OPINIóN
Historia política

Emilio Mariano Jáuregui y Augusto Timoteo Vandor: vidas divergentes, muertes paralelas

Fueron asesinados trágicamente el 27 y 30 de junio de 1969. Sus muertes, de algún modo, preanunciaron la tragedia que envolvería a la Argentina en la década siguiente.

Augusto Timoteo Vandor  Emilio Mariano Jáuregui 20210629
Augusto Timoteo Vandor Emilio Mariano Jáuregui | REDES SOCIALES

Un breve recorrido por las vidas de Emilio Mariano Jáuregui y Augusto Timoteo Vandor que fueron trágicamente asesinados el 27 y 30 de junio de 1969 respectivamente.

Uno, Vandor, de orígenes sociales modestos, fue el máximo dirigente sindical de la década de 1960 y llegó a discutirle el poder al mismísimo Juan Perón.

Augusto Timoteo Vandor Emilio Mariano Jáuregui 20210629
Augusto Timoteo Vandor.

 

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El otro, Jáuregui, proveniente de una familia patricia, rompió con su clase, abrazó la Revolución Cubana y peleó por la emancipación de los trabajadores. Ambas muertes, de algún modo, preanunciaron la tragedia que envolvió a la Argentina en la década siguiente.

Augusto Timoteo Vandor Emilio Mariano Jáuregui 20210629
Emilio Mariano Jáuregui.

 

Como periodista [Emilio Jáuregui] tuvo durante las luchas desarrolladas en los diarios "La Nación", "Critica" y "El Siglo", una destacada participación, ganada por su capacidad y fidelidad a la causa de los trabajadores, Y si Emilio simboliza la perspectiva luminosa del sindicalismo revolucionario, Vandor representó, por así decirlo, la otra cara de la moneda. En vida fue el principal agente de la dictadura y su más hábil colaborador en el movimiento obrero, auspiciando al diálogo y la colaboración con los que hambrean al pueblo, y poniendo la CGT a su servicio. Levantar las banderas que enarboló Emilio, es escupir sobre la tumba del traidor del cual los trabajadores nada tenemos que aprender y sí todo que despreciar”.

                                                                                                                        Revista Norte Obrero n° 6, Junio 1970.

 

[Augusto Timoteo Vandor] fue un profeta ya que... luchó y murió para restablecer en nuestra patria el imperio de la justicia social, la eliminación de los privilegios y la burla a la voluntad popular”. Ricardo Otero, Vandor. Bandera de liberación. 1970.

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¿A quién debemos creerle a la hora de definir a Vandor? ¿A los redactores de Norte Obrero que lo consideraban un traidor a la clase trabajadora? ¿O, por el contrario, al metalúrgico -y Ministro de Trabajo de tres gobiernos peronistas- Ricardo Otero, que afirmaba que fue un “paladín auténtico de multitudes”? ¿Y con respecto a Jáuregui? ¿Damos crédito a las versiones que destacan su lucha pacífica e incansable por el proletariado y que no atinó a defenderse cuando resultó acribillado por la Policía Federal durante una marcha en repudio a la visita del magnate norteamericano David Rockefeller? ¿O atendemos a esas versiones que lo definen como un “proto subversivo”, que participó en el incendio de varios supermercados Minimax -propiedad del mencionado magnate- y que antes de ser asesinado por la Policía Federal vació el cargador de su arma contra los oficiales?

Es preciso señalar que la función de los historiadores e historiadoras no es “buscar la verdad” (¿hay una verdad?¿hay múltiples verdades?), sino contribuir, con su relato, a que cada lector y lectora pueda formarse su propia opinión y pensamiento. Antes de pasar a analizar las vidas de Vandor y Jáuregui, permítaseme una serie de aclaraciones: 1) No pregono la tan mentada “objetividad” del historiador. Objetivo es que las vacunas salvan vidas y que la tierra es redonda. En la ciencia histórica hay hechos y hay diferentes interpretaciones sobre esos hechos; 2) Nadie escribe de manera “aséptica”. Siempre se escribe desde un lugar -un palacio, un rancho, un monoambiente-; desde una historia que nos precede, con experiencias que arrastramos al momento de sentarnos a pensar ya escribir. En suma: 3) NO existe la objetividad. SÍ existe la honestidad intelectual. Así, hay que leer todo: autores con los que coincidimos y aquellos con los que no; documentos que nos confirman una cosa y aquellos que refutan nuestras percepciones. Luego, con todo ese bagaje, debemos formarnos nuestro propio pensamiento. Por supuesto, es un ejercicio más arduo (aclaro que “arduo” es levantarse a las cinco de la mañana para ir a la fábrica o para empujar un carro) que comprarse el paquetito ya cerrado, que nos explica todo: quiénes son los buenos; quiénes son los malos; adónde debemos ubicarnos nosotros y a otra cosa.

