Cada 19 de noviembre se conmemora el Día Mundial para la Prevención del Abuso Sexual contra Niñas, Niños y Adolescentes. En Argentina, una de cada diez mujeres (18 a 49 años) declaró haber sufrido violencia sexual durante su niñez. Esta historia es una de ellas.
Los nombres que aparecen no son reales. Pero el relato sí. Juliana irrumpió en la vida profesional de la psicóloga Andrea Aghazarian “de forma casual”, durante un encuentro en el que varias jóvenes se interesaron por su trabajo como psicoanalista especializada en adultos que habían sufrido abusos en la infancia. La autora del libro Después del abuso sexual (que cuenta ocho historias de pacientes que atravesaron situaciones de abuso en la infancia) recuerda que cuando habló de eso las chicas “se miraron de un modo cómplice”. Tiempo después, en una situación parecida, una de ellas se acercó, relató un hecho frente a sus amigas y le propuso iniciar terapia. Era Juliana.
La terapeuta ya sabía que era “la menor de dos hermanas”, y que Marisa era “tres años mayor”. Recordaba también sus “grandes ojos claros color café que invitaban a ser mirados”. Sin embargo, cuando Juliana llegó al consultorio explicó que su consulta tenía que ver con su presente: “Me enojo. Me enojo mucho y le pego”. Intentando precisar, agregó: “Me agarra ira”.
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Aghazarian recuerda que la paciente hablaba con “una cierta atemporalidad” y que por eso insistía en preguntas básicas como “¿cuándo?”. Juliana contó que días atrás su madre la había llevado a ver a “un psiquiatra amigo de ella”, quien –según dijo– le indicó que “no tenía sentido medicarme” porque ella “sabía muy bien lo que me pasaba”.
Su relato era ordenado, impecable, pero sin emociones. La autora lo describe así: “Como si se tratara de una historia que le era ajena”. Pero lo que convocaba a Juliana era otra cosa: “A Juliana, en cambio, la convocaba su violencia”. Ella insistía: “Yo soy violenta”, “cuando me enojo me agarra ira, no sé qué hacer y al final le pego”. Contó que su pareja intentaba controlarla: “Me sostiene fuerte, me agarra para calmarme. A veces termina pegándome para que me calme”.
A partir de allí, la terapeuta comenzó a indagar en su historia familiar. Juliana contó: “Mi mamá se separó de mi papá, por violencia”. Dijo que él “no le pegaba” a su madre, “nos pegaba a nosotras”. Y recordó un episodio: “Se enojó y nos empezó a golpear la cabeza contra la pared. Volvimos sangrando a casa”. Ese día su madre “decidió hacerle un juicio para que no nos tocara más”. Lo decía “de un modo muy natural y relajado”.
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En ese contexto apareció Francisco, la nueva pareja de su madre. Juliana lo presentó como “alguien encantador”. Dijo que “era obstetra”, que “nos daba todo” y que para ella “era como un padre”. Insistió en que “era la preferida en todo”: “Siempre me hacía regalos, me compraba cosas lindas, siempre hablaba bien de mí”. Recordó: “Yo le decía ‘papá’”.
Cuando Aghazarian preguntó por qué, Juliana explicó: “Mi papá no podía acercarse. Entonces para mí, ‘mi papá era él’”. La autora recuerda que lo decía “exaltada”.
Hasta ese momento, la historia avanzaba por carriles aparentemente ordenados, hasta que surgió el episodio denunciado por su hermana: “Cuando yo tenía 17, un día mi hermana le dijo a mi mamá que Francisco la había tocado y mi mamá lo echó”. Después de esa expulsión, Francisco citó a Juliana para pedirle que no dijera nada: “Mejor no le digamos nada a mamá, porque ella se podía poner peor”. Y Juliana contestó: “Yo siempre pensaba en mi mamá”.
Tiempo después, a la madre le diagnosticaron cáncer de mama. Juliana dijo: “Yo no quería que mi mamá empeorara”. Aghazarian interpretó esa frase como parte de una estructura de silenciamiento que había operado desde la infancia.
Recién a los 19 años, cuando comenzó una relación de pareja y “la pasaba remal, sexualmente la pasaba remal”, Juliana decidió hablar. Lo explicó así: “Pensé que tenía que contarle”. Relató que le escribió una carta a Francisco “describiendo lo que me había hecho desde los 5 a los 17 años” y se la dio a su madre “para que se la llevara”.
“¿Qué te había hecho?”, le preguntó la psicoanalista. Y Juliana respondió sin dudar: “Todos esos años abusó sexualmente de mí”. Dijo que al principio “me hacía cosas que me gustaban”. Y agregó: “Yo no sabía lo que pasaba”. Más tarde entendió: “Siempre era algo en secreto. Él me decía que era algo entre él y yo, porque yo era su preferida”.
La escena nocturna que describió es uno de los fragmentos más duros del capítulo. Juliana explicó que dormía en una cama marinera y que “ponía en hilera” sus ositos. “Los ponía en el borde de la cama, en hilera para que me protegieran de él, para que él no viniera por la noche”. También dijo: “Me hacía la dormida, para que Francisco no me tocara”. Según su relato, “casi todas las noches Francisco se levantaba para abusarla”.
La reacción de la madre fue limitada. Juliana contó: “Mi mamá quiso hacerle un juicio… y no lo hizo”. Y añadió: “Yo no lo vi nunca más”.
En las sesiones siguientes apareció la angustia, pero no frente al abuso. Lloraba por su presente: “La pasaba remal”, “me agarra ira”, “no puedo confiar”. Aghazarian detalla que la paciente “nunca recuerda qué pasa durante sus explosiones” y que “no puede confiar en el amor del otro”.
Juliana relató también que la relación con su padre biológico, su “papá malo”, continuó sin grandes cambios. Contó que su madre seguía en contacto con Francisco “por temas médicos”. Y habló de sus dificultades para vivir su propia belleza: “Soy muy tetona”, dijo, y explicó cómo ese rasgo había sido utilizado por él para justificar tocamientos: “Era para mí como algo distinto. Pero yo no sabía lo que pasaba”.
El capítulo termina con un detalle escalofriante de su infancia: “Él me decía que era algo entre él y yo”. Y con una frase que condensa su desprotección: “Los ositos no aprendieron a hablar”.
Aghazarian es licenciada en Psicología en la Universidad de Buenos Aires y se especializó en psicoanálisis. Ha realizado distintos cursos y formaciones de posgrado y trabaja en el área clínica orientada a las problemáticas relacionadas con la sexuación y la violencia intrafamiliar, en particular, el abuso sexual. Se destaca, además, por su trabajo en la temática de violencia de género.