OPINIóN
Columna de la USAL

Política y medicina: la verdadera inmunidad

Nuestra particular coyuntura, sin lugar a dudas, no puede escapar al análisis de una relación que sobrepasó todo vínculo imaginable, ofreciendo una animada y sostenida interacción.

Alberto Fernández con Carla Vizzotti 20210413
Alberto Fernández con Carla Vizzotti | Cedoc Perfil

La influencia determinante de las fuerzas económicas en el desarrollo de la historia ha sido tema abordado por Marx y el alcance extremo de sus postulados sobre esta cuestión largamente discutido. Se me ocurre más pacífico el reconocimiento de la influencia que, a partir del desarrollo de los partidos políticos modernos y la masiva participación electoral, han tenido las decisiones políticas sobre la economía. Sin embargo, en el último año, como nunca, hemos visto una abrumadora relación ente Política y Medicina que pudo ser observada en todo el planeta, pero alcanzando en nuestro país una posición de privilegio. Nuestra particular coyuntura, sin lugar a dudas, no puede escapar al análisis de una relación que sobrepasó todo vínculo imaginable, ofreciendo una animada y sostenida interacción.

Es válido entonces preguntarse si ante la amenaza de la pandemia, las decisiones políticas debían medirse con fines electorales. Y puede aceptarse tal precaución, siempre dentro de las reglas democráticas, como contrapartida de un latente fracaso electoral ante la imposición de medidas irrazonables. Pero cuando las responsabilidades de gobierno se asumen en base a un acuerdo que lejos de contemplar el bien común esconde como fin esencial la inmunidad judicial, la ecuación quedará desdibujada y la instrumentación de las medidas inevitablemente subordinadas a las necesidades del forzoso pacto original.

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Así es que luego de muchas dudas y negaciones acerca de lo que ocurría en Europa, en menos de una semana el país iniciaba un largo confinamiento. ¿Qué fue lo que pasó? nos preguntábamos en un artículo anterior. Hoy, con una perspectiva mayor y con hechos consumados, no puede dudarse de una clara intencionalidad. A poco de manifestarse mundialmente el problema, dos bandos parecían vislumbrarse: los que privilegiaban la salud por sobre la economía y los que anteponían la economía asumiendo los riesgos. Intentando desconocer que, en realidad, la mayoría de los países buscaban un delicado equilibrio y quedaban fuera de este debate, tomar partido por uno de ellos daría sus frutos: serviría para “cerrar la grieta de adentro”, obteniendo el apoyo y reconocimiento inesperado que recibe un buen “piloto de tormentas”. Esto, a su vez,  impulsaría al Ejecutivo a tomar decisiones económicas que pudieran forzar la construcción de un nuevo modelo. También garantizaría la permanencia en el poder y  el control definitivo de la Justicia, cumpliendo con los objetivos del pacto. Y posiblemente hubiera un tercer objetivo: con la grieta cerrada, el nuevo liderazgo igualaría al de su vicepresidenta y conseguiría apartarse, aunque sea parcialmente, de alguna de sus intenciones. Más allá de revuelos internos, el nuevo escenario sería recibido con beneplácito por distintos sectores independientes en una suerte de gran alivio transversal.

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La pregunta ahora sería ¿Qué fue lo que falló?¿Un mal asesoramiento político? No exactamente. El plan se respaldaba en el asesoramiento de una medicina que, más allá de poder criticar su pensamiento tradicional al enfrentar la pandemia, no podía dejar de esconder su evidente “carácter militante”. Esa característica en el obrar le quitó toda posibilidad de darle al tratamiento dela pandemia un asesoramiento integral, ya que la obsecuencia del militante desprecia compartir los logros que puede ofrecer a sus jefes. El fracaso de las medidas se vio reflejado en las encuestas, naufragando así las intenciones arriba mencionadas. Esto provocaría las siguientes nuevas cepas y mutaciones: la figura de la vicepresidente fue tomando cada vez más protagonismo; las medidas económicas y el avance sobre la Justicia, cada vez más arbitrariedad. Y la imagen del presidente, en notorio descenso, al convertirse de emotivo amigo conciliador a enfadado y encendido polemista.

 

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El arribo del primer lote de vacunas y su posterior aprobación despertó nuevas ilusiones en la dirigencia oficial. Había que olvidar la cuarentena. Ahora, era el tiempo de la economía y se podían recuperar las clases. Ahora, la medicina militante aseguraba que lo importante era la responsabilidad individual y la distancia. Ahora, era recomendable la actividad física al aire libre. Ahora, los jóvenes y niños no contagiaban, cuando unas pocas semanas antes podían en riesgo la salud de sus abuelos.

Todo eso podía quedar atrás y quizás se estaría a tiempo, entonces, de retomar la agenda de conciliación. Pero el mismo día en que el presidente llamaba a la unidad en su exposición ante el Consejo Económico y Social solicitando “ponerse en el lugar del otro”, allegados al gobierno “ocupaban el lugar del otro”, es decir, el lugar de los esenciales en la tan esperada vacunación y pasaron a convertirse, escándalo mediante, en “personal estratégico”, a través de una curiosa e improvisada interpretación. Nuevamente la intencionalidad quedó al descubierto y las excusas insuficientes: los responsables de la expansión de la pandemia, aquellos que se opusieron a la cuarentena, ahora se oponían al programa de vacunación y era a quienes había que convencer. Pero no alcanzó esta vez para persuadir a la población, cuya paciencia parece agotarse mucho antes que nuestro enemigo viral.

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El desarrollo de la segunda ola se debatirá, seguramente, en esa ambigüedad entre la cordialidad del poder aparente y las reacciones impulsadas por la intolerancia y las necesidades de quien ejerce el poder real. Nuevamente, la población deberá estar alerta y a prudente distancia de una dirigencia emocional. Si las dosis de vacunación vienen acompañadas del placebo de los acuerdos sectoriales y de la emisión con un fin puramente electoral, el riesgo de caer ante un nuevo confinamiento, ya no estará vinculado con las estadísticas de la infección. Esta vez, la cuarentena eterna será el vano intento de ejercer  aquellos derechos que ya no podremos invocar por no haber generado los anticuerpos que los resguarden. Y en una democracia representativa, sin lugar a dudas, tal falencia se manifiesta desde el mismo momento del acto electoral. La verdadera inmunización, entonces, será la de lograr el regreso a “una nueva normalidad institucional”Y si bien parece exagerado comparar el actual proceso con las  monarquías absolutas que precedieron nuestros derechos constitucionales, de no lograr esa verdadera inmunización,  de manifestarse nuevamente esa falta de anticuerpos, seguiremos viendo, con estupor, recibir la vacunación como si se tratara de una “gracia real” y no como un derecho y obligación del Estado. Podrá, además, la sociedad haber superado el Covid, pero llegando a asimilar, en ese tiempo, la peor carga viral: la de ver que nuestra persona y nuestros derechos, como en aquellos viejos regímenes, quedan sujetos al capricho de una sola persona. Y llegado ese momento, ya no habrá médicos, ni medicinas, ni vacunas que nos puedan proteger.


* Dr. Horacio Glade. Abogado- Profesor de Derecho Político y Académico USAL.