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Augusto Timoteo Vandor (1923-1969)

Como indica el documentado trabajo Saludos a Vandor. Vida, leyenda y muerte de un lobo, de Fabian Bosoer y Santiago Senén González, Vandor nació el 23 de febrero de 1923 en Colonia Bovril, al noroeste de la provincia de Entre Ríos, a cuatrocientos kilómetros de Paraná. Vandor, junto con sus padres inmigrantes y dos hermanas, vivieron en una casita muy humilde (en una de las piezas vendían cuadernos escolares, golosinas y chucherías).

Al comenzar la década de 1940, Augusto Timoteo trabajó en una fundición en Rosario; poco después se mudó a Buenos Aires e ingresó en la ESMA (Escuela de Mecánica de la Armada). De este modo, durante seis años navegó por el mundo en un barco de guerra como mecánico ajustador.

En 1948, con 25 años recién cumplidos, puso los pies en la tierra e ingresó en la fábrica Philips, ubicada en el barrio de Saavedra de la Capital Federal. En el marco del proceso industrial sustitutivo de importaciones iniciado en la década de 1930, profundizado y apoyado desde el Estado peronista en los años 40’, la empresa Philips producía heladeras, tostadoras, estufas, lámparas y electrodomésticos.

En Philips, Vandor encontró dos cosas: su vocación por la lucha sindical y el amor de su vida, Elida María Curone, que -afirman- quedó seducida por aquel hombre alto, de aspecto físico macizo, muy serio, cuyos ojos azules desplegaban una mirada fría y penetrante. Vandor fue delegado en la fábrica, empezó a escalar posiciones en la UOM (Unión Obrera Metalúrgica) y participó activamente en las importantes huelgas metalúrgicas de abril a junio de 1954. Recordemos que tras varios años de bonanza (antecedidos de largas décadas de penurias y miserias obreras), el presidente Perón había convocado a la clase trabajadora a “producir, producir, producir”, y a reducir los niveles de consumo, afirmando que la “productividad conjunta del capital y del trabajo sería el requisito previo para el incremento de los salarios”.

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En septiembre de 1955 un golpe militar autodenominado Revolución Libertadora eyectó a Perón del poder e inició un proceso de “desperonización” de la sociedad argentina: exilio del líder del movimiento; prohibición de nombrar las palabras “Perón” y “Evita”; encarcelamiento de miles de dirigentes peronistas; ocupación de la CGT (Confederación General del Trabajo) y de los sindicatos por parte de los comandos civiles; prohibición del peronismo en las elecciones y secuestro y vejación del cadáver de Eva. Asimismo, en el plano laboral, el gobierno militar y el empresariado “ajustaron las clavijas” con los trabajadores, quitándoles derechos; congelando salarios a bayonetazos y “racionalizando” la producción.

Esta andanada de ataques contra la clase obrera generó la llamada “Resistencia Peronista”, que fue inorgánica y descentralizada y consistió en pequeños (y miles de) intentos de erosionar a la dictadura militar (panfletos, caños, destrucción de máquinas, huelgas, etc.). Vandor participó activamente en la resistencia por lo cual fue despedido de Philips y lo enviaron a la cárcel por seis meses (nota a píe: muchos de los “burócratas sindicales” de la década de 1970 que cayeron bajo las balas de la guerrilla peronista Montoneros, décadas atrás se habían jugado la vida y conocieron la cárcel, luchando por Perón). 

Con el fin de la dictadura “libertadora” y la llegada de Arturo Frondizi a la presidencia, el “Lobo” Vandor (según Bosoer y Senén González, el apodo se lo colocaron por un romance con una activista sindical de Philips, que usaba una caperuza roja; otras voces afirman que era por su personalidad, que no perdonaba a sus contrincantes, los trataba como un lobo a sus presas y se ensañaba con ellas), llegó a ser Secretario General de la UOM y líder de las 62 Organizaciones peronistas. Según narran sus contemporáneos, Vandor nunca se interesó por los esquemas ideológicos y tenía un gran pragmatismo, sintetizado en la consigna “golpear para negociar”. Así, ese pragmatismo lo llevó a impulsar el “Plan de Lucha” de 1964, durante el débil gobierno de Arturo Illia, que consistió en la ocupación de más de once mil fábricas y también a estar en la asunción en 1966, del dictador Juan Carlos Onganía, primer presidente de facto de la autodenominada Revolución Argentina.

