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"La fatalidad me persigue": Alejandra Pizarnik, vigente a 50 años de su trágica muerte

El 25 de septiembre de 1972 la escritora falleció a raíz de una sobredosis con pastillas de Seconal sódico. A 50 años de aquella jornada, PERFIL rememora anécdotas y curiosidades de Alejandra Pizarnik, a través de los recuerdos de su amiga Ivonne Bordelois.

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A 50 años del fallecimiento de Flora "Alejandra" Pizarnik | Cedoc Perfil y Agencia Europa press

Se cumplen 50 años del fallecimiento de Alejandra Pizarnik, la escritora "maldita" cuya obra trascendió los límites de la palabra escrita. El contexto autodestructivo que envolvió a la poeta en aquellas jornadas finales de 1972 se plasmó en una perturbadora anotación encontrada en su departamento en la calle Montevideo 980: "No quiero ir nada más que hasta el fondo".

Con motivo del aniversario n° 50 de su muerte, la Biblioteca Nacional inauguró el 22 de septiembre la muestra "Alejandra Pizarnik. Entre la imagen y la palabra", que recibirá visitas hasta el 30 de abril de 2023 en la Sala Juan L. Ortiz de la Biblioteca.

La exposición reproduce su laboratorio poético y pone a disposición de lectores y espectadores "una sala de montaje donde se despliegan tanto sus influencias como los materiales y los principios constructivos de su obra", según detalla la institución en su cuenta oficial de Instagram.

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Expo Alejandra Pizarnik 20220924
Instagram / biblioteca_nacional_argentina

Expo Alejandra Pizarnik 20220924

Alejandra Pizarnik: un repaso por su vida

Sus papás le decían Buma, pero ella -Flora Pizarnik- cuando era adolescente prefirió llamarse Alejandra, nombre que adoptó para edificar la identidad literaria por la cual se la conoce.

Rosa y Elías, mamá y papá de la poeta, nacieron en Rowno (Rivne, Ucrania), que en aquel entonces se encontraba bajo dominio polaco. Llegaron a Argentina en 1934 y su apellido “verdadero” era Pozarnik, cuya raíz, pozhar, en ruso significa “fuego”. Sin embargo, los empleados de las oficinas de inmigración transformaron el “apellido difícil” en Pizarnik.

Alejandra, la enfant terrible, tuvo una relación conflictiva con su mamá, tal como quedó plasmado en sus Diarios el 12 de agosto de 1962: “Me diste más miedo que el que pueden dar a una niñita en la selva los rayos, la lluvia y los animales crueles. Me diste tanto miedo que hasta temo odiarte y cuando pienso en ti me emociono y tiemblo y quisiera destruirme más aún -si ello fuera posible- para calmar tus deseos arbitrarios y confusos que solo expresaste con tus gritos y tus amenazas espantosas”.

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EXTRANJERA Y MALDITA. "La fatalidad me persigue, ninguna tierra es mía, soy por todas partes una extranjera", escribió la autora en París. Alejandra representa la primera voz femenina y no europea que se incorporó a la tradición de los poetas malditos, quienes proponían unificar vida y poesía "en un solo instante de incandescencia" (Octavio Paz).
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EL POEMA. "Adhiero la hoja de papel a un muro y la contemplo: cambio palabras, suprimo versos. A veces al suprimir una palabra imagino otra en su lugar, pero sin saber aún su nombre. Entonces, a la espera de la palabra deseada, hago en su vacío un dibujo que la alude. Y este dibujo es como un llamado ritual" (Alejandra Pizarnik, "El poeta y su poema", en Antología consultada de la joven poesía argentina).

Al margen del vínculo controvertido con los papás, la infancia transcurrió sin mayores sobresaltos, hasta que a los 12 años la joven de ojos verdes y labios gruesos contrajo escarlatina, un episodio que, según las especialistas Cristina Piña y Patricia Venti, produjo una transformación sustancial en el carácter de Alejandra, que pasó de ser “alegre y osada” a mostrarse, por momentos, más triste y silenciosa.

Por otra parte, la circunstancia debió impactar considerablemente en el entorno familiar, puesto que una de las hermanas de Elías (el papá) había fallecido a causa de esta enfermedad.

