SOCIEDAD
APOSTILLAS NORTEAMERICANAS

La mano invisible y otras impresiones de viaje

Un periodista perdido en San Francisco.

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1- La mano invisible que para el imaginario norteamericano administra con perfección al mercado es la misma que parece organizar las cosas en Estados Unidos. Todo está ajustado, pero nadie ve a los organizadores. Los científicos del Congreso de Frontotemporal Demencia, en California, tenían entre 15 y 20 minutos para hablar, con powerpoints, micrófonos colgados con un raro artefacto, para no hablar de las luces oportunamente prendidas y apagadas, o los debidamente programados breaks para ingerir grasas y lípidos. Debería haber por lo menos una docena de personas trabajando para que todo saliera bien. Los mismos que en la organización de cualquier evento en Buenos Aires tienen que ser visibles porque todo el tiempo tienen que apagar incendios, aquí tienen una perfecta ausencia y, al contrario que la divina ubicuidad, no están en ningún lado. Es como si pensaran que la mejor tarea es la tarea anónima.

2- Sin embargo, las calles tienen al menos un elemento común con Sudamérica: la cantidad de gente que mendiga en San Francisco no es inferior a la que vive de las monedas ajenas en Buenos Aires. La mayoría son negros, pero conviven con perfectos rubios que parecen extras recién salidos de alguna película de Hollywood.
El resto del tránsito, olvídenlo. No existen los abominables colectivos porteños que pasan fumigando por avenidas y calles. La gente se mueve en esos tranvías tan decimonónicos como las novelas de Emile Zolá, y que, contrariamente a lo que hace el autor de Germinal, todavía se mantienen en pié.

3- Ríanse de los boicots de Luis D´Elía. Durante todo el jueves 7 una curiosa manifestación tuvo lugar frente a la entrada del Hotel Hilton de San Francisco. Con prolijas pancartas, redactadas en inglés y español, reclamaban contra injusticias y discriminaciones varias.
Lo curioso era la forma en que se quejaban. Desde temprano giraban en breves rondas agitando los carteles y repitiendo lo que decía una especie de cheer-leader. Todo muy civilizado, y sin policías a la vista.
Muchas horas después, la manifestación seguía. Con otras consignas, otros líderes y, supongo, otros manifestantes, pero los mismos cartelitos rojos. Y siguió así cuando ya la noche había caído. Me fui a dormir preguntándome si se trataba de una especie de marcha por tiempo indeterminado, hasta que las razones que la habían originado cesaran. Pero no. A la mañana del viernes el más rotundo silencio precedía el trabajo de los botones del Hilton, altos como granaderos.

4- Nos encontramos con un estudiante argentino de doctorado, en un piso alto, cerca de la Union Square. No le gustan las norteamericanas. Se casó con una argentina y tiene una hijita que quiere que crezca en Buenos Aires. “La educación es mucho mejor allá”, sorprende. “Cuando tenga que ir a la escuela, no volvemos”. No deja de alabar las cualidades de los Estados Unidos, pero casi no tiene amigos locales. “Cuando estábamos en New York jugábamos al fútbol y juntábamos dos equipos de 11 con suplentes sin ningún problema”, nos cuenta. En NY estaba cuando dos aviones (como el Boeing 777 en el que estoy volando de vuelta a Buenos Aires) se estrellaron contra dos edificios gemelos en la capital financiera del imperio.