“Cuando era chico veía en documentales que diferentes tribus tenían tatuajes en la cara y me llamaba mucho la atención. Ahora que soy grande, cada vez que me miro en el espejo leo el nombre de mi abuela arriba de mi ceja y me parece hermoso”, cuenta Kendro Leandro (28) que tiene cuarenta tatuajes y hace dos años se inmortalizó a Anunciata con tinta negra, a la que define como su “persona favorita en el mundo”.
Leandro dice que la decisión la tomó una mañana, después de haber soñado con su abuela que murió hace más de diez años. “Me desperté y me fui directo a tatuarme”, recuerda el joven que es maquillador profesional y modelo. Cuando sus amigos vieron lo que se había hecho, todos le dijeron “¿Qué te hiciste, cómo te vas a tatuar la cara?”. “Pero después les gustó mucho, no solo por el significado, sino también porque es estético”, sostiene Leandro.
Su caso no es único: cada vez más jóvenes se suman a esta tendencia que, si bien es ancestral –proviene, entre otros, de los maoríes– (ver aparte), ahora suma, entre otros, la influencia del trap. Los tatuadores advierten que son muy dolorosos y los más riesgosos para borrar. “La gente me mira mucho. Pero cuando detecto las miradas, yo les guiño el ojo y se desconciertan. Soy una persona normal que tiene un tatuaje en la cara”, agrega el joven.
Vanesa Sabene (37), que es directora de arte escénico y tiene además un emprendimiento de diseño de mochilas y carteras, confiesa que dudaba de tatuarse la cara –aunque tiene otros treinta tatuajes en el cuerpo. Pero hace dos semanas se decidió y se tatuó una corona en la frente y una rosa en uno de los lados de su cara. “Quise coronar un momento importante en mi carrera profesional”, dice, y cuenta que “las señoras mayores miran con asombro mi frente”. Esa corona “fue el tatuaje que más me dolió, al punto que casi me desmayo en la sesión”, recuerda.
Sabene asegura que, aunque se mueve en ambientes laborales donde sus colegas se dedican a emprendimientos de indumentaria, música y diseño, igual pensó en el futuro laboral antes de hacerse los tatuajes en la cara. “En estos encuentros hay muchos con tatuajes en la cara. Cuando empecé a verlos hace dos años me parecían todos locos, pero después empecé a tener ganas de llevar uno”, dice. Y una vez que se decidió, “celebró” esa nueva marca en su cuerpo con un evento en la terraza de su casa en Almagro, en la que participan también tatuadores y bandas musicales de amigos.
Palabra de expertos. “A veces les aconsejo que un tatuaje en la cara es una marca para toda la vida, que podría complicarles conseguir trabajo. Pero la verdad es que los más jóvenes no lo piensan”, cuenta Mariano Antonio, uno de los tatuadores más reconocidos del país y que ha hecho diseños para Marcelo Tinelli y su hija Candelaria, quien también tiene, entre los múltiples tatuajes que adornan su cuerpo –incluido un cuello completamente tatuado de negro– un par de dibujos sutiles en su rostro.
Para el profesional, la tendencia empezó en el país hace apenas dos años, y ahora ya hacen cinco de estos trabajos por mes. Quienes se lo realizan son, en su mayoría, jóvenes de 20 a 25 años. “Cuando empezamos a tatuar en los 90 era algo muy marginal. Ahora, los chicos buscan resaltarse y demostrar quién es el más audaz con la cara tatuada”, opina.
El tatuaje que les "cambia la vida" a las mujeres con cáncer de mama
Diego Starapoli es el dueño de Mandinga Tattoo y dice que los tatuajes faciales son para él el 5% de su trabajo mensual, pero hace dos años era cero. Cuestan a partir de los mil pesos. Asegura que la tendencia fue creciendo en igual medida por género, aunque las mujeres se inclinan más por los dibujos y los varones por frases. “Un tatuaje en la cara es complicado y no solo porque es una zona muy sensible para el dolor. Quitárselo es muy arriesgado, porque está cerca del cerebro y hay mucho riesgo de infecciones”, asegura Starapoli sobre una moda que “es normal en un festival de trap”. De hecho, marca que mucha gente joven fanática de ese ritmo los elige.
Sellos personales. Sin embargo, pueden encontrarse personas tatuadas en la cara en los ámbitos más inesperados, como en los investigadores científicos. Así es el caso de Sol Minoldo (37), una socióloga del Conicet, que tiene seis delicados puntos negros debajo de su ojo derecho. “El año que entré al Conicet dejé de estar precarizada laboralmente y ya no tenía que preocuparme por las consecuencias de mi expresión corporal”, cuenta Minoldo que quería tatuarse desde la adolescencia y fue el primero que se hizo.
Minoldo explica que “la expresión corporal forma parte de todas las culturas y construyen nuestra identidad e imagen, como cuando se elige un corte de pelo”. Sobre los tatuajes en la cara, Minoldo dice que “es una decisión sin retorno y una forma de expresión más radical sobre el mundo”, como en otra época funciono la moda del punk con las perforaciones.
“Hay personas que no se sienten integradas socialmente y asumen la marginalidad como marca de identidad. La rebelión desde la imagen es una forma de acción política y de expresión de valores. Otras veces, se trata de una forma de llamar la atención y destacar para conseguir la aprobación social”, sostiene la socióloga sobre la tendencia que parece haber llegado para quedarse.
Tatuajes terapéuticos: ‘curan’ con tinta el vitiligo y dibujan sobre cicatrices y marcas
Influencia maorí
“Los tatuajes en la cara son ancestrales en la Polinesia. Todas esas islas de Fiji y Nueva Zelanda son zonas del mundo donde se hacían estos diseños, que luego el mundo occidental lo tomaría como algo decorativo”, cuenta Diego Starapoli, de Mandinga Tattoo. Por su parte, el tatuador referente en el país Mariano Antonio, explica que “los pueblos originarios de los Maoríes se tatuaban la cara hace cientos de años como una manera de confrontar a otros pueblos enemigos y presentarse como sujetos agresivos, dignos de tenerles miedo”. Según los historiadores, el tatuaje facial maorí se llama “moko”. Se trata de líneas que cubren todo el rostro y donde cada diseño es único, porque el dibujo tiene en cuenta la fisonomía de la persona, sus facciones y su expresión.
d.s.