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Stalin, Mao y la diplomacia triangular

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Kim Jong-un debería releer la historia reciente de su país para asumir los peligros que enfrenta con su bravuconada. El joven “Líder Supremo”, que gobierna el más longevo régimen comunista del mundo, es nieto del “Gran Líder” Kim Il-sung y es hijo del “Querido Líder” Kim Jong-il. La dinastía que controla Corea del Norte desde mediados del siglo XX ha podido subsistir gracias a una estrategia que combina disparatadas amenazas militares con una exitosa diplomacia triangular.

La crisis internacional que derivó en la Guerra de Corea (1950-1953) fue ocasionada por lecturas incorrectas de la realidad. La creencia de que el enemigo ocultaba sus verdaderos fines provocó decisiones que, a su vez, generaron nuevas reacciones y una espiral de violencia descontrolada. Ni China, ni Estados Unidos ni la Unión Soviética deseaban una guerra. Pero Corea del Norte forzó la situación alterando hipótesis de conflictos y alimentando temores que fueron, paulatinamente, dejando a las potencias sin escapatoria.

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Corea se había incorporado al Japón imperial en 1910 y se convirtió en un trampolín para las incursiones japonesas en China. En 1945, tras la capitulación de Tokio, la Unión Soviética ocupó el norte de la península coreana y Estados Unidos se adueñó del sur. La arbitraria línea divisoria se estableció en el paralelo 38 y reflejaba los límites que había alcanzado cada superpotencia. En 1949 se retiraron las fuerzas ocupantes y el control fue asumido por dos dictadores coreanos: Kim Il-sung, en el norte, y Syngman Rhee, en el sur.

El futuro de Corea fue uno de los principales temas de discusión en el encuentro que Stalin y Mao mantuvieron en diciembre de 1949, tras el nacimiento de la República Popular China. En esa cumbre, los camaradas coincidieron en que una guerra sería perjudicial para el bloque comunista que necesitaba recuperar aliento en Asia. Pero Kim Il-sung se encargaría de cambiar ese parecer.

A los pocos meses de aquella reunión en el Kremlin, Kim pidió apoyo a Stalin para invadir Corea del Sur. El soviético se mostró más preocupado por el control de Europa del Este pero alentó algún cambio del statu quo asiático para erosionar el poder de Mao. El norcoreano viajó a Beijing asegurando que tenía el respaldo de Stalin para iniciar la invasión. Para corroborar la información, Mao envió un telegrama a Moscú y la respuesta fue ambigua: los bolcheviques alentaban la reunificación coreana pero la decisión final debía ser tomada por China y Corea del Norte. Pyongyang logró su objetivo torciendo el brazo de Moscú y Beijing que, en definitiva, creían que Estados Unidos no intervendría en una nueva guerra.

Según documentación soviética recientemente revelada por Henry Kissinger en su gran libro China, una década después de la Guerra de Corea, los socios comunistas seguían sin ponerse de acuerdo sobre quién le había dado luz verde a Kim. En una reunión celebrada en Bucarest en 1960, Nikita Jrushchov le reprobó a China la decisión de haber aprobado el avance de Corea del Norte. “De no haber sido por Mao, Stalin no lo habría hecho”, disparó Jrushchov, entonces secretario general de la URSS. “Es un error. Mao estaba en contra de la guerra, el que toma la decisión fue Stalin”, contestó Peng Shen, miembro del politburó chino.

La Guerra de Corea terminó erigiendo a China como una potencia preponderante en Asia y cambió la dependencia que tenía de la Unión Soviética. Moscú cedió influencia en el Pacífico y Washington demostró su poder de intervención internacional. Para Kim Jong-un, el fracaso en el campo de batalla se tradujo en la consolidación de su poder político interno. Un legado que heredó su hijo y, más tarde, su nieto.

Como lo hizo antes, Corea del Norte ahora vuelve a utilizar elementos de la teoría de los juegos –los actores toman decisiones fundadas en decisiones erradas de los demás jugadores– para alcanzar sus objetivos alentando percepciones y temores exacerbados. Pero Kim III debería saber que la Guerra Fría terminó. Quizá no tenga tanta suerte como su abuelo.