CULTURA
#8M: DIA DE LA MUJER

La historia de Delmira Agustini, la poeta uruguaya que fue víctima de un femicidio

Fue asesinada por su exmarido a los 27 años. Era la protegida de Rubén Darío y fue una voz fundamental de la poesía modernista.

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Delmira Agustini | Gentileza de Archivo literario del archivo de La Nación

Era una avanzada para su época y había roto varios moldes. Con 27 años, tocaba el piano con virtuosismo, pintaba muy bien y escribía maravillosamente. Pero fue demasiado para la sociedad de aquel 1914, y para su marido, que nunca aceptó su arte y con el que apenas convivió un mes y medio. Después de muchas amenazas, finalmente el hombre la mató y se suicidó. Historia tristemente repetida, pero aquí hablamos de la vida de poeta uruguaya Delmira Agustini, que poco más de un siglo atrás, fue víctima de un femicidio que conmovió a la sociedad de su país, aunque su muerte haya sido enmascarada entonces como “pacto de amor” o “crimen pasional”.

Había nacido en el seno de una familia de dinero. Su padre Santiago Agustini habría sido usurero, con fuertes vinculaciones con el ejército y los políticos. Naturalmente no era bien visto su oficio y su esposa María Murtfeld Triaca aspiraba a superar esa mala reputación social. Delmira nació en 1886 y a los cinco años ya sabía leer y escribir y a los 10, ya escribía poemas y tocaba el piano. Pequeño prodigio, siempre se dijo que sus padres la protegieron de más, quizá un signo de sus tiempos y de su clase social. Su vida se repartía entre clases de francés, piano, pintura, dibujo, idiomas. A los 16 años comenzó a publicar sus poemas con el seudónimo de Joujou, con un estilo modernista, típico de la época en que reinaba la estética de Rubén Darío, a quien conoció y que valoró su obra. En 1907 publicó el libro “Frágil”, con apenas 21 años. Manuel Medina de Betancourt escribió el prólogo y Delmira comenzó a vincularse con las personalidades intelectuales de Montevideo, a pesar de su corta edad.

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Delmira

Un año después, llegó a su vida Enrique Job Reyes, con quien comienza un romance a escondidas de su familia, ya que su madre se oponía a la relación. Durante cinco años, mantienen un vínculo por correspondencia. El novio también provenía de una familia acomodada, que se dedicaba a la compra y venta de caballos. Pero nunca entendió a su novia, y consideraba que su talento literario era más una preocupación que una virtud. Tenía apenas un año más que ella y esperaba que Delmira abandonara su pasión literaria, quizá con el casamiento.

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Pero la poeta seguía adelante con su obra, en 1910 publicó “Cantos de la mañana”, su segundo libro de poemas. Ya era una artista reconocida, visitada por otros escritores. Entre quienes celebraban su talento estaba Manuel Ugarte, escritor argentino, amigo de Darío, viajero, socialista y militante antinorteamericano, once años mayor que Delmira. Ugarte le envió una carta elogiosa por su obra, pero luego, a partir de conocerse personalmente en un encuentro con el propio Rubén Darío en 1912, comenzarán un ardiente intercambio epistolar que se hará más intenso a partir del divorcio.

 

Enrique Job Reyes nunca entendió a su novia, y consideraba que su talento literario era más una preocupación que una virtud.

Con la publicación en febrero de 1913 de “Los cálices vacíos” se cierra su obra édita, con un tono marcadamente erótico, que irritó a muchos y aún hoy sorprenden por su audacia. “De todas cuantas mujeres hoy escriben en verso ninguna ha impresionado mi ánimo como Delmira Agustini, ni por su alma sin velos y su corazón de flor. A veces rosa por lo sonrosado, a veces lirio por lo blanco. Y es la primera vez en que en lengua castellana aparece un alma femenina en el orgullo de la verdad de su inocencia y de su amor, a no ser Santa Teresa en su exaltación divina. Si esta niña bella continúa en la lírica revelación de su espíritu como hasta ahora, va a asombrar a nuestro mundo de lengua española. Sinceridad, encanto y fantasía, he allí las cualidades de esta deliciosa musa. Sean con ella la gloria, el amor y la felicidad”, la celebraba Darío.

En agosto de ese 1913, Delmira y Enrique se casan, con Ugarte como testigo de la boda. “He resuelto arrojarme al abismo medroso del casamiento”, le cuenta la uruguaya al poeta nicaragüense: “No sé: tal vez en el fondo me espera la felicidad. ¡La vida es tan rara!”. Darío le recomienda tranquilidad. Pero no la habrá. “Yo me encargaré de romper los devaneos y alejarla de toda preocupación intelectual. Es una mujer como otras. La poesía y el piano son entretenimientos de soltera”, dicen que dijo el flamante esposo.

“Usted hizo el tormento de mi noche de bodas y de mi absurda luna de miel… mientras me vestían pregunté no sé cuántas veces si había llegado. Entré a la sala como a un sepulcro, sin más consuelo que el pensar que lo vería. La única mirada consciente que tuve, el único saludo inoportuno que inicié fueron para usted. Tuve un relámpago de felicidad. Me pareció por un momento que usted me miraba y me comprendía…” le dijo la poeta a Ugarte por carta evocando el día de su casamiento. “Lo que pudo ser a la larga una novela humorística, se convirtió en tragedia. Lo que yo sufrí aquella noche no podré decírselo nunca”, completaba.

Como se cuenta al principio de esta crónica, el matrimonio duró alrededor de 45 días. Delmira volvió a casa de sus padres, pidió el divorcio el 13 de noviembre alegando “hechos graves que imposibilitan cualquier reconciliación” y siendo una de las primeras mujeres que utilizó los derechos que le daba la entonces nueva ley uruguaya (se había aprobado ese mismo año), que le permitía solicitar a la mujer el divorcio con su sola voluntad. Delmira también mencionó en la demanda, las amenazas sufridas tas la separación de hecho. Quizá fueron esas amenazas las que llevaron a Delmira a seguir frecuentando a su ya exmarido. Hasta que en uno de esos encuentros, Job Reyes le pegó dos tiros y la mató instantáneamente. Después, intentó suicidarse, pero falleció cuando lo trasladaban a un hospital.

 

El matrimonio duró alrededor de 45 días. Delmira volvió a casa de sus padres, pidió el divorcio el 13 de noviembre alegando “hechos graves que imposibilitan cualquier reconciliación”.

Un solo medio de la época se animó a llamar a las cosas por su nombre. Una publicación satírica se animó a decir la verdad. “Protestamos contra los hombres autoritarios que se erigen en amos de la mujer y quieren hacerse amar a tiros de revólver. ¡No, la mujer no es la esclava del hombre, ni en el amor, ni en nada!”, se publicó, sin firma del periodista, mientras los demás medios de la Argentina y Uruguay trataban de disimular el femicidio con frases hechas y lugares comunes, atenuando la brutalidad del asesinato, buscando razones y justificando lo que hizo Job Reyes. Pero no fue otra cosa que un femicidio, en tiempos en que esta palabra no había calado en la conciencia de la sociedad como hoy, aunque todavía falte tanta deconstrucción para que estemos bien.

Los restos de la poeta descansan en el Cementerio Central de Montevideo. Su historia y la de todas las víctimas de violencia de género cuentan con un memorial, en la calle Andes 1206 donde Delmira Agustini fue asesinada por su exmarido. Es obra del artista Martín Sastre y fue inaugurado en el centenario del asesinato, en 2014.