Desde entonces, habría por lo menos 2 Alejandras que se desenvolvían simultáneamente en su interior: por un lado, la bromista original y atrevida que acaparaba la atención de su círculo con ocurrencias insólitas e incluso obscenas; por el otro, la joven callada que se debatía con el asma, el acné, los atisbos de tartamudez y la gordura.

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RECONOCIMIENTO. Luego de perfeccionar su estilo en Árbol de Diana, la autora elaboró en París Visiones y silencios, una colección de poemas cuyo nombre terminó modificando por Los trabajos y las noches al regresar a Buenos Aires. Gracias a esta producción obtuvo el Primer Premio Municipal de Poesía (1966). FOTO: Archivo Flia D'Amico-Digisi - Editorial Huso.

Una voz ronca y nocturna

Quienes conocieron a Alejandra aseguran que la autora convirtió su dificultad de habla en una modulación encantadora, al desarrollar una dicción marcada por pausas, matices e inflexiones capaces de hechizar a cualquier interlocutor.

Su amiga Ivonne Bordelois recuerda la “extraordinaria voz” de la jovencita: “el ritmo de sus palabras entrecortadas imprevisiblemente (...) producía un cierto hipnotismo”, puntualiza la lingüista y poeta en Alejandra Pizarnik. Biografía de un mito.

“Nunca escuché a nadie que oralmente tuviera un dominio más central y perfecto del lugar y el tiempo necesario para cada palabra”, explica Ivonne en el material citado.

Alejandra, la chica rara

Las biógrafas de la poeta anteriormente mencionadas, Piña y Venti, coinciden en que Alejandra durante su adolescencia fue la “chica rara” del grupo. Llevaba el cabello muy corto, fumaba a escondidas en el baño del colegio y comenzó gradualmente a consumir fármacos elaborados a base de anfetaminas, acomplejada con su cuerpo.

Su manera de vestirse era algo estrafalaria: alternaba suéteres enormes, poleras verdes bajo el delantal escolar, medias tres cuartos amarillas, rojas o “verde botella” y su característico Montgomery beige con forro a cuadros.

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CRÍTICA Y TRADUCCIÓN. Alejandra tradujo a Antonin Artaud y compuso un prólogo exquisito, "El verbo encarnado", donde desmenuza lúcidamente las capas complejas de su obra.
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MAESTRÍA POÉTICA. La escritora consideró a la poesía como un refugio impoluto, ajeno a la dinámica del mercado y al sistema de valores burgueses. Su estética fue evolucionando y atravesó distintos estadios, hasta que percibió (sin vuelta atrás) la insuficiencia del lenguaje para captar la naturaleza de las experiencias. Desde entonces, la escritora se distanció progresivamente de los poemas "encantados" y se expuso a la intemperie, huérfana, fascinada ante el silencio y la muerte.

Alejandra se conectó con los poetas y artistas plásticos de la época en los bares y librerías esparcidos alrededor de la facultad de Filosofía y Letras, en la sede que funcionaba sobre la calle Viamonte, entre San Martín y 25 de Mayo.

Su vocación literaria se robusteció con la lectura de Jean-Paul Sartre, Arthur Rimbaud, Marcel Proust, André Gide, Gérard de Nerval, Conde de Lautréamont, Paul Claudel, Georges Bataille, Søren Kierkegaard, James Joyce, Franz Kafka, André Breton y un sinfín de autores que estimularon su sensibilidad privilegiada.

La producción poética de Alejandra Pizarnik alcanzó niveles superlativos durante su estadía en París, donde conoció a la lingüista, ensayista y poeta Ivonne Bordelois, quien terminó siendo una de sus mejores amigas y confidentes.

A 2 años de su llegada a París, la escritora argentina ya era miembro del comité de redactores extranjeros de Les Lettres Nouvelles y publicaba poemas con asiduidad. En Francia la poeta encontró el escenario ideal para su consagración artística y para dialogar con destacados autores y referentes culturales de la época: Octavio Paz, Simone de Beauvoir, Marguerite Duras, Julio Cortázar, Yves Bonnefoy, Ítalo Calvino, André Pieyre de Mandiargues, Pablo Picasso, entre otros. 

