Nerón, que nació un 15 de diciembre, solo manejó los destinos de Roma durante 14 años, pero a los romanos les parecieron un siglo de pesadillas, abusos y persecuciones.
Al menos eso hicieron pensar las dos crónicas que le dedicaron dos historiadores del siglo II d. C, Cayo Suetonio (Vida de los Doce Césares) y Cornelio Tácito (Anales).
El hijo de Agripina fue emperador entre los años 54 y 68 d.C y algunos de nuestros contemporáneos lo compararon con la «caza de brujas» del senador republicano Joseph McCarthy (1950-1956). ¡Cuánto candor! Caerle en desgracia al emperador fue mil veces peor que despertar sospechas comunistas.
El senado había sido la institución más poderosa en tiempos republicanos, pero las guerras civiles del siglo I d.C. agigantaron la mano dura y los poderes plenipotenicarios de una sola figura, el princeps. Aun así, el senado no estaba pintado y decidía sobre los gastos públicos, las nuevas leyes y ciertas cuestiones religiosas.
De todos modos, el despotismo neroniano era contagioso y, como sucede en tiempos de terror, no resiste la lógica sino el espanto. Las listas negras se multiplicaban en los rincones del poder como insectos en la madriguera de Roma y todo valía con tal de no caer en desgracia ante el tirano.
Nerón, que manejaba la dialéctica, convencía fácilmente a los senadores con sus discursos. Así fue tanto cuando argumentó por qué había asesinado a su tía Domicia para quedarse con sus bienes y reducir el gasto público, como cuando leyó en voz alta las supuestas confesiones de sus conspiradores antes de ofrecerles un menú de opciones para morir.
En general, el pueblo miraba para el costado y se contentaba con las raciones de carne, vino y espectáculos públicos que los saciaban. Los senadores genuflexos se arrodillaban sin discutir sus delirios despóticos. Y entre los familiares de sus víctimas inspiraba tanto terror que lo veneraban disimulando su profundo desprecio.
Neron, el anticristo
Nerón (Lucio Domitio Claudio Nerón) no era un loquito suelto –o al menos no cualquiera. Todo su linaje llevaba nada menos que hasta Cayo Julio César Octaviano, más conocido como César Augusto, el hombre que llevó a Roma a su mayor esplendor, el primer emperador de la historia del Lacio, ese al que Julio César eligió como heredero, luego de adoptarlo como hijo.
Cuenta el relato histórico que al nacer Nerón, su padre dijo: “de Agripina y de mí sólo puede nacer un monstruo” y para dar marco adecuado a la imagen, el texto señala que ni bien soltó esas palabras el progenitor, Cneo Domicio Enobarbo, “una serpiente salía del lecho del pequeño y le protegía”. Tan incomprobable como fantástico.
Nerón (Anzio, Roma, 15 de diciembre 37 d.C.) era hijo del primer matrimonio de Agripina y no tenía derecho al trono que algún día dejaría Claudio (su tío) a Británico, su legítimo sucesor. Por eso, su madre lo convenció de que lo adoptara y luego lo casara con una de sus hermanastras –Octavia-, que sí llevaba en sus venas la sangre real. Luego de lograrlo, lo envenenó.
A los 17 años, Nerón fue proclamado emperador por la guardia pretoriana, los guardias militares que custodiaban al máximo líder de Roma, y que entonces respondían a Burro. A partir de entonces, Agripina fue la cara oculta del poder, protegida por Burro y bajo el paraguas protector del prestigioso filósofo Séneca, instructor del joven.
Una de las primeras decisiones del mandato de Nerón fue asesinar a su competidor en potencia, su hermano Británico.
El senado romano no se impacientaba por esas intrigas de palacio ni por los despilfarros de sus habitantes y lo dejaron hacer, anteponiendo el éxito militar del primer lustro de gobierno neroniano que, con poco más de 20 años, conquistó Armenia y estabilizó el imperio.
En semejante familia, Nerón demostró pronto ser un desquiciado que veía conspiración y sospechas en todas partes.
Nerón mató mujeres
Fueron muchas las locuras que se le atribuyen. Pero pueden mencionarse algunas de las más excéntricas:
- Apenas llegado al cargo, en el año 55 hizo matar a su hermano Británico, su competidor directo.
“Celoso de Británico, que tenía mejor voz que él, y temiendo, por otra parte, que por el recuerdo de su padre se atrajese algún día el favor popular, resolvió deshacerse de él por medio del veneno”, escribió Suetonio. En minutos, el muchacho cayó al suelo retorciéndose y Nerón dijo que tenía epilepsia.
- Ingrato como pocos, la biografía de Nerón alimentó la famosa frase “no reconocería ni a su propia madre”. Cuando Agripina se entero del envenenamiento de Británico, sospechó que ella sería la siguiente, para desplazarla del centro del poder. Sin embargo el muy pillo, de quien se decía que estaba unido a su madre por lazos que superaban el amor filial, la mandó matar en el año 59, acusándola de intento de magnicidio.
Alguna versión dice que se despidió de ella con prácticas sexuales necrofílicas, en virtud de su obsesión por arrojarse “sobre los órganos sexuales(…) desde cierta altura”.
