OPINIóN
Estado de ánimo

La soledad, ¿una buena compañía o un padecimiento?

Puede ser un estado complejo pero también propiciar un diálogo interior para sentir y revisar la vida que venimos viviendo, para mirarnos dentro, para confrontarnos, y en el mejor de los casos, para encontrarnos con lo que realmente somos y deseamos ser.

Soledad
Soledad | Simona Robová / Pixabay

La soledad no tiene buena prensa. Siempre se habla de dos o más, de familia, de amigos y amigas, de la importancia de lo grupal. El imperativo social impulsa a no estar solos ni solas, impone buscar compañía, estar en pareja, generar encuentros sea como sea. Y cuando la soledad tiene propaganda es sponsoreada por los profetas de turno, guías espirituales y consejeros que quieren enseñarnos cómo transitar la vida. Pero cada existir es una experiencia única e intransferible, una aventura sin mapas, y nadie puede ni debe decirnos por dónde hay que ir, de lo contrario no viviríamos nuestra vida sino el camino trazado por un Fulano con vicios de profeta.

La soledad puede ser un problema y generar sufrimientos psíquicos cuando no es elegida sino que es el resultado de alguna circunstancia: una pareja que se acaba de desarmar. Una mujer o un hombre que por distintas problemáticas familiares se quedó sin red de contención, desconectada o desconectado de los afectos. O, en el tránsito por una enfermedad, mucho más durante este tiempo signado por el coronavirus, que ha imposibilitado encuentros íntimos y sanadores, y a cambio estableció la distancia social, la falta de contacto físico y expresivo, la virtualidad y los barbijos. Las soledades potenciadas por el aislamiento se vuelven más solitarias.

La soledad como cuestión de Estado

Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo”, confiesa Jorge Luis Borges en su poema El amenazado. Incluso en 1964 asegura que “Ya no es mágico el mundo. Te han dejado”. El tiempo medido por la compañía que hace que el mundo sea mágico… Si retomamos el concepto de la soledad obligada, no elegida, el poeta ubica ese estado de la cosa, el de la rotura del lazo afectivo, similar a la muerte, ese instante doloroso de perder a un ser amado. ¿Pero no hay acaso una temporalidad mágica y bella marcada por el bienestar solitario? Sí, pero luego de elaborar el duelo, el malestar.

Hay personas que se llenan de ruido y de gente para distraerse y escapar de la soledad, usan las compañías como quien se emborracha para olvidar. Pero también se puede sentir la soledad estando acompañados. Al mejor estilo de una película de Woody Allen en la que el amante se sustrae de la cama y se observa a sí mismo y a su amada haciendo el amor, hay momentos en los que estamos padeciendo cierta incomodidad y podemos escapar mentalmente de las presencias para aislamos dentro nuestro, para buscar la soledad con el objetivo de repensarnos. Ese es el instante preciso donde se quiebra la “zona de confort”, la supuesta estabilidad. Después, hay que soportar el tedio, el aburrimiento, no taparlos con distracciones superficiales, porque esa es la puerta que nos dará acceso a otra dimensión: a lo oculto, a lo novedoso, a las verdades veladas por el accionar cotidiano.

Cómo soportar la soledad en cuarentena

La soledad saludable, por llamarla de alguna manera, es la que se elige, aquella en la que nos sentimos a gusto y somos una buena compañía. Si bien desde el inicio de la vida, dada la indefensión con la que nacemos, necesitamos de los demás para no morir, con el paso de los años hay etapas en las que podemos oscilar entre estar acompañados o elegir el retiro, el silencio, el adentro de los adentros, refugiarnos en nuestro interior, para encontrarnos sin presencias ni voces ajenas. La soledad puede ser un estado complejo pero también propiciar un diálogo interior para sentir y revisar la vida que venimos viviendo, para mirarnos dentro, para confrontarnos, y en el mejor de los casos, para encontrarnos con lo que realmente somos y deseamos ser.

En el acelere y la hiperconectividad cotidiana nos olvidamos de nuestra interioridad. Pero es en el tiempo de la soledad, en el confronto con nuestra verdad de ser, que podemos ir, como escribió Miguel Abuelo, uniendo las partes rotas del gran espejo interior. Y si alguna vez se necesita de la ayuda profesional, es en el espacio de una terapia donde se puede empezar a trabajar para unir las partes rotas, escuchar la voz interior, desprenderse de las imposiciones y marcas ajenas, y hallar al fin el ser más genuino. Y si bien el psicólogo es una compañía, es una presencia que no interrumpe con sus historias personales y su Verdad, como la mayoría de la gente, y cuando habla o interviene es para propiciar la apertura mental y el encuentro del paciente con su propio deseo.

La libertad de estar solos

Cuando se rearma nuestra identidad, cuando se aprende a convivir y disfrutar de la soledad, cuando se está bien consigo mismo, entonces sí se dispone del mejor tiempo para compartir con los demás.