El pasado miércoles 13, el Gobierno Nacional difundió una encuesta realizada por el CEOP que le toma el pulso a las principales preocupaciones de los argentinos. Previsiblemente, la inseguridad, con un 65,3% y la desocupación, con un 45,4%, encabezan este ranking de fantasmas que azuzan a la gente. Luego siguen, en orden decreciente, rubros como educación, salud, corrupción, salarios, desarrollo de la economía, pobreza e inflación. También, más allá de subjetividades y matices, previsible.
Lo increíble, inexplicable y deprimente (se me ocurren muchos más adjetivos calificativos y seguro que al lector también) es que en esta tabla de posiciones, la Justicia se va al descenso. En último lugar, con un lastimoso 6,7%, aparece esta cuestión, que en un muestro de agosto de este año, “marcaba” 4,3.
Que la Justicia sea los que “menos preocupa” a los argentinos es la propia esencia de la decadencia social, institucional, moral y hasta económica del país; y a la vez es una radiografía de nuestros valores como sociedad (in)civilizada.
Y mientras esto no nos preocupe ni ocupe, los sospechosos de siempre –y los recién llegados- seguirán operando a sus anchas, con la aberrante complicidad de jueces y funcionarios y la displicencia permisiva de todos nosotros. En este país, aparte de las cotidianas injusticias, los corruptos mostraban su botín en las revistas de actualidad, se votaron leyes con legisladores truchos, desaparecieron miles de millones de dólares, muchos de los cuales pasaron a los bolsillos de miles de políticos, sindicalistas, empresarios, arribistas, consultores, amigos, laderos y siguen las firmas. La lista podría ser tan abrumadora e interminable que pierde contexto y dimensión.
Nos acostumbramos a esa desmesura y lo internalizamos como idiosincrasia “argenta”. “Justicia, justicia perseguirás”, reza un precepto talmúdico hebreo –globalmente deseable, aplicable y necesario-.
Lo que debería preocupar a los argentinos es, precisamente, que no nos preocupe la Justicia.