Madrid es hoy el principal foco de infección en Europa . El axioma que sentencia que la tragedia se repite en farsa pide un reparo aquí. El escenario político que acompaña a la curva ascendente de contagios e infortunios, la farsa, observa indolente el déficit sanitario, el infortunio social y la lista de decesos.
Una vez terminada la cuarentena en Madrid, después de que el Gobierno de la comunidad ejerciera una oposición feroz a la Moncloa para recuperar su autonomía y llevar el control de la crisis. una vez conseguido ha llegado a un nivel de ineficacia pocas veces visto. Se prometieron rastreadores que nunca llegaron; no se contrató personal sanitario para reforzar el arribo de la segunda ola, es más, no se renovó a los que se incorporaron en la emergencia; de manera insensata, el criterio económico que tiene por bandera el laissez faire se llevó al terreno sanitario.
Este jueves, finalmente, después de que Madrid tirarara la toalla, el presidente Pedro Sánchez tomó cartas en el asunto. La torpeza de creer que la política no es necesaria y que nada debe obstaculizar el funcionamiento del mercado, tal como los demuestran Donald Trump y Jair Bolsonaro, tiene una versión local en la presidenta Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid. Es curioso que, en Galicia, comunidad también gobernada por los conservadores ostentan cifras más contenidas y un control firme de la situación. Nuñez Feijoo, el presidente gallego separa pragmáticamente el campo sanitario del mercado y, con pulso político, permite la actividad económica sin perder el control de la pandemia.
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Asturias y La Rioja son otros dos casos para observar con detenimiento. En ambas regiones el sistema sanitario funciona con altos criterios de eficacia. Hay personal médico suficiente y se han destinado recursos para atender a los habitantes desde los centros primarios a los hospitales, con pruebas a la población y rastreadores. Sin embargo, mientras que Asturias está en las cifras más bajas de España, La Rioja se ubica entre las más altas, con un 90% de las plazas de terapia intensiva ocupadas. La presidenta de La Rioja, Concepción Andreu, lo adjudica a las reuniones familiares la relajación social como principal causa. «No podemos poner un policía detrás de cada ciudadano», argumenta Andreu . Si bien en Asturias la vigilancia y el control son más estrechos, es verdad que también existe una atmósfera de concienciación más profundo.
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Se diría, pasando la mirada de una comunidad a otra –cada una un mundo a pesar de que integran, a su manera, un mismo país– que indudablemente la complejidad no es tanto el manejo de la pandemia, el objeto que nos ocupa, sino lo compleja que se ha vuelto la democracia ante la diversidad social y la gobernanza económica global.
Desde el paroxismo del laissez faire de Madrid, de dejar que el sistema sanitario se acomode al libre albedrío de la pandemia sin importunar al mercado, al criterio de La Rioja de poner a disposición de los ciudadanos un programa de sanidad pública eficaz, pero sin capacidad política para crear una convivencia comunitaria de cuidados mutuos: en algún lugar se interrumpió la conversación. No solo en Europa.
A finales de marzo, con la pandemia desatada en el mundo, en pleno confinamiento, la revista Politico hizo una encuesta entre treinta pensadores a nivel global. Vale la pena, ahora, estando como están las cosas, volver a su lectura.
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El politólogo Mark Lawrence Schrad de la Universidad de Villanova en Pensilvania, auguraba un nuevo patriotismo en Estados Unidos, que se desplazaría de las fuerzas armadas a las civiles: personal sanitario, docentes, farmacéuticos, pequeñas empresas y comercios. La patria, de la desmilitarización a la civilización.
lo compleja que se ha vuelto la democracia ante la diversidad social y la gobernanza económica global.
Peter Coleman, psicólogo de la Universidad de Columbia, preveía el fin de la polarización, la agonía de la «grieta» para enfrentar un enemigo común y un despliegue de una «onda expansiva política», apoyándose en experiencias traumáticas anteriores de los Estados Unidos. Escribía Coleman en marzo: «El tiempo para el cambio está claramente madurando».
La voz de Eric Klinenberg, profesor de sociología y director del Instituto de Conocimiento Público de la Universidad de Nueva York, parece la de un pastor: «la pademia nos obligará a reconsiderar quiénes somos y qué valoramos, y, a largo plazo, podría ayudarnos a redescubrir la mejor versión de nosotros mismos».
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Jonathan Rauch, escritor, colaborador de The Atlantic y miembro senior de la Brookings Institution aventura: «La gente está encontrando nuevas formas de conectarse y apoyarse mutuamente en la adversidad; seguro que exigirán cambios importantes en el sistema de atención de salud y tal vez también en el gobierno; y tomarán una nueva conciencia de la interdependencia y la comunidad. No puedo predecir los efectos precisos, pero estoy seguro de que los veremos durante años».
Son solo algunas voces. Ni ingenuas ni torpes. Si hacen sonreír es porque un movimiento de autodefensa nos lleva a eludir la tragedia. Tal vez la ingenuidad, de ellos y nuestra, venga por el miedo que abrigamos. Ante la pandemia y la complejidad, cada vez mayor, de nuestras relaciones en las sociedades que integramos. Porque de momento, no nos entendemos.