Su relación con Perón fue muy tirante y en varias ocasiones “desobedeció” las órdenes enviadas desde Madrid; en 1964 organizó el regreso del líder exiliado pero el avión fue detenido en Río de Janeiro y obligado a retornar a Madrid. A partir de ese fracaso, Vandor proclamó el “peronismo sin Perón”, que éste desactivó rápidamente cuando en octubre de 1965 envió a la Argentina a su tercera esposa Isabelita. Así, la estrella de Vandor comenzó a apagarse: su relación con Perón se había quebrado y en el frente sindical surgieron distintas corrientes. Por un lado, los “participacionistas” que apoyaban sin miramientos al dictador Onganía. Pero más importante aún, aparece la CGTA (CGT de los Argentinos), un sindicalismo combativo, permeado por las ideas de izquierda y anticapitalistas, que veían en el “Lobo” Vandor a un enemigo, a un traidor a la clase obrera.

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Ricardo Otero, allegado a Vandor, afirma que éste, antes de su trágico final, se reconcilió con Perón en una reunión secreta en Irún, un pueblito de España cercano a la frontera con Francia. Las dos figuras -narra Otero- “enfrentadas incomprensiblemente se confunden en un abrazo fuerte, feroz, como queriendo romper hasta el más fino hilo de la separación, VANDOR (sic) llora lágrimas de hombre que ve a su lado al ídolo de toda su vida”.

El 30 de Junio de 1969, en una Argentina todavía conmocionada por las llamas humeantes del Córdobazo y la feroz represión policial que acabó con la vida de Emiliano Jáuregui (como veremos enseguida), el Lobo Vandor llegó al local de la UOM, ubicado en la calle La Rioja 1495 de la Capital Federal. Hacía mucho frío esa mañana, por eso, Vandor se preparó unos mates, ingresó a su oficina y llamó por teléfono al dirigente Antonio Cafiero. Había muchas cosas que conversar: la situación social; un paro convocado por la CGTA; el creciente malestar obrero, etc. Al rato, como narra el historiador Felipe Pigna, un comando de cinco personas, simulando ser agentes de la Justicia y de la Policía irrumpieron en el local, se dirigieron a la oficina del Lobo y lo descosieron a balazos. También, arrojaron una bomba que destruyó parcialmente el local. En ese momento, ninguna agrupación se adjudicó el crimen; recién en febrero de 1971, un desconocido Ejército Nacional Revolucionario reconoció su autoría en el “ajusticiamiento del traidor”, a través del Operativo Judas. En un largo comunicado enviado a la prensa, Vandor fue acusado, entre otras cosas, de colaboración con los gobiernos semidemocráticos de Frondizi y la dictadura de Onganía; por sus vinculaciones con la CIA (Central de Inteligencia Americana), por el fracaso del operativo retorno de Perón en 1964; por haber traicionado “heroicas” huelgas obreras y un largo etcétera. El comunicado finalizaba afirmando que “los traidores al movimiento obrero son doblemente Judas, traicionan al Movimiento Nacional Peronista y traicionan a la propia clase obrera de la que surgen”.

 

Emilio Mariano Jáuregui (1940-1969)

A diferencia del origen obrero del Lobo Vandor, Jáuregui, nacido en Buenos Aires el 26 de febrero de 1940, proviene de una familia de alta alcurnia, que se remonta a los orígenes de la nación argentina, puesto que era descendiente de Cornelio Saavedra, de Vicente López y Planes (autor del Himno Nacional Argentino) y de Federico Pinedo. El padre de Emilio era diplomático y parecía que éste seguiría el mismo camino tras graduarse como bachiller en Ciencias en París. Pero Emilio, como afirma el poeta Andrés Rivera en un libro homenaje, eligió cortar con su clase de origen, con la previsible comodidad de una vida burguesa y abrazó los ideales revolucionarios y la lucha por los más humildes y desposeídos

Así, Jáuregui comenzó a formarse en el marxismo e ingresó al PC (Partido Comunista), al tiempo que se ganaba la vida como periodista y llegó a ser Secretario General de la Federación Nacional de Sindicatos de Prensa.

A mediados de la década de 1960, su vida dio un vuelco: rompió con el anquilosado PC que hacía tiempo había abandonado todo proyecto de transformación revolucionaria y visitó (y se fascinó con) la Cuba castrista, China, Vietnam del Norte y Checoslovaquia. En junio de 1966, al producirse el golpe de Onganía, fue desplazado del Sindicato de Prensa y profundizó su militancia revolucionaria. Comenzó a acercarse a los sectores de izquierda del peronismo nucleados en la CGTA (aquellos que detestaban a Vandor) y a participar en la publicación “Cristianismo y Revolución” (otros autores marcan su participación en Vanguardia Comunista, una escisión del PC). Por otro lado, Jáuregui se casó con Ana María Nicodemi con la que tuvo a su hija Mariana Eva (que tenía 8 meses cuando su padre fue vilmente asesinado).

