COLUMNISTAS
debate de los candidatos I

Astucias de Scioli

En días de oportunismos, el candidato se mueve en base a cálculos políticos. El neologismo “sciolada” como sinónimo de “piolada”.

Daniel Scioli.
| Cedoc

Macri inauguró una estatua de Perón acompañado por Hugo Moyano y los notorios ex funcionarios peronistas que tiene en el PRO. El proyecto había sido aprobado por la Legislatura porteña, pero la inauguración lleva la marca de una propaganda electoral, equivalente a si Scioli inaugurara un monumento a Alfonsín en Chascomús para ganar votos fuera de su espacio. La foto con Duhalde y Moyano en la Plaza de Perón pasará al olvido salvo para algún historiador que aborde el tema del oportunismo en las coyunturas electorales.

Es cierto que todo el mundo, convertido en imitador de Aníbal Fernández, está nervioso y los insultos se tiran como cotillón de la fiesta. Carrió, que tiene un léxico tan poblado como el de Aníbal Fernández, no se privó de decir que “el voto a Margarita Stolbizer es el voto Poncio Pilatos”. De un golpe, todos los votantes de Stolbizer nos convertimos, metafóricamente, en gente que se lava las manos y hace posible que Jesucristo sea condenado por otros. Si seguimos con la metáfora, ese Cristo es Macri: votar a Stolbizer es crucificarlo a Macri. Vamos, vamos, las palabras deben, por lo menos, simular respeto.

La Presidenta bailó después de un discurso nervioso y caótico, festejándose a sí misma, como si fueran pocos los elogios que recibe todos los días, con la puntualidad de un reglamento de honores. Aníbal Fernández hizo gala de su inagotable diccionario de expresiones insultantes para calificar el debate presidencial. La mejor: “Fue un show”, pasando por alto que las intervenciones presidenciales también suelen terminar en show de batucada y que Scioli no se priva de armar shows con la farándula que lo aplaude.
El más sorpresivo de la semana fue, sin embargo, precisamente Scioli, que acostumbra a medir más sus palabras, no sólo porque no tiene el don oratorio, sino porque ése es su estilo de “buen muchacho”. Durante la semana, cuando se escucharon iniciativas por nuevos debates, respondió: “Ahora les agarró la debatemanía”. Scioli, un piola de campeonato.

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Flashback. Vayamos una semana hacia atrás. La ausencia de Scioli contorsionó las reglas del primer debate presidencial. Para lograr que participara se jibarizaron los tiempos y se fijaron normas estrictas que no permitían el diálogo entre candidatos, excepto la pregunta que cada uno de ellos podía hacer a los otros en un orden temático establecido por sorteo. Scioli achicó el debate a su medida, le puso todas las ataduras que necesita su singular pobreza de pensamiento, y después, sencillamente, no fue. Empobreció las condiciones de un debate al que no estaba dispuesto a concurrir.

En las reuniones preparatorias, Scioli mantuvo a sus representantes junto a los de los otros candidatos sólo para diferir el día y la hora en que decidiera confirmar lo que todos adivinaban. Quiso que el momento de hacer pública su decisión y la noche del debate estuvieran lo más próximas posible y, por lo tanto, su capacidad de expandir efectos fuera lo más corta que se pudiera conseguir.

Conocedor de los medios tanto como Cristina, supuso, con entera razón, que El Trece y TN no iban a transmitir el debate si él estaba ausente, disminuyendo de ese modo el posible dramatismo que la televisión venera. Scioli, también con esa astucia primitiva que lo caracteriza, contó con Fútbol para Todos, el salvajismo oficialista de Canal 7 y el cálculo de costos y beneficios del Grupo Clarín, que sabe que el público no le cobra con bajada de rating una decisión gerencial, sino que recompensa un tipo de programa. Por eso, mantuvo en el aire el programa de Lanata.

Scioli sabía que no iba a sufrir una pérdida relativa de pantalla porque su ausencia del debate provocaba una pérdida de pantalla para todos sus competidores. Gran piolada. Pese a eso, el debate, como se sabe, tuvo niveles muy respetables de audiencia.

Ahora bien, en estas condiciones exigidas por el mismo Scioli para el debate, ¿por qué no fue parte? La razón de que todos le hicieran una pregunta sobre el Proyecto o la Corrupción no vale, ya que no existía la posibilidad de la repregunta y Scioli es un experto en decir: “A mí que me hablen del futuro y de todo lo que construimos, codo a codo con la gente, más de cien parques industriales…etc.” Tampoco vale la razón de que es peor orador que Massa o Stolbizer. Scioli habla tan mal como Macri y Macri fue, ya que entendió que no estaba dando examen de oratoria. El rumor que corrió sobre que Cristina Kirchner le prohibió la asistencia es innecesario y circular: nadie quería ir; como Scioli, ella tampoco  debate.

Scioli no fue simplemente por un cálculo político. Si, como dicen los expertos, sus votantes no valoran el debate del mismo modo en que lo valoran los votantes de Stolbizer, ¿valía la pena arriesgarse a algún tropiezo en vez de conservar lo adquirido? Es insensato tomar riesgos que no prometan beneficios. Además, los justicialistas no pagan multa por esas contravenciones. El primer artículo del Catecismo Scioli reza: “Los piolas no arriesgan. Arriesgan los loquitos”.

Para esta venturosa etapa, propongo un merecido neologismo: “sciolada” como sinónimo de “piolada”. En ese nivel estamos. La noche del domingo pasado, cuando lo saludé a José Octavio Bordón, organizador del debate presidencial, recordé que él y Chacho Alvarez, hace veinte años, habían hecho un debate porque ambos eran precandidatos del Frepaso. Pese a la antipatía que Cristina Kirchner siente frente al diálogo, es posible mirar hacia atrás y encontrar, en políticos salidos del justicialismo, algo mejor que los faltazos de Menem y de Scioli.