La escasa y lenta cooperación internacional ha sido uno de los elementos más relevantes en esta pandemia, cuyos resultados reflejan la necesidad de revertir esta situación, para disminuir la hecatombe sanitaria y para que, en el mediano plazo, se consolide una sociedad internacional que reduzca las inequidades del actual orden mundial, hasta ahora basado de manera exclusiva en los estados nación.
El sistema de naciones-estado ha demostrado ser ineficaz cuando los nacionalismos e impulsos autoritarios dominan a los actores principales, a pesar de los esfuerzos de las Naciones Unidas, la OMS y el fondo Covax, entre otros ejemplos que nos hacen extrañar el orden internacional liberal que empezó a debilitarse post los ataques de septiembre de 2001.
La Covid-19 ha acelerado los tiempos en casi todos los órdenes de la organización social y personal. Este salto en velocidad también es dable registrarlo en las relaciones exteriores, donde las ciudades cada día se acercan más a tener voz en la construcción de un orden internacional.
Los gobiernos subnacionales en especial las ciudades y municipios han tenido que lidiar con la pandemia frente a sus trabajadores de la salud, la educación y la seguridad de manera directa, vale decir como explicó Alexis de Tocqueville, el núcleo de los pueblos reside en el municipio y el coronavirus, lo confirmó. Más allá de reconocer que los estados-nación acapararon las negociaciones globales, pero por axioma están lejos de la gente.
Si bien el tipo ideal de cooperación internacional nunca será alcanzado, vale destacar que hoy sus componentes positivos pueden ser detectados en hechos concretos de la realidad, como es el caso de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
Así la CABA ha tomado el liderazgo en el grupo C40 contra el cambio climático, una red de una centena de ciudades que trabajan de manera cooperativa para que exista un futuro donde la prosperidad global sea equitativa y sustentable.
Ciudades compactas para reconstruirnos mejores
La urbe de todos los argentinos se encuentra en proceso de convertirse en el modelo de un distrito que coloca la calidad de vida bajo el concepto de “ciudades de 15 minutos” para que cada persona pueda satisfacer sus necesidades básicas, -ir al médico, estudiar, comprar, entretenerse- en ese lapso. Descentralizar actividades es vital para la emisión de carbono.
El tiempo de las ciudades como un factor de peso en las relaciones internacionales está cada día más presente. La rebelión de alcaldes y gobernadores demócratas que no acataron la decisión de Donald Trump de retirar a los Estados Unidos del Acuerdo de París ha permitido que Joe Biden pueda volver a sentar a su país a la mesa de negociaciones de forma armónica.
El autor de la Democracia en América señaló el motivo por el cual cada individuo sigue las normas en los gobiernos locales: “Obedece a la sociedad, no porque sea inferior a los que la dirigen, o menos capaz que otro a gobernarse a sí mismo; obedece a la sociedad; porque la unión con sus semejantes le parece útil”. Este contrato social del que su existencia se duda y se lo explica como un ideal, toma aquí forma real en las ciudades.
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Por eso, en sintonía con John Rawls vale llevar este contrato a lo internacional donde la cooperación “entre semejantes nos parecerá útil” y la próxima pandemia será derrotada con menos costos en vidas, en un mundo donde los valores de la cooperación sean impulsados por los gobiernos subnacionales casi a la par de los Estados nacionales.
Con la tristeza por las víctimas y la convicción de no bajar los brazos hasta que la pandemia sea erradicada, vale buscar luz al final del túnel, y trabajar para que en las próximas décadas los estados subnacionales consoliden su creciente predominancia en un sistema global que pasará del anacrónico realismo a una sociedad internacional en que la cooperación y los derechos humanos sean la norma y no la excepción.
* Guillermo García.