Es una historia compleja, no falta de heroísmos ni falta de mezquindades. Y es compleja, justamente, porque no se trata solo de tener las mejores ideas, ni los mejores documentos para avalarlas sino también que el proyecto soporte los embates del tiempo y obtenga el reconocimiento de unos y otros.

Entre Ríos no estuvo en el Congreso de Tucumán debido a las diferencias entre el Directorio y Artigas y especialmente por el rechazo de éste último a la invasión a Santa Fe"

Entre Ríos no estuvo en el Congreso de Tucumán debido a las diferencias entre el Directorio y Artigas y especialmente por el rechazo de éste último a la invasión a Santa Fe llevada a cabo por el Directorio. Pero a nadie le quedaban dudas, en julio de 1816, sobre el afán independentista de las provincias del Litoral y de la Banda Oriental. Su afán era evidente ya desde el “Grito de Asencio” en febrero de 1811 (liderado por Benavidez y Viera) y contundente y definitivo, desde la batalla de Las Piedras liderada por Artigas contra el virrey De Elío en Montevideo en 1811.

Con esos hechos consumados, ya no habría vuelta atrás en su relación con España, más allá de los armisticios que pudieran disponer y entender necesarios desde Buenos Aires. La primera instrucción de Artigas a los diputados orientales para la Asamblea del Año XIII (en 1813) fue pedir la “...declaración absoluta de la independencia de la Corona de España, y familia de los Borbones...”.

Las diferencias entre Artigas y el Directorio no pasaban por la independencia.

Abundan los defensores de uno y los detractores del otro pero visto en perspectiva lo único que resulta evidente es que la Liga (Federal) de los Pueblos Libres de Artigas fue un proyecto que fracasó y que la República de Entre Ríos de Ramírez, después, también fracasó. Fueron proyectos germinales y de vanguardia en muchos aspectos pero fugaces e insustentables. Pero no fueron los únicos en fracasar. Fracasaron también las Juntas, los Triunviratos y el Directorio así como los caudillajes de López, de Quiroga, de Rosas y de tantos otros después. Ninguno logró todos los objetivos que se propuso y algunos, quizás, ninguno.

La Constitución de 1853, con sus aciertos y desaciertos, fue la síntesis que logramos después de 40 años de batallas y desgarradoras desavenencias. Sus artículos están lejos de la letra de la Constitución que propiciaron Artigas y Ramírez pero no tanto, cabe decir, como quedaron las que propiciaron el Directorio en 1819 y el centralismo porteño en 1826.

Urquiza, que era entrerriano y padre de la Constitución Nacional, seguramente lo pensó en 1853 y también, en 1860, cuando se enfrentó, otra vez, a los límites que impone la realidad y la convivencia posible.

*Abogado de Biscardi & Asociados. Magister en Derecho Empresarial y Profesor de Derecho Constitucional