COLUMNISTAS

Poetas y películas

Compro el número de septiembre de El niño Stanton (“revista de poesía y arte”), en parte porque viene con un DVD de Marilyn Contardi sobre Juan L. Ortiz. La película incluye un notable fragmento donde el poeta, ya anciano, se aleja con gracia chaplinesca por un sendero del bosque. La directora cuenta que mucho tiempo más tarde, en otro rodaje, intentó repetir la toma en el mismo lugar con un personaje diferente, pero la magia había desaparecido como parte del aura de Juanele.

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Compro el número de septiembre de El niño Stanton (“revista de poesía y arte”), en parte porque viene con un DVD de Marilyn Contardi sobre Juan L. Ortiz. La película incluye un notable fragmento donde el poeta, ya anciano, se aleja con gracia chaplinesca por un sendero del bosque. La directora cuenta que mucho tiempo más tarde, en otro rodaje, intentó repetir la toma en el mismo lugar con un personaje diferente, pero la magia había desaparecido como parte del aura de Juanele.
El mismo número de Stanton incluye un dossier sobre Leopoldo María Panero, poeta de culto cuyo nombre está asociado a una película también de culto: El desencanto, de Jaime Chávarri. Nunca la había visto, pero después de leer los formidables poemas incluidos en la revista, decidí que era el momento apropiado. El nombre de Chávarri se asocia con el sentimentalismo de Las cosas del querer y otros emprendimientos comerciales pero en El desencanto tuvo su mejor momento frente a un material poco común. La película comienza con una ceremonia típica del franquismo: la inauguración del monumento a Leopoldo Panero (1909-1962, padre de Leopoldo María) en su pueblo natal. El homenajeado fue uno de los poetas más o menos oficiales del régimen. Su obra abunda en referencias a dios y la familia y sus panegiristas la califican como “la de mayor ternura humana que ha producido la literatura española moderna”.
Uno de los aciertos de El desencanto es que nunca se ve una imagen de Panero padre, cuya estatua está oculta antes del acto y luego se transforma en el fantasma que domina la película. Es que este hombre ejemplar, que escribía versos como “Voy contigo, hijo mío, frenesí soñoliento / de mi carne, palabra de mi callada hondura”, era al parecer una bestia, un individuo egoísta y brutal. La impresionante chifladura de sus tres hijos parece la mejor prueba de su verdadero carácter. Pero el mayor (Juan Luis) resultó también poeta y el del medio (Leopoldo María) un poeta genial, aunque su vida transcurre desde hace muchos años entre un manicomio y otro. El desencanto y la familia Panero son acaso demasiado ejemplares como alegoría de la España de Franco, de una cara exterior respetable que esconde un profundo horror subterráneo. Pero si el film todavía impresiona es porque el sufrimiento y la locura casi grotesca de los personajes son irrepetibles. Hay algo buñueliano en esa gente.
El desencanto no es una película sobre la calidad artística de Leopoldo María, sino sobre la disfuncionalidad de su familia. De poesía se habla más bien poco durante el film. ¿Era tan irrelevante Panero padre como hoy nos hacen sospechar su vida y su filiación política? ¿Es tan bueno Panero hijo como estamos hoy tan inclinados a aceptar sin discusiones? El dossier de Stanton se pregunta por qué el medio literario argentino no le ha prestado la debida consideración, dada la categoría de su obra, su relativa fama en España y el hecho de que escribe en castellano. Lo caracterizan en principio como el Osvaldo Lamborghini español, aunque por el volumen de su producción “Osvaldo sería más bien el Panero argentino”. El menor de los Lamborghini es la contraseña, el talismán de la literatura argentina actual y eso hace que la referencia sea oportuna, más allá de las comparaciones. Hoy es en buena medida a través de Lamborghini que se entiende aquí el conjunto de la literatura universal. Panero sería una referencia importante para los que conciben la literatura como una guerra contra las trampas del mercado. Aunque también uno podría preguntarse por qué ni Lamborghini ni Juan L. Ortiz son debidamente conocidos en España. Tal vez por el provincianismo, tal vez porque el destino de un poeta es análogo a esa imagen fugaz en la película de Contardi. Como bien muestra El desencanto, ni los monumentos ayudan a la perdurabilidad.