El prudente Suetonio escribió que la vida que siguió a la muerte atroz de Agripina fue “un suplicio”: “confesó que le perseguía por todas partes la imagen de su madre y que las Furias agitaban delante de él látigos vengadores y antorchas encendidas”.
- Azuzado por la maledicencia de su amante Popea, que envenenaba sus oídos contra Octavia, dejó a su esposa, pero la mandó decapitar y ordenó que sus ejecutores trajeran su cabeza a Popea para impresionarla con su arrojo. Era el año 62 y se casaron.
- Durante una discusión matrimonial, Nerón le pegó una patada en el vientre a Popea, que estaba embarazada, y con ese único gesto se sacó de encima a ambos.
- Perseguido por la culpa o tal vez el aburrimiento, vio por la calle a un jovencito, Sporo, que según Nerón se parecía a Popea y mandó a buscarlo para que se lo llevaran a palacio. Lo castró, le hizo vestir un velo nupcial y se casó con él.
Lejos de ocultar a Sporo, lo paseó por todo Roma e incluso integró su cortejo a Grecia, “besándole continuamente”, en relato de Suetonio, que luego agregó con maléfica misoginia que “una vez satisfechos todos sus deseos, se entregaba a su liberto Doríforo, a quien servía de mujer, del mismo modo que Sporo le servía a su vez a él, imitando en estos casos la voz y los gemidos de una doncella que sufre violencia”.
- Megalómano sin cura, Nerón participaba en representaciones teatrales haciendo de sí mismo. Cantaba, bailaba y recitaba poesía compitiendo con jóvenes talentos, pero para asegurarse los aplausos, contrataba 5.000 aplaudidores en cada presentación.
Nerón martirizó a Pedro y Pablo
- Según relató el historiador Tácito, en el año 64 hubo un enorme incendio en Roma, “el más grave y atroz de cuantos se produjeron por la violencia del fuego”. Algunos pobladores acusaron al mismo Nerón, al tanto de que el delirante quería levantar un palacio nuevo –que finalmente construyó, su domus aurea.
“Nerón estuvo contemplando el incendio desde lo alto de la torre de Mecenas, encantado, según dijo, de la hermosura de la llama, y vestido en traje de teatro cantó al mismo tiempo la toma de Troya”, recopila Suetonio un siglo más tarde.
Con todo, Nerón hizo de los cristianos su chivo expiatorio y ordenó que algunos fueran crucificados, otros quemados vivos y algunos más, arrojados a perros hambrientos. Cierto o no, hay historiadores españoles que sostienen que Nerón ordenó que persiguieran y mataran a los apóstoles Pedro y Pablo y que para Occidente fue “el anticristo”.
- Entre el triste final de todos sus detractores, siempre destacó el de Trásea, miembro del senado, estoico y autor de la Vida de Catón. Trásea ni siquiera era su enemigo, simplemente no festejaba cada una de sus ocurrencias. Despechado, Nerón lo hizo renunciar a su cargo.
Ya recluido de la política, envió a la casa de Trásea un mensajero para avisarle que el senado había votado su «libre elección de la muerte» (liberum mortis arbitrium). Es decir, lo invitaban a suicidarse. Gesto que el digno de Trásea ejecutó cortándose una vena de cada brazo y ofreciendo su sangre a Júpiter.
- Sin embargo, la gota que colmó la paciencia del pueblo oprimido por un déspota delirante fue el triste final de Séneca, su maestro.
En el año 65 atravesó “con cierto éxito” la peor de las conspiraciones enemigas, la encabezada por Pisón, que le costó el destierro al filósofo Séneca; el envenenamiento a Burro, el jefe de su guardia pretoriana; y la vida misma al poeta Lucano y al escritor Petronio.
El fin de Nerón
Sin embargo, hasta la peor de las pestes llega a su fin. Y el malestar comenzó desde el interior del Imperio y creció como reguero de pólvora por los caminos que llegaban a la ciudad de Roma.
Los despilfarros del tesoro imperial, los templos vandalizados, los saqueos a los pueblos conquistados, las humillaciones a los súbditos y esclavos y la paranoia de la persecución agigantaron con los años el malestar general.
En el año 68, Cayo Julio Vindex, gobernador de las Galias; Galba, gobernador de Hispania Citerior (sudeste de España); y Oton, gobernador de Lusitania (Oeste de la Península Iberica) se rebelaron contra Nerón.
Recién entonces, el servil senado neroniano aprovechó la ola popular del hartazgo para surfear contra su impopularidad y decidió deponer a Nerón.
Solo y sin aurigas que lo custodiaran, oculto en la casa de su liberto Faonte, le pidió al único vasallo que le quedaba, Epafrodito, que le clavara un puñal en su garganta, algo que él perro fiel cumplió con inocultable placer. “¡Qué gran artista muere conmigo!”, dicen que dijo antes de morir a los 32 años.
Ni siquiera le cabía la remota purificación del suicidio.
Con todo, una nueva mirada plantea la tesis de que sus dos principales historiadores eran muy próximos al rechazo que provocaba su recuerdo y que recargaron las tintas para crear la leyenda negra de Nerón.
Habrá que dejar que el pasado continúe hablando.