Estuvo en el living de Susana Gimenez, entre los personajes del año de revista Gente y sentada a la mesa de Mirtha Legrand. Los medios convencionales se hicieron eco del fenómeno flogger y proyectaron la cara de su referente a la “fama convencional”: hace ya un mes que Cumbio está grabando un programa en el que alterna las tareas de notera y camarógrafa. El ciclo –producido por su hermano– aún no tiene nombre, fecha de salida al aire ni canal definido, aunque en los pasillos de Endemol se habla informalmente del 13.
Cumbio se llama Agustina Vivero y 50 mil personas visitan su página web todos los días. Y a le ofrecieron ser diputada. “Un partido llamó a mi papá, calculando que en las elecciones de este año ya tengo edad para votar y ser candidata. Una locura”, recuerda sorprendida, pero comenta que igual en 2009 llegará al Congreso de la Nación: “La gente del PRO me invitó a que dé una charla sobre nuevas formas de comunicación para los diputados”. En mayo cumplirá 18. Ya se anotó para estudiar periodismo, pero antes deberá aprobar las materias que tiene en marzo: entre ellas, Informática.
—¿Por qué elegiste periodismo?
—Creo que es lo que menos me aburre. Y es a lo que más atención le presté en el último tiempo. Todavía no sé qué rama me interesa, tal vez la conducción. Con el programa estoy re contenta, somos un grupo de adolescentes, no somos sólo floggers.
Cumbio fue implacable ante los medios: supo retrucarle a Chiche Gelblung cuando le preguntó si era una nena o un varón e hizo que Karina Mazzoco y Paula Trápani cambiaran en vivo el videograph de Mañaneras que la presentaba como “Bisexual a los 17”. Está de novia hace casi un año con Marulina, una hermosa quinceañera de ojos verdes que soporta estoica los lances que hombres y mujeres se tiran con la flogger.
Marca registrada. Alguien escribió: “Maten a Cumbio” en uno de los camiones de su papá. En Boedo todos saben que ella vive en esa cuadra. La zona está llena de chicos que peregrinan hasta su casa con pantalones achupinados y flequillos lacios, los mismos que la defendieron la semana pasada en el Abasto, cuando un chico quiso pegarle. Lo detuvieron entre todos hasta que llegó la policía. Aunque en realidad no hacía falta: ella ya le había dado dos certeras trompadas antes de que él pudiera rozarle la cara. “Nunca había entendido la violencia verbal, y ya empezaron las piñas”, se indigna.
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