Como vimos anteriormente, para junio de 1969, la Argentina era un polvorín. En ese contexto, la visita del magnate David Rockefeller -enviado por el presidente norteamericano Richard Nixon- no hizo más que echar nafta al fuego. Cabe recordar que Rockefeller era el gobernador del estado de Nueva York, prominente figura del Partido Republicano y dueño, en la Argentina, de la cadena de supermercados Minimax.

¿Tuvo apoyo popular la guerrilla en la Argentina? 

La visita fue ampliamente repudiada: por ejemplo, un famoso poeta denunció los viajes de “Cristóbal Rockefeller”, el periódico de la CGTA (dirigido por Rodolfo Walsh) publicó en su portada “Malvenido Mister Rockefeller” y la Sociedad Argentina de Artistas Plásticos, organizó una muestra en repudio. Una de las obras exhibidas era una rata vestida con una bandera norteamericana con la leyenda “haga patria mate a la rata”. Por otro lado, el día anterior a la llegada del norteamericano, fueron incendiados, de manera simultánea, 17 supermercados Minimax y 8 quedaron totalmente destruidos, produciéndose pérdidas millonarias.

El 27 de junio los sectores combativos del peronismo organizaron una manifestación contra Rockefeller y Jáuregui, marchó, contento, sin saberlo, hacia su muerte.

En el libro Héroes. Historias de la Argentina revolucionaria, Ernesto Jauretche y Gregorio Levenson, afirman que Jáuregui “estaba marcado” por la policía, que lo estaban buscando, por eso le advirtieron que no fuese a la manifestación pero no hizo caso. A las 19 horas, se calzó su campera oscura, pasó por la verdulería de San Luis y Larrea y se incorporó a las columnas que marchaban hacia Plaza Once. A las 20.10, informaba la prensa, Jáuregui fue perseguido por personas que se desprendieron de las columnas que marchaban (es decir, infiltrados), y en Tucumán y Anchorena fue acorralado y acribillado a balazos. Incluso se hizo un inexpugnable cordón policial para evitar que sea atendido. Jáuregui murió desangrado en plena calle. Sus restos fueron velados en la sede de la CGTA (Paseo Colón al 700). Al día siguiente, el diario Clarín informó, lacónicamente, “Un muerto y un herido grave en los incidentes de anoche”.

 

Vandor y Jáuregui: similitudes y diferencias

¿Es posible realizar algunas comparaciones entre Vandor y Jáuregui? Si bien hay más de quince años entre el nacimiento de uno y el otro, podríamos afirmar que pertenecieron a una misma generación (los estudiosos afirman que entre generación y generación deben transcurrir 25 años); que ambos fueron atravesados por hechos impactantes: la proscripción del peronismo; el mundo bipolar; la Revolución Cubana; el Concilio Vaticano II; etc. Ambos fueron dirigentes sindicales: uno en el poderoso gremio metalúrgico; el otro, en el periodismo gráfico.

Uno, Vandor, fue peronista, pero más que nada, un pragmático. El otro, con una sólida formación marxista, antes de su final, se acercó al peronismo. Ambos visitaron Cuba: Vandor, en octubre de 1961, observó con gran curiosidad la experiencia revolucionaria pero sabía que era impensable aplicar ese proceso en la Argentina. En el viaje, Vandor fue recibido por Ernesto “Che” Guevara, tomaron mate y conversaron largas horas. Según testigos, Guevara afirmó que “tiene pasta, es el único dirigente sindical que puede arrastrar a las masas” y el Lobo quedó seducido por la personalidad del Che.

En el caso de Jáuregui, ya señalamos la fascinación que generó su viaje a la isla y la posibilidad de replicar esa experiencia en la Argentina. Asimismo, mientras que Vandor asistió a la asunción del dictador Onganía, Jáuregui fue cesanteado durante ese gobierno. Uno fue asesinado en una protesta contra Rockefeller, el otro fue elogiado por el multimillonario que lo definió como un líder obrero “de gran fuerza y popularidad” (por esas paradojas, Guevara y Rockefeller, tan diferentes, parecían coincidir en esa apreciación). Por último, uno, Jáuregui fue acribillado a balazos por el Estado, por la Policía Federal Argentina. El otro, Vandor, fue fríamente asesinado por un ignoto grupo guerrillero. Nunca se supo quiénes mataron a ambos. No hay culpables. No hay condenados. Sus muertes siguen impunes.