CULTURA
la bestia sale de la jaula

“Una novela es peor que un crimen en Argentina”

Cínico, contradictorio, fascinante y hasta genial, Jorge Asís –uno de los mayores escritores argentinos en actividad– abre las turbias puertas de su intimidad. De militante comunista a excéntrico embajador durante el menemismo, la reedición de buena parte de su obra y la publicación de novelas inéditas es una excusa inmejorable para dialogar con el autor de títulos imprescindibles de la literatura nacional.

Rescate. Relegada durante años por el círculo literario, la obra de Asís ha comenzado a ser revalorizada por destacados ensayistas.
|

En uno de los rincones del Florida Garden están apilados media docena de cajones de gaseosa, debajo del mostrador de hormigón emputecido, donde hasta cuatro veces por semana Heredia se las ingenia para sellar las filtraciones.

Domina el salón una estantería dilatada, con espejos, detrás de las botellas de licores, whiskies, golosa rapiña. Haces de luz se filtran por los entresijos de los estantes, y entonces se momifica el milagro. Hoy el bar parece desierto. Son apenas seis, siete las mesas si tenemos en cuenta la que ocupa el protagonista de esta historia, demasiado cierta para ser verdad. Dos ejemplares de La Nación y uno de Clarín descansan, retirados, junto a la puerta, sobre un taburete de madera descolado. Sólo los dos viejos que charlan alocados junto a la ventana que da a la peatonal leerán uno de los ejemplares de La Nación, que lleva en tapa el anuncio del gobierno radical sobre el Plan Austral, un nuevo intento por paliar la crisis. Disparates aparte, ahogado por un frenazo infernal que perfora el ambiente, nuestro hombre está como ausente, sentado en la mesa más cercana al baño; masculla bronca el muy porfiado, tironeado de los grises. Dos mesas más allá, un tipo se encoge de hombros ante el desplante de una mujer rubia, acicalada y pulida, presumiblemente su esposa. Un intenso olor a humedad se entremezcla con el humo vaporoso de los cigarros. Cuando la puerta se abre, el encargado sale disparado de la barra para pedirle al chico que se vaya, decirle que allí no se permite la venta ambulante.

Más allá, más acá en el relato, nos encontramos frente al sujeto de pelo entrecano, cubierto en pelusas y una afición por los tics, labios de arcilla, pómulos en punta, echar hacia atrás la cabeza, levantarse, dejar el tazón de café con leche a medio terminar para estamparle la rabieta en la cara a nuestro protagonista:
—¿Es usted Asís, verdad?
—No –responde Asís, rascándose el cogote–, todos me confunden con él.
—Sí sos… Cómo te vendiste, hijo de puta.
A esta altura, Asís parece dispuesto a soportarlo todo, a tirar las primeras líneas de lo que será Cuaderno del acostado (1988), un autorretrato descarnado que rastrilla en la etapa de la proscripción, luego del despido de Clarín, después de haber vendido chorros de ejemplares con Flores robadas en los jardines de Quilmes (1980). Agitando la leyenda nacional del perseguido que se autoflagela con kilos de cinismo, escribe con la gramática del catecúmeno, ambicioso y trapacero. El profanador Asís pasa los primeros años del retorno democrático como un fantasma, está en la lona, sin trabajo ni dinero, sin poder publicar, habiendo sido –¡justo él!– uno de los escritores más famosos de los años 70. Cuaderno del acostado no sólo se volverá una de sus mejores novelas sino que absorberá la descarga anímica esencial para lo que está por venir. La bestia enjaulada se ponía al frente de un codicioso impulso: Cuaderno… es el único de sus libros que Asís no volvió a leer jamás.

Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Hoy más que nunca Suscribite

El debut literario de Jorge Asís fue en 1971 con La manifestación. Tenía 25 años y militaba en el Partido Comunista, evangelio que abandonó el 19 de junio de 1973, un día antes del retorno de Juan Domingo Perón a la Argentina. Los reventados (1974) está centrada en la aquella vuelta del General, la marcha sobre Ezeiza y los desmadres de la chusma. 20 de junio: el día en el que Asís se volvió peronista. Con aquella novela, que dinamita el poder de la prosa con un pregón político-social, obtuvo su primer reconocimiento, una mención en el Premio Casa de las Américas, con un jurado en el que se destacaban su amigo Haroldo Conti y Mario Benedetti. “Con nuestro resentimiento, Vitaca, podemos hacer una ciudad”, leemos en un pasaje de Los reventados. El comisionista de los mismos engendros que lo han condenado resuena en un cavernoso eco arltiano. Don Abdel Zalim. El burlador de Domínico, La familia tipo, Fe de erratas son todos libros de esa época. En 1976, Asís pega un vuelco inesperado en su vida: es convocado por Clarín, el diario de mayor tirada en Hispanoamérica, para convertirse en periodista rentado de tiempo completo. Le aclaran que será “el orificio por donde respirará el diario”. Entonces, Asís deja de serlo para convertirse en Oberdán Rocamora, seudónimo con el que publica sus artículos, unas notas impertinentes, aguafuertes de lectura rápida, de consumo instantáneo. Desde esa trinchera, desde la tranquilidad que le brinda ser periodista estrella de un diario bendecido por el gobierno de turno, Rocamora usa parte de sus horas pagadas por la empresa para escribir una ristra de best sellers: se inicia “el fenómeno Asís”. Al bombazo editorial que significó Flores robadas…, el cual vendió en apenas un año unos 300 mil ejemplares, le siguieron Carne picada (1981), La calle de los caballos muertos (1982) y Canguros (1983). “Hice mucha guita en esa época, con decirte que con sólo el 60% del adelanto que me dieron por Carne picada me compré mi primer departamento”. En ese departamento de Caballito Asís revienta por las noches los dedos gruesos contra una Olivetti Lexicon 80, tac-tacataca-tac, apoyada sobre una frazada, para aminorar el ruido y no despertar a sus hijos. Taca-tac-tac. Fueron los años buenos, del prestigio, el reconocimiento, el dinero en lluvia. Pero una vez terminado el Proceso militar, Rocamora es despedido de Clarín y Asís rotulado “escritor de la dictadura”; la culpa infundada por la tropa biempensante: haber sido un éxito de ventas durante un gobierno de facto.

En Diario de la Argentina (1984) Asís vuelca sus días en Clarín, expone al sol la intimidad de un medio que fagocitaba sus dilemas entregándose por completo al devenir del régimen. Asís se siente usado por esa empresa periodística que primero lo contrata para “ser el orificio por donde respirará el diario” y luego lo despide así sin más, condenándolo al ostracismo: “Lo que sucedió fue que cuando sale Diario de la Argentina, que vende en unas semanas alrededor de 30 mil ejemplares, los radicales me prohíben en todos lados por presión de Clarín, porque no querían tener problemas con Clarín, entonces fui proscripto. Yo estaba trabajando en Perfil y un directivo de Clarín le pidió directamente a otro de Perfil que me echaran… ¡Me divertía tanto con esas situaciones!”.
Así que el tipo almacena furia, rencor, un paquete incendiario con el que nutre su panfleto. Como una revancha, se los cargó a todos.
—No sé, no creo que haya sido una venganza, sino más bien… Mirá, yo me sentí como un preservativo usado por Clarín, cuando me doy cuenta de que estaba prohibido en el país después de haberme ido de Clarín.
—¿Todavía se siente proscripto por buena parte de la prensa?
—Cuando vuelvo al país, en 1999, después de haber sido embajador durante los diez años de Menem, constato que lo mío estaba igual que antes… “No, por tu problema con Clarín”, me dicen… ¡Basta, no puede ser! ¡Treinta años lleva esto! Si yo hubiera asesinado a Héctor Magnetto en 1984 hoy estaría como Sergio Schoklender hablando en la televisión, haciéndome el desapasionado analista. Una novela es peor que un crimen en Argentina. Estoy reeditando mi obra en una editorial importante, publicando novelas inéditas y ésta es la segunda entrevista que tengo en mucho tiempo. Pero el mundo de la comunicación cambió, yo no tengo que esperar que salga una reseña en Clarín para vender un libro mío. Yo no quiero desgastarme pensando por qué el otro no me quiere, ¡me importa un carajo!

