En el corazón de Los Ángeles, un pequeño taller alberga las huellas de Hollywood. Entre estantes repletos de cajas etiquetadas con nombres como Peter Fonda, Liza Minnelli, Sylvester Stallone o Robert De Niro, se preserva un fragmento de la historia del cine y de la moda.
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Cada caja contiene los moldes y medidas de los pies de actores, músicos y artistas que marcaron una época dorada. Detrás de esta colección se esconde la figura de Pasquale Di Fabrizio, el legendario zapatero italiano conocido como “el zapatero de las estrellas”, que durante más de cuatro décadas diseñó calzados a medida para íconos como Frank Sinatra, Dean Martin, Tina Turner, Fred Astaire o Michael Jackson.

Tras la muerte de Di Fabrizio, su legado cayó en manos de Chris Francis, un artesano de 48 años que se propuso resguardar tanto las piezas como la memoria del oficio.“Hay un poco de todo aquí. Di Fabrizio creó para todo el mundo, desde los dueños de casinos hasta las estrellas de Las Vegas, Broadway o Hollywood”, contó Francis, rodeado por cajas firmadas y dedicatorias de figuras como Anjelica Huston.
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En algunas, incluso se conservan diseños utilizados en producciones cinematográficas y series: los zapatos de Sarah Jessica Parker o los de Julie Andrews en sus tiempos de esplendor.Aunque Francis nunca conoció al maestro italiano, comparte su pasión por el arte artesanal. “Hollywood era el lugar perfecto para el oficio.
Las estrellas querían algo único, algo que no tuviera nadie más. Hoy todo cambió: las celebridades buscan productos gratis, no personalizados”, lamenta. El auge de la producción en masa y el marketing de las redes sociales transformaron la industria, desplazando el valor del trabajo hecho a mano por la inmediatez del consumo. “Antes un par de zapatos podía costar miles de dólares. Hoy, la gente los compra por veinte”, resume Francis.

Su historia personal también roza lo cinematográfico: comenzó confeccionando ropa en la calle hasta que una estilista de rock lo descubrió cosiendo una chaqueta de cuero en un parque. “En Los Ángeles es fácil estar en el lugar correcto a la hora correcta”, dice con humor.
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Su pasión por los zapatos nació después, en la cocina de su casa, donde dio sus primeros pasos en el oficio. Tocó puertas buscando tutores y fue recibido con escepticismo por los viejos zapateros inmigrantes de Medio Oriente que dominaban el mercado artesanal. “Me decían que me uniera a una banda. No hablaban inglés, así que tenía que observar y aprender”, recuerda. Aquellos maestros, venidos de países como Irán o Siria, también habían mantenido viva una tradición que lentamente se desvaneció con el tiempo.
Hoy, Francis continúa el legado de Di Fabrizio con la misma devoción de un archivista. Cada molde, cada caja y cada firma conservan una parte del esplendor de una época en la que Hollywood aún brillaba por su artesanía, no por sus algoritmos. “Como profesión es extremadamente difícil sobrevivir —dice—, pero hay algo mágico en crear con las manos algo que llevará una persona para siempre”. En su taller, los pies inmortalizados de las estrellas siguen contando, en silencio, la historia de un Hollywood que ya no existe.
LT