CULTURA
paco urondo

Zona Urondo

Urondo se apropia de la concepción del arte como un tipo particular de comunicación que, dice, “compromete lo más importante del individuo y de su comunidad” y retoma las críticas a la industria cultural (…), pero a la vez cuestiona el conformismo y el aislamiento de los intelectuales y señala que las transformaciones culturales implican también una tarea política.

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Urondo se apropia de la concepción del arte como un tipo particular de comunicación que, dice, “compromete lo más importante del individuo y de su comunidad” y retoma las críticas a la industria cultural (…), pero a la vez cuestiona el conformismo y el aislamiento de los intelectuales y señala que las transformaciones culturales implican también una tarea política. El poeta de su época, dice (…), se sitúa con mayor claridad que sus antecesores en los problemas de su tiempo (…).

Con ese punto de partida construye una reflexión sobre la poesía que apunta tanto al problema del lenguaje y de las formas como al lugar del poeta en la sociedad y a su relación con la política. El artículo que le dedica a Javier Heraud y que provoca una ruptura en el grupo editor de Zona de la Poesía Americana sitúa un punto de inflexión en su indagación de las conexiones entre los movimientos de vanguardia en literatura y la acción revolucionaria. El valor de los textos de Heraud, dice, no surge de las circunstancias que rodearon la muerte del autor, pero esos hechos tampoco pueden soslayarse porque hablan de la época e interpelan a los escritores. Urondo une ambos términos en su propia poética, que enuncia remitiéndose a la etimología del término: “Poética en griego quiere decir acción, en este sentido no creo que haya demasiadas diferenciaciones entre la poesía y la política”. Es significativo el contexto en que hace esa declaración, una entrevista que le hacen en la cárcel de Villa Devoto dedicada a la masacre de Trelew. Articular poesía y política, además, significa plantear otra forma del trabajo intelectual, opuesta a la teorización desvinculada de sus condicionamientos sociales y efectos ideológicos.


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Vida y muerte del poema

Francisco Urondo
Las relaciones entre la gente y la poesía producen un doble fenómeno: por un lado, de resistencia frente a los temores y los riesgos que el poema supone; por otro, el desconocimiento. El rechazo es de carácter psicológico, el desconocimiento, de índole social. Desconocer en este caso es no reconocer el hijo, no sentirse expresado, hecho que no está propiciado por la crueldad sino por las circunstancias.
La gente, y esto no es nuevo, vive la época de la propaganda; todo el mundo trata de vender al otro algún producto en nuestro mundo: un jabón, una salida electoral, una mujer, una forma de convivencia, un estilo de vida. Es lo que se ha dado en llamar el imperativo comercial de nuestra época. Y para vender un producto o muchos hay que buscar aspectos exteriores comunes, nivelar por abajo, mediatizar. Se logra, o se tiende, a lo que Marx llamaba la enajenación del hombre a su ser genérico. Así el jingle, la locutora, el gag publicitario, la indagación en las reacciones de la gente, en sus necesidades. Estas técnicas, y no es nuevo señalarlo, no tienden a solucionarle problemas sino a encajarle cosas, sustituirle necesidades, inventarle nuevas. Esto dispone una configuración cultural donde evidentemente no tiene lugar la poesía; la poesía no es vendedora, es hija más bien de la subversión, y esto no hace posible la consolidación de una comunidad consumidora, pasiva, gregaria, como requieren las ventas y el espíritu que las anima.
Quien lee un poema no está ingiriendo un producto, un lema, una consigna. Está participando de un juego dialéctico. Se está comunicando; y por esta conveniencia o por imposición, la incomunicación es el signo de nuestra época. Entonces, si la comunicación está en crisis, cómo no iba a estarlo la poesía, que es también un medio para la comunicación. En efecto, la gente no lee poesía, en la medida en que tampoco se comunica: un hombre con su mujer, éstos con sus hijos. La amistad también, y por estas razones está en crisis: somos una larga y aburrida caravana de hombres herméticos, enrarecidos.

Hoy en la Cultura, Nº 13, marzo-abril de 1964


Contra los poetas

Francisco Urondo
Me resulta inaguantable tropezar con la palabra poesía escrita con mayúscula; o que se diga de un poema que “toca lo esencialmente humano”; que se infle el asunto. Creo que comer, o gritar o hacer el amor, o reírse, etc., es también y por ejemplo, una manera de tocar –o de expresar, para ser más precisos– lo que se ha dado en llamar esencialmente humano. De no ser así tendríamos que identificar al poeta con una suerte de vaca sagrada, de intocable, de pajarón, que con voz misteriosa recita Poesía, toca lo esencialmente humano. Y esto es mentira, y por suerte. Lo lamentable es que generalmente sean poetas quienes colocan las cosas, su oficio, en este terreno pringoso, de autoadulación. Su actitud es parecida a la que suele adoptar la gente de publicidad que dice “crear”, en el sentido artístico, cuando en el mejor de los casos se está inventando un slogan o imaginando una disposición gráfica vendedora. De todas formas, estos hombres de la publicidad insuflándose, sobrevalorando su oficio, pueden obtener de él mejores honorarios. Pero esta justificación, esta gratificación en el terreno práctico, no ocurre con los poetas, ya que ninguno, al menos en Argentina, vive de su profesión de poeta. Así se trataría el suyo de un gesto meramente ramplón, sin atenuantes. Es que los poetas son a menudo adolescentes tardíos; de esta manera se sienten perseguidos, incomprendidos, solos y ansiosos; es también que buscan gratificación donde no pueden encontrarla: no hay dinero para ellos y, por otra parte, al prestigio lo rechazan y muchas veces por mera vanidad. Por cierto, la gratificación para el poeta se identifica con la comunicación y también por el gozo por la cosa realizada; esto complica las cosas, el asunto no es fácil, y menos en nuestra época, que fomenta sus debilidades. Pero la poesía no es consecuencia de este sector subdesarrollado, o neurótico, de la personalidad del poeta. Si bien el poeta ciertamente es un bicho raro, lo es por sus limitaciones, y no porque escriba poemas. Cuando hace poesía, cuando escribe, no se pone raro ni solemne, se pone serio, concentrado. No necesita hacer –aunque lo haga– chiquilinadas, o travesuras, o canalladas, o estupideces, por más simpáticas o envidiables o censurables o tolerables que ellas puedan parecer. Tampoco cabe el transcendentalismo. Además, ser poeta en un país ahora dependiente como el nuestro, y en consecuencia un poco provinciano, es todavía una actividad de excepción, prístina; aunque se lo rechace sigue siendo “el vate”. Así, dos fuentes alimentan esta versión exagerada, ampulosa del poeta y de su trabajo: la propia estimación y la estimación obsecuente –o subestimación– del medio; ambas son hijas de la inseguridad individual o colectiva, respectivamente. Por esto conviene insistir en que no es el del poeta un oficio milagroso o sobrenatural o de loquitos o de elegidos. Es una tarea que cumple la gente.

Zona de la Poesía Americana, Nº 2, diciembre de 1963