La altanería irritante del ingenioso taumaturgo, el que recurre a lo persistente rascando del retrato irónico del pasado. La planificación de un ideario para el futuro. Hoy Asís, con una treintena de libros publicados, haciéndose ostensiblemente presente con esa dinámica del desenfado tan suya, es un caso raro: un escritor que arranca siendo éxito y termina siendo culto. Un fenómeno notable.

***

Se calza las gafas, doble clic contra el archivo:
—Ahí está: Nathalie, Odile y Josciane (dulces otoñales) es el título de una novelita inédita que tengo, que terminé el 31 de enero, en París. Hace años tomé la costumbre de irme a París a escribir cuando en Buenos Aires empiezan a aparecer las primeras ojotas.
Con la lujuria del arribista, ligeramente inclinado hacia adelante, la mano derecha en el mouse, el índice yendo y viniendo por sobre el rodillo, salteando capítulos como equilibrista. Ahí está el Turco, con sus aires de patán, sentado frente a la pantalla de la computadora, en el estudio de su departamento de Recoleta, ventanal sur a la calle Montevideo. Rodeado de retratos de sus nietos, una serigrafía de Obelar, un fresco voluptuoso del plástico Alejandro Pérez Becerra, un Bertanis y una Evita creada por Nora Iniesta.
—El título son tres nombres de minas… esta novela es de una “cogidanga” maravillosa, a lo mejor en cualquier momento voy y la tiro en la editorial. Transcurre enteramente en París, está muy bien escrita, claro, con eyaculaciones falsas, personajes tántricos. Es una novelita que va con la onda de esta escritora… ¿cómo se llama? Esta, la de las Cincuenta sombras… Sí, ésa, las minas se van a volver locas cuando lean esto; las otoñales son las minas de entre 40 y 45 años, ¿entendés? Una linda novelita, che. ¡¿Sabés cómo se van a cagar de risa con esta novela?!
Así, mostrándose, librándose con imperial displicencia, desnudando el material inédito delante de su entrevistador de turno. Es uno de los escritores argentinos más importantes de los últimos cuarenta años y sin embargo el tipo está fuera del círculo. Pero a él no le importa, o eso parece. Editorial Sudamericana se propuso reeditar buena parte de su obra y publicar algunas novelas inéditas como Hombre de gris, Tulipanes salvajes en agua de rosas, Casa casta y seguramente Nathalie, Odile y Josciane... “Después de tanto tiempo, publico cuando quiero y de la forma que quiero. No tiene sentido que yo pase tres años de mi vida para publicar una novela de 500 páginas, porque como está el mercado editorial argentino sólo tengo que publicar cien páginas. Contrariamente a lo que sucede en Inglaterra o Francia, que se lee mucho. Me convencí también de que no hay que pedirles anticipo a los editores, es un error; el escritor que busca sacar un buen anticipo y después con sus ventas no alcanza a cubrir la mitad de ese anticipo queda un poco sepultado, ¿sabés? Yo no pido anticipo, que es lo que les interesa pedir a los agentes literarios, y yo tampoco tengo agente literario. Es bueno que el escritor tenga libertad. Además, yo no tengo la paranoia que tienen muchos de que la editorial vende más de lo que dice y te escatima los derechos de autor. Ya no me importa si mi libro está exhibido o no, no me dedico a eso, por suerte, esa ansiedad del escritor finalmente no la tengo, mi relación con la literatura pasa por otro lado: que se publique, y que el libro se defienda… Ahora que lo pienso: ya estoy un poco harto de las entrevistas que tienen que ver con la literatura, porque estoy cansado de ser rescatado, ¡no quiero que me rescate nadie! Así que no me rescates”.

El 3 de marzo de 1988, mucho antes de ser rescatado, el mutante Asís cumple 42 años y, como siempre, lo festeja en la Embajada de Marruecos, porque coincide en fecha con la fiesta nacional de ese país. Y allí está Carlos Menem, pequeñín, patilludo, forrado en fina felpa, la psiquis permeable a las razones. Y al Turco le da por congraciarse con ese proyecto: “Carlitos, te voy a atajar unos penales”. Y al día siguiente nomás se estira hasta el lanzamiento de la campaña del futuro presidente, el escritor congraciado con la epopeya.

