OPINIóN
guerra del paraguay

Las verdaderas víctimas

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La última etapa de la guerra contra Paraguay fue la más cruenta y los paraguayos fueron las principales víctimas. Cuando la guerra se volvió definitivamente favorable a los aliados, el hambre comenzó a hacer estragos. Las deserciones del ejército por esta causa no fueron infrecuentes. Miles de paraguayos murieron por falta de alimentos. Otros a causa de las epidemias, fundamentalmente la de cólera.

Durante los últimos años de la contienda, el presidente paraguayo Francisco Solano López llevó adelante procesos por supuesta traición sobre su propio ejército y población. Muchos de esos procesos terminaron en fusilamientos, como el del propio hermano del presidente, Benigno. Las sospechas de traición también se extendían a las familias de los soldados. El desbande era castigado con la muerte.

La parte más penosa de esta fase la sufrieron mujeres y niños. Cuando se desató la guerra, las mujeres paraguayas con sus hijos más pequeños quedaron a cargo de las economías domésticas. Producían algodón, yerba, tabaco y alcohol y también se encargaban del abastecimiento de ejércitos. Las batallas no eran un ámbito pensado para las mujeres. La valentía con las armas estaba ligada a la hombría. En el relato del general argentino José Ignacio Garmendia aparece un episodio en el que tropas paraguayas comenzaron a desbandarse y el oficial les gritó en guaraní que eran “peores que mujeres”. Las mujeres paraguayas fueron fundamentales para el abastecimiento del ejército. Algunas manifestaron su intención de donar joyas para ayudar a la causa patria.

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Las mujeres también sufrieron los castigos del gobierno de López. Por un lado se encontraban las llamadas residentas. Se trataba de mujeres que eran trasladadas de una población a la otra por la fuerza para que los aliados no pudieran aprovecharse de los recursos generados por ellas y para usarlas como mano de obra. Se las motivaba con invocaciones a la patria y el miedo a los “camba” o “macacos”, como llamaban a los brasileños.

 Por otra parte se encontraban las destinadas, mujeres de clases altas sospechadas de traición directa o por el parentesco con un traidor: su marido o algún hijo. Las destinadas eran obligadas a abandonar sus hogares y marchar hacia campos de trabajo forzados como en la zona de Espadín. Las condiciones de vida en esos campos eran penosas; la dieta consistía en naranjas agrias, huesos para sopa, lagartos y víboras. Existen testimonios de la ayuda que proporcionaron comunidades indígenas a cientos de mujeres que intentaban huir de esos campos. Concepción Domecq de Decoud relató que fue obligada a seguir al ejército paraguayo junto a sus hijos pequeños, dos de los cuales murieron. En el camino vio a otra mujer de la alta sociedad, Pancha Garmendia, pasar desnuda y ser humillada por el ejército. Los procesos por traición a la patria y delitos políticos tuvieron a las mujeres como blanco mayoritario.

Los niños paraguayos también fueron un grupo muy castigado hacia el fin del conflicto. Miles murieron de hambre, y otros, a causa de las epidemias. Las hijas de las mujeres destinadas fueron separadas muy pronto de sus madres. Otras niñas y niños muy pequeños quedaron huérfanos. Las mujeres y los niños paraguayos también fueron víctimas de los ejércitos de Brasil, Argentina y Uruguay. Cuando los aliados tomaron la capital, muchos niños y mujeres fueron conducidos desde el interior hacia Asunción. Allí fueron robados, secuestrados o vendidos como sirvientes a miembros del ejército aliado. Es famoso el caso del sobrino de Concepción Domecq, el niño Manuel Domecq García. Manuel fue secuestrado por los brasileños y su familia pagó por su rescate. El niño fue enviado a la casa de otra tía en Buenos Aires y años más tarde terminaría convirtiéndose en un almirante de la marina argentina. Existen testimonios de “paraguayitos” asignados a oficiales de los países aliados y algunas fotografías dan cuenta de ello. Se encuentran también registros de sirvientes niños de nacionalidad paraguaya en el censo argentino de 1869 y relatos sobre el arribo de niños de la misma nacionalidad en los contingentes de los ejércitos brasileño y uruguayo que retornaron a sus países hacia el fin del conflicto. El tráfico de niños y mujeres hacia los países aliados durante la guerra es una temática que todavía resta explorar con más profundidad.

Durante la última etapa de la guerra, la escasez de hombres en Paraguay llevó al gobierno de López a la decisión de reclutar niños para el combate. Los niños no habían sido ajenos a la vida en los campamentos militares de la región. Habían participado de tareas de limpieza y aprovisionamiento junto con las mujeres. Algunos comenzaban a cumplir funciones militares como la de tambor a sus 10 años de edad. Sin embargo, la masividad que adquirió el fenómeno en el ejército paraguayo hacia el final de la guerra llamó la atención de los contemporáneos. No era un destino buscado para los hijos pequeños el morir en la batalla. Según el testimonio de una residenta, una madre vistió a su niño de mujer y logró que no fuera reclutado.

El general argentino José Esdrillo le escribió al coronel Alvaro J. de Alsogaray el 21 de diciembre de 1868 que ya se podía dar por concluida la guerra porque solo eran “muchachos, viejos y hasta enfermos”. Los aliados ya habían tomado Asunción, pero la guerra continuó. La batalla de Acosta Ñu el 16 de agosto de 1869 fue tristemente conocida. Al menos 2 mil paraguayos, en su mayoría niños y preadolescentes, murieron en pocas horas. Habían peleado contra 20 mil soldados aliados adultos, de los cuales solo murieron 26”.

 

*Autora de La guerra del Paraguay, Editorial SB (fragmento).