Como todo proceso que se inicia, en las circunstancias y tiempo que fueren, algo nuevo trae cifrado esperanzas de cambio o de continuidad de rumbo a quienes son partícipes del mismo.
Ideologías varias, ineptos funcionarios públicos “funcionales” a sus propios y ajenos intereses, falta de coraje, inteligencia, negociados, corrupción, ojos y oídos cerrados, justicia benevolente, calles asfaltadas para el narcotráfico transnacional, etc., son parte de las causales de que hoy esté como está la población, con miedo, teniendo a la seguridad, o mejor dicho la inseguridad, como una de las dos preocupaciones más altas.
A lo largo de estas cuatro décadas de democracia, distintas fueron las acciones y por consiguiente los resultados de aplicar alguna política de seguridad en distintas zonas geográficas del país. En algunas “se trabajó” bien; en otras regular, en algunas mal y en otras tantas -fuera de esas tres escalas mencionadas- solo se maquillaron las fuerzas policiales y se plotearon de colores los móviles de patrulla.
De transformación, capacitación y formación del hombre policía, hoy poco se habla, salvo en algunas jurisdicciones donde los responsables con actitud, seriedad y conocimiento llevaron a cabo el mencionado proceso de transformación.
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Por supuesto que hubo y hay oasis donde abrevar agua fresca entre tanto mal manejo de la seguridad pública y la lucha contra el narco. A nivel federal, como profesionalmente lo vengo manifestando, la gestión de la otrora ministra de seguridad Patricia Bullrich dio muestras de marcar una línea de trabajo acertada e inteligente, entendiendo ella y sus colaboradores, en el caso del narcotráfico, que la lucha había que darla, en parte, lejos de la puerta de la casa del vecino del barrio, es decir en la frontera. Los escasos éxitos en el último cuatrienio a nivel país se dieron en su gestión.
En CABA su ministerio de seguridad y luego de varios períodos de gobierno Macrista-Larretista, con altas y bajas, y con la importancia de haber creado un cuerpo policial desde cero, y de fusionar inteligentemente a posteriori parte de la policía federal para formar la Policía de la Ciudad de Buenos Aires, la línea de la seguridad pública es muy positiva con tenues matices negativos.
El hecho de que CABA sea una de las ciudades más seguras del mundo con menos de 5 homicidios cada 100 mil personas, indica dentro de todo, un acertado camino recorrido.
Hagamos una autopsia de algunas jurisdicciones cercanas, y digo autopsia porque lo que tenemos frente a nosotros pareciera ser el cadáver de la seguridad pública, y por otro lado vayamos a una visión clínica de aquellas jurisdicciones que fueron de menor a mayor, haciendo bien los deberes en la transformación y aplicación de las herramientas de seguridad.
Rosario es el espejo de Medellín en los años 80
¿Qué jurisdicciones provinciales, muy por sobre otras de este país, pueden acostarse por mérito propio en la mesa del forense?
Si está pensando en Santa Fe, y su ciudad de Rosario, y si piensa también en provincia de Buenos Aires y su Gran Buenos Aires, le diría que captó plenamente de lo que estamos hablando.
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No hay mejores ejemplos de desmanejos en seguridad pública, por las causales más arriba mencionadas, que estas dos provincias. Pueden variar los porcentajes de malas acciones, corrupción, falta de conocimiento, desinterés, cobardía de funcionarios, pero son por largo ejemplos a no seguir.
Ambas jurisdicciones con fuerzas policiales que se hallan cruzadas por el negocio del narcotráfico. Integradas en algún porcentaje por policías que no se sienten tales y que son en alguna medida “gente que trabaja de policía”, y no policías de vocación que se sienten parte orgullosa de una institución, que por más que se las maquille, distan mucho de ser en algunos aspectos profesionales.
Ambas provincias mencionadas, tuvieron y tienen “funcionarios” ministeriales a cargo de la seguridad de la población que exaltaban acciones y conocimiento del que realmente carecían y carecen aún. Mucha exposición mediática, muchas declaraciones radiales y televisivas, mucho hacer valer una conducción y liderazgo vacío e inexistente, que en el gran Buenos Aires, cachetazos mediante, hicieron que algún ministro se tuviera que guardar el cinturón negro de karate en el bolsillo. Nada de eso sirve y está visto que no sirvió
En el caso de la provincia de Santa Fe, y de la ciudad de Rosario en particular, la mezcla de todos los males por parte de la policía, la política y la justicia, en sus respectivos porcentajes, hicieron que hoy sea como lo dije en su oportunidad “una ciudad espejo de la Medellín de fines de los años ochenta”, y no lo digo como recurso metafórico literario, hago la comparación por haber estudiado el fenómeno del narco colombiano en su propia tierra, y de trabajar actualmente y desde hace once años temas de seguridad pública y narcotráfico en esa hermosa hoy ciudad de Medellín.
Mal presagio para los honestos habitantes. Hoy Rosario tiene 24 homicidios cada 100 mil personas, Medellín con el doble de habitantes alrededor de 14 homicidios cada 100 mil personas. Un numero operativamente aceptable pensando que en su momento fue declarada la ciudad mas peligrosa del mundo con casi 400 homicidios cada 100 mil habitantes. Políticas públicas constantes y serias de seguridad se le dice al éxito.
Provincia de Buenos Aires, donde no hay ministro de seguridad presente, y con una cúpula policial muda, ya en futura desbandada, no es ejemplo de nada. La violencia en el delito deja huellas y miedo. Ni siquiera con los miles y miles de móviles patrulla que el ministerio mediáticamente dice haber entregado, pueden mitigar el simple accionar de los motochorros que en entraderas y salideras te hacen cadáver o te despojan de tus bienes.
La Provincia de Buenos Aires, en el mismo período, tuvo destellos de orden en sus fuerzas policiales, que venían de estar en el segundo subsuelo inundado, luego de la incorporación indiscriminada de aspirantes a policía sin el control correspondiente, de la gestión del ministro Granados. Personas con necesidades que ingresaron de a miles, para secar las lágrimas de la desocupación. Muchos uniformes, pocos policías.
Pero a esa gestión en el ministerio de María Eugenia Vidal le faltó el coraje e inteligencia, y le sobró por demás política en la seguridad. No se animaron, dicho en forma benévola, por desconocimiento a iniciar el proceso de refundación y transformación de una policía que no aceptaba más parches ni remiendos, que fue años antes quizás, la más profesional del país y la más grande en número de efectivos. Fueron cuatro años perdidos en muchos sentidos.
Como lo dije en varias oportunidades, en la provincia, en los últimos 30 años, ningún ministro de seguridad entregó una mejor seguridad pública o policía, a quien lo sucedió en el cargo.
Aquí estamos y mal vamos. Tenemos la oportunidad de barajar y dar nuevamente. Pero no es cuestión de suerte el tener éxito. Es cuestión de inteligencia, profesionalismo y coraje.
*Especialista en seguridad pública; Analista en inteligencia delictual y lucha contra el narcotrafico