Durante el menemismo, Asís consigue que la corrosión del arquetipo se asiente otra vez en el grotesco, para llegar hasta septiembre de 1989, cuando viaja a París como embajador ante la Unesco, luego a Portugal. Estando en París banca los indultos a los militares asesinos del Proceso, disfruta del poder ilusorio del emisario, interviene poco en los asuntos domésticos. En esa etapa escribe gran parte de La línea de Hamlet o la ética de la traición (1995), Sandra, la trapera (1996), Casa Casta (2013) y tres libros que publicará a su regreso al país, entre 2000 y 2001: Lesca, el fascista irreductible, Del Flore al Mont-parnasse y Excelencias de la nada. Después de ahí, stop.

Al finalizar el menemismo, luego del experimento malogrado de la Alianza, Asís carga con un récord: es el escritor más puteado de la historia argentina. Insultado por sus lectores de izquierda, quienes ya lo habían condenado por traición aquel 19 de junio de 1973; por los peronistas, quienes vieron en él un pelele que aprovechó la oportunidad para destacarse durante el gobierno militar mientras miles eran masacrados. Denostado por los radicales, ¡proscripto por los radicales!, vuelto a putear cuando decantó en funcionario menemista. Sin llegada para la antropología literaria, rechazado por sus pares –¿por ser vendedor o por sus excentricidades?–, por estar siempre en el lugar menos correcto, marginal en el mundo de la literatura. Ninguneado en las ferias, congresos, en los debates importantes. Sin embargo, en los últimos años fue creciendo la revalorización de Asís. Los chicos de Letras lo leen con devoción, los sagaces cabecillas de nuestros terruños lo redimen. Sin ir más lejos, Josefina Ludmer, prestigiosa investigadora argentina residente en Yale, escribe sobre él. Se publica Jorge Asís, los límites del canon, de Nidia Burgos, el cual horada de manera crítica la totalidad de su obra; el ensayista Christian Ferrer lo ensalza. Como sea, las nuevas generaciones de escritores empiezan a descubrirlo y a dejarse influenciar por su obra: el tropo de la escena costumbrista nacional, donde el reino de lo popular se mezcla con la actividad política más conservadora. Los poderes institucionales son peinados por la literatura de Asís con la precisión quirúrgica de un forense. Se trata de dislocar un poco la obra para encontrar el núcleo: el peronismo, el periodismo, las embajadas, los servicios de inteligencia, la política, los políticos.
—Mi mayor logro es que ahora los hijos de aquellos que me insultaban me admiran. Me rescatan los hijos de los que antes me negaron. Los que me decían “menemista”, “éxito del Proceso”, “dimitente del comunismo”. De pronto aparece Ludmer y me elogia.
—¿Vio? No está tan mal que lo rescaten, después de todo.
La conversión ornamental en su rostro para darle el aspecto probable que mantenía la iconografía original. Asís transita una literatura border, delgada la línea que divide la picaresca del corte clásico. Y esto es porque Asís tiene un plan: su cosmética, el gesto vulgar y a la vez bribón, así de fresco es el enfant terrible de la literatura argentina. Es quizá por el clamor de estas disonancias que Asís abandona los géneros para comérselos. Esto también produce efectos sobre uno de los temas característicos de su obra, la victoria amorosa, ese degüello carnal retratado con rústico lenguaje.
—¿Qué le genera que lo rotulen como “escritor maldito”?
—Me causa gracia. Yo no vivo como un escritor maldito, no me cargué a nadie, no es una estampilla que merezca. Eso déjenselo a Céline.

¿Dónde ubicar a Asís, entonces? En el campo de batalla. Sus personajes se enloquecen con las marionetas de Roberto Arlt, esnifan delirantes absurdos con la claque de Hilario Bustos Domecq. Don Hilario hubiera encontrado en Asís a un hermano (¿Y Borges? ¿Y Bioy?). Asís es un lector mayor, un sujeto que lee libros vivientes para luego domesticarlos y devorárselos. Puede ser que Asís haya sucumbido a las luces de los canales de televisión, hoy es más reconocido por sus intervenciones televisivas para opinar sobre la política nacional que por su conjunto espinoso de historias inventadas, demasiado ciertas para ser verdad. Procedimiento taimado que de ningún modo obtura su conquista: la literatura argentina está sembrada con los personajes de Asís.