La renovación de la flota de la línea A fue para los usuarios una experiencia agridulce. Mientras el aire acondicionado y la fragancia a limón amenizaban los viajes en los nuevos coches chinos, las interrupciones momentáneas e incluso las fallas importantes se hicieron más notorias. Pero los técnicos de la concesionaria Metrovías no están solos para enfrentar los problemas: junto con los trenes, llegó desde China una dotación de técnicos, que son los únicos que tienen permitido reparar las formaciones, al menos hasta que se termine la garantía dentro de dos años.
Todos los días a las 4.15 de la madrugada, 45 minutos antes de que comience el servicio, el grupo se reúne en la todavía no inaugurada estación San Pedrito para comenzar la jornada. Esperan que los conductores lleven los coches a su posición inicial en las cabeceras, porque hasta en esa maniobra sencilla pueden aparecer los problemas.
“El viernes se encendió una luz roja en el tablero por una falla en uno de los motores y no sabíamos lo que era. El instructor argentino tampoco lo pudo resolver y recién pudimos seguir cuando llegaron los técnicos de los fabricantes”, relató uno de los empleados.
Los cerca de veinte empleados chinos –que llegaron a ser hasta treinta cuando comenzaron a funcionar los coches– se dividen en grupos de cuatro o cinco y recorren las estaciones todo el día para estar más cerca de los posibles inconvenientes. En cada equipo hay un especialista para cada una de las áreas relevantes de un tren. Según relatan sus compañeros argentinos, todo el grupo, junto con el coordinador y el traductor, vive momentáneamente en una casona en el barrio de Belgrano, no muy lejos de la Consejería Oficial China y de la Embajada.
Los nuevos trenes, de última generación, fueron fabricados por la compañía estatal CNR. Por instrucción de Metrovías, los argentinos deben quedarse junto con sus pares chinos para observar y aprender. Cuando se vayan, ellos serán los encargados de reparar los trenes, con una tecnología que supera en varias décadas a la que tienen los que circulan en el resto de la red. Ni siquiera los empleados de Sbase, la empresa porteña de subtes, pueden tocar los vehículos: hacerlo anularía instantáneamente la garantía. Tsu tiene 29 años y es técnico especialista en el mecanismo de puertas. No habla español, y su acento cerrado hace difícil la comunicación en inglés. Inventó el nombre él mismo, porque no estaba autorizado a revelar el verdadero. “Llegué una semana después de la inauguración y voy a quedarme tres meses más, tal vez cuatro. Me gusta la Argentina”, cuenta.
Prefiere no hablar acerca de sus tareas. Es natural, trabaja para una de las compañías más importantes de su país, controlada por el Consejo de Estado chino, con un rol estratégico para consolidar su influencia global, y una facturación que supera los 7 mil millones de euros anuales, según un informe de la consultora alemana SCI Verkehr.
Mientras que Tsu está ansioso por volver a su país, algunos de sus compañeros comenzaron a encontrarle el gusto a Buenos Aires. “Uno de los técnicos ya nos dijo que quiere quedarse en la Argentina, y está buscando novia”, se reía uno de sus compañeros. Siendo uno de los verdaderos responsables de que el subte siga funcionando, seguramente no tendrá problemas para conseguir trabajo.
Informe: Claudio Corsalini.