El testimonio de Ivonne Bordelois

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COMPINCHES. Ivonne Bordelois y Alejandra Pizarnik se conocieron en París. En una ocasión Ivonne le regaló un cuaderno -la enfant terrible amaba los cuadernos y los lápices- y la escritora le agradeció tiernamente en una carta: "...te digo que este gesto (el regalo y la índole del regalo) te valga ser mecida como un barquito de papel en la pequeña fuente del destino, ser mecida como si fueras una plumita de pajarito maravilloso".

En el aniversario n° 50 del fallecimiento de la poeta, Ivonne compartió con PERFIL una serie de recuerdos de aquella amistad entrañable.

¿Cómo se conocieron con Alejandra?

—A principios de los años 60 coincidimos en París. Alejandra había llegado algo antes que yo. Lucía Bordelois, una tía mía, talentosa soprano y mi madrina cultural en cierto sentido, nos presentó en un pequeño restaurant del Boul´Mich (Boulevard Saint Michel). Alejandra se mostró en su faz más provocativa, pero a través de sus fanfarronadas no podían dejar de advertirse su originalidad y su talento. Hubo una inmediata chispa entre nosotras y poco después me convertí en asidua de su departamento en Rue St. Sulpice, donde presencié la gestación de Árbol de Diana y Los Trabajos y las Noches y tuve el privilegio de asistir al despliegue de su talento crítico en su lectura de los surrealistas franceses y de todo el material que estaba a su alcance, desde la Biblia hasta los tangos de  Discépolo, desde la  poesía maya traducida por Asturias a las cantigas galaico portuguesas del siglo XIV. La asombrosa amplitud y variedad de su radar poético fueron para mí una fuente de inspiración mucho más fresca y vital que la que podía recibir en las aulas clásicas de la Sorbonne, y conformó para siempre mi conciencia poética.

—Si tuviera que elegir un libro o un poema de la autora, ¿cuál elegiría y por qué?

—Como muchos otros autores, pienso que en realidad se escribe, se va escribiendo un solo libro a medida que la vida y sus experiencias avanzan. Para mí, de todos modos, el cenit de la obra de Alejandra coincide con el período parisiense, cuando fue más feliz y se sintió escuchada y apreciada en lo más profundo y distinto de su ser poético. Del Árbol de Diana extraigo este maravilloso poema, prodigio de concisión, lucidez y misterio:

Explicar con palabras de este mundo

Que partió de mí un barco llevándome

—Pero también debo decir que algunos de los pasajes de su Extracción de la Piedra de Locura me parecen arrebatadores por su logro al hacer estallar el castellano hacia dimensiones desconocidas en toda nuestra literatura.

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IVONNE BORDELOIS. Egresada de la Facultad de Filosofía y Letras, Ivonne culminó sus estudios literarios y lingüísticos en La Sorbona. También se doctoró en lingüística en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (Noam Chomsky fue su director de tesis). Recientemente publicó un poemario titulado "Torcaza y delantal celeste" en la editorial Nudista. FOTO: Captura de pantalla de TV Pública.

—¿Tiene alguna anécdota o recuerdo sobre el trabajo de traducción que elaboraron juntas?

—Me quedan de ese período sus cartas, en las que Alejandra da precisiones muy justas para enfrentar la tarea -ciertamente muy ardua- de traducir a Yves Bonnefoy, y también tengo una foto en el Jardín Botánico, al que fuimos una vez luego de contactarnos con nuestra editora, Mme. Maffei, una mujer de extraordinario tacto editorial, de quien Alejandra dice en una de sus cartas, imaginando el efecto que nuestras traducciones causarían en ella: “Mme. Maffei se pondrá tan eufórica que se le naufragarán los barquitos de sus grandes ojos asombrados”.

—Cristina Piña habló de un sentimiento de orfandad muy presente en Alejandra. ¿Coincide con esta descripción?

—Creo, en efecto, que entre los muchos conflictos que Alejandra tuvo que enfrentar se destaca su muy conflictiva relación con su madre –aparte de la ambivalencia que permeaba el vínculo con su padre. Quienes los conocíamos  hemos sido testigos de las preocupaciones y sacrificios realizados por su familia para apoyar una carrera cuyas dimensiones estaban lejos de comprender. Pero la orfandad que experimentaba Alejandra, a mi juicio, trascendía los lazos familiares y se extendía al Universo: “Yo no soy de este mundo”, solía decir. Y esta incurable sensación de desarraigo, de permanente desasosiego, fue socavando su existencia con la garra de una angustia insuperable que terminó por llevarla a su fin.

