Al tiempo que, de manera insólita, por izquierda y por derecha, aún se hacen cabriolas verbales para no condenar la invasión a sangre y fuego en Ucrania, vale preguntarse desde la Argentina cuánto hoy valoramos la libertad, es decir, la vigencia de nuestras repúblicas democráticas.
Nuestra democracia se levantó sobre miles de muertos y desaparecidos que nos obligaron a comprender que las dictaduras no son la respuesta.
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Por eso cuesta entender qué pasa que no hay condenas más firmes y unánimes por parte de nuestra sociedad política, salvo las honrosas excepciones que llevaron a que el Obelisco luciera los colores de Ucrania.
Pero claro, algunos pueden decir, si Europa y los Estados Unidos reaccionaron con marcada anomia ¿por qué nosotros? en el medio de tribulaciones económicas y polarizados al extremo.
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Precisamente por eso, porque nuestra realidad es el resultado de haber sufrido todos los terrorismos que los modos autoritarios pueden infringir y porque esos mismos demonios despóticos nos socaban la democracia desde adentro. Además, porque sabemos desde 1833 lo que es la usurpación territorial.
Pero más que nada porque desde lo mejor de nuestra historia se nos interpela a vociferar en estos momentos ese grito sagrado: “Libertad”.