OPINIóN
Sociedad civil

Ignacio Copani y la lección de la red Vacuname

Cuando hay ciudadanos comprometidos a trabajar duro por sus derechos, y con la energía que les da la responsabilidad de ser padres, definitivamente se puede hacer la mejor campaña de relaciones públicas del mundo, con muy poco dinero y en muy poco tiempo.

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Milagros Da Giau es una joven de 16 años con parálisis cerebral que necesita recibir la vacuna contra el Covid-19. | Gentileza de la familia.

Ignacio Copani, cantautor argentino que se hizo popular a fines de los 80 a través de canciones con letras irónicas como "Cuánta mina que tengo" y "Lo atamo con alambre", en junio fue noticia por una nueva creación.

Muy afín a la ideología del gobierno, Copani se metió en el debate de las vacunas, criticando dura y socarronamente a la porción de la sociedad que reclama por la llegada al País de la que produce el laboratorio Pfizer. En línea con la declaración de ese momento de la Ministra de Salud, Carla Vizzotti ("Bajen la tensión y la obsesión que tienen con Pfizer"), el cantautor presentó en público su particular canción "Dame la Pfizer" en la que pretendía retratar a esa parte de la sociedad que algunos denominan "gorila".

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Mientras eso sucedía, un grupo de padres formaba la red Vacuname y, a través de ella, nos empezaba a contar una realidad muy distinta.

Vacuname nació como una red de familias generada para difundir un recurso de amparo presentado en La Plata para Milagros Da Giau, una joven de 16 años con parálisis cerebral que necesitaba la vacuna de Pfizer, la única aprobada para personas de su edad.

A los pocos días la convocatoria fue creciendo a través de redes sociales y WhatsApp, y hoy está integrada por más de 500 familias de todo el País muy preocupadas por la salud de sus chicos, tanto por el riesgo del virus como por la imposibilidad de hacer tareas externas (salidas, terapias, etc.) que deteriora notablemente su salud.

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Las primeras acciones de Vacuname buscaron darle notoriedad pública a la realidad de miles de niños y adolescentes con discapacidades surgidas de diversas patologías, que estaban siendo olvidados por el plan de vacunación estatal, a pesar de ser considerados de riesgo ante el Covid-19.

Utilizando Twitter, Instagram y medios de comunicación tradicionales para exponer testimonios de chicos y padres, el reclamo no solamente se posicionó a nivel nacional, sino que también cadenas internacionales se hicieron eco de la original campaña.

Al estilo de Greenpeace, Vacuname se presenta como una red de la sociedad civil que no participa del poder estatal y se mantiene prescindente de cualquier estructura política. Irrumpieron como un grupo de presión que coordinó acciones en todo el país con el único objetivo que se aplique la vacuna a sus hijos.

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Una vez instalada la necesidad de vacunar a los chicos, que en un principio era negada, pidieron que se modificara la ley que impedía la llegada de vacunas de ARN (las estadounidenses Pfizer y Moderna). Ese objetivo se cumplió cuando finalmente el Presidente Alberto Fernández firmó un decreto para ello.

A partir de esos éxitos parciales, incrementaron la presión para que se aceptaran las donaciones del Gobierno de los Estados Unidos, enviando notas a la Embajada de dicho país en Buenos Aires. Esa acción también tuvo su fruto con la llegada a Argentina de las vacunas del laboratorio Moderna.

La red no canta victoria porque las dosis todavía no están en los brazos de los chicos y eso es urgente. Sin perjuicio de ello, se muestran satisfechos con lo conseguido en tan pocas semanas y se preparan para seguir trabajando hasta el final.

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Hoy siguen reclamando la llegada de la vacuna de Pfizer, que es la única apta para menores de 12 a 17 años, y expectantes a la autorización de Moderna, que pocos días atrás recibió el OK para menores en Europa y de la cual, gracias a la presión de Vacuname, el país tiene stock.

Cuando hay ciudadanos comprometidos a trabajar duro por sus derechos, y con la energía que les da la responsabilidad de ser padres, definitivamente se puede hacer la mejor campaña de relaciones públicas del mundo, con muy poco dinero y en muy poco tiempo.

Cuando eso sucede, los que nos dedicamos a asesorar en comunicación, en lugar de dar consejos tenemos que sentarnos en un banquito, mirar y aprender.

Copani debería hacer lo mismo.