—En algún reportaje usted se refirió a la vitalidad de Alejandra. ¿TIene algún recuerdo específico que grafique esta cualidad?

—Pese a todo lo dicho, creo que he sido realmente privilegiada en poder atestiguar el costado más luminoso de  Alejandra: sus salidas humorísticas, sus fantasías infantiles –al lado de otras oscuras y macabras–, sus deseos disparatados, sus proyectos pintorescos y absurdos, la energía que desplegaba en sus programas de  publicaciones y de apoyo a los escritores que realmente estimaba. Pero acaso lo más característico de esa paradójica vitalidad de Alejandra –que siempre estuvo marcada en su vida por una feroz pulsión de muerte– fue su valentía. Ella fue una persona sumamente valiente en su sufrimiento, y se interrogó hasta las más extremas consecuencias acerca del sentido de su escritura. Y así dice en un momento: “Ayúdame a no pedir ayuda”. Ella fue hasta el fin, y fue solitariamente hasta ese fin. Hay un crítico colombiano excelente, llamado Cobo Borda, que dijo: “Su originalidad no radica en la dispersión sino en el ahondamiento; Alejandra Pizarnik en este sentido es insondable. Nunca terminó de ver la energía de aquello que la impulsaba. Nunca tampoco cerró los ojos para que ese deslumbramiento no la cegara”. Afirmación muy importante, porque dentro de la comitiva de grandes escritores suicidas de la cual ella desdichadamente forma parte, tiene un lugar especial, ya que nunca intentó una retirada: hasta último momento siguió escribiendo, interrogando la palabra poética. “No quiero ir nada más que hasta el fondo”.

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LA PALABRA. "Me importa poco la rosa, mi querida, y sí me importa la palabra que la nombra", escribió en una carta dirigida a su amiga y poeta Diana Bellessi. FOTO: Archivo Flia D'Amico-Digisi - Editorial Huso.

"No quiero ir nada más que hasta el fondo"

Alejandra tomó su determinación final durante la madrugada del 25 de septiembre de 1972, tras ingerir 50 pastillas de Seconal sódico.

Enterados de la desgracia, sus amigos se reunieron en el departamento de la escritora, en la calle Montevideo 980, donde encontraron una anotación perturbadora entre los últimos escritos de Alejandra: "No quiero ir nada más que hasta el fondo", había decretado la poeta en su pizarrón de colegiala.

Unos días antes, más precisamente el 22 de septiembre, Alejandra le había pedido a su amigo Roberto Yahni un ejemplar de Niebla, la novela Miguel de Unamuno.

El domingo 24 recibió la visita de su amiga Elvira Orphée. El encuentro fue alegre y transcurrió con normalidad: la poeta no dio señales de su propósito oculto.

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SONÁMBULA. "La noche, de nuevo la noche, la magistral sapiencia de lo oscuro, el cálido roce de la muerte, un instante de éxtasis para mí, heredera de todo jardín prohibido" (Alejandra Pizarnik, El infierno musical).

Al mediodía se comunicó con Esmeralda Almonacid y la invitó a su casa. Sin embargo, Esmeralda tenía agendado otro compromiso y no identificó en la voz de Alejandra ninguna urgencia especial.

Sin embargo, en sus Diarios se manifiesta nítidamente el colapso que la poeta procesaba en su fuero interno. Así lo expresó Alejandra un día antes de partir: "Estoy en el mundo sin recursos, sin apoyo, me hundo" (Diarios, 24 de septiembre de 1972).

Según el testimonio de su amigo Antonio López Crespo, Alejandra pidió auxilio mientras se debatía con los efectos de la sobredosis de Seconal sódico. Al parecer, intentó comunicarse tres veces, sin dar con su interlocutor, y le dejó tres mensajes. El primero decía lo siguiente: "Antonio me tomé una sobredosis de pastillas, ayudame". Segundo mensaje: "Antonio, por favor, me siento mal". Tercera y última súplica: "Antonio llamame".

El martes 26 de septiembre, en un clima de máxima tristeza, se organizó el velorio en la Sociedad Argentina de Escritores, con la presencia de familiares, amigos, colegas y lectores. Al día siguiente, el féretro fue trasladado al cementerio judío de La Tablada.