En mayo del 2004, la firma CAESA lo estaba pasando mal. Manuel Vázquez, que se presentaba como el “top” de los consultores globales, les pedía a sus empleados que usaran menos el teléfono.
La situación parecía calamitosa y no era la primera vez que Vázquez estaba a punto de fundir una de sus empresas. Hasta tuvo que hipotecar su bonita casa de la calle Pueyrredón de la localidad bonaerense de Acassuso, por la que había pagado casi un millón de dólares, de acuerdo con lo expresado en un email enviado a su socio español.
En el 2001 fue uno más de los que protestó al grito de: "Chorros, chorros, chorros, devuelvan los ahorros". A Vázquez, como a muchos otros, le había quedado dinero atrapado en el corralito financiero implementado durante el gobierno de Fernando de la Rúa. Vázquez estaba mal pero no se daba por vencido: no iba a permitir que se desmoronara una nueva consultora y sumar otro fracaso. Fue así como en mayo del 2004 ya había entablado relación con Ricardo Jaime, según revelan los correos electrónicos que comenzaba a intercambiar con Daniel, el hermano exiliado del secretario de Estado. Precisamente, en mayo del 2004 su situación económica empezó a revertirse.
Una mañana de diciembre del 2010 me reuní en un hotel del centro de Buenos Aires con un ejecutivo de una de las más importantes empresas del transporte de la Argentina. Los correos electrónicos de Vázquez ya habían salido a la luz y revelaban muchos negocios que involucraban a los funcionarios y a las empresas. El hombre, de proceder formal y rigurosamente protocolar, me invitó a tomar un café.
Después de algunos comentarios sin importancia sobre el clima y otros irrelevantes sobre fútbol, se acomodó la corbata y, con crudeza, me habló del sistema. “En la Argentina hay un sistema que funciona de una manera y todos estamos adentro. No hay modo de apartarse. Si no estamos adentro, no hacemos negocios. Es así. Nos guste o no”. Sin ningún tipo de remordimiento me miró y me dijo: “Todos los meses pagábamos (hablaba por su empresa) una suma fija en la consultora de Vázquez. Y todos hacíamos lo mismo”.
Fue una conversación por demás interesante porque, sin tapujos, un empresario admitía que pasaban dinero por debajo de la mesa que llegaba al secretario de Estado, previa escala en la consultora. Era la confirmación de la corrupción. Habían quedado facturas que parecían corroborarlo. Obviamente, esa no era la única forma de hacer llegar dinero a las autoridades. Pero centrémonos en ella.