SOCIEDAD
Anlisis

Los plutonizados

Los norteamericanos votan todos los años por la palabra más utilizada por el público y –especialmente– por el periodismo. Los ejemplos de los últimos tiempos marcan claramente cómo los vocablos consagrados casi siempre aluden a cambios de fondo en la vida social y política del país. Este año eligieron " plutoed", aplicada sorpresivamente a todos los que, como el planeta Plutón, han perdido su status para siempre. En la Argentina una compulsa similar arrojaría resultados sugestivos.

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La palabra del año para los norteamericanos ha sido " plutoed". Que no es otra cosa que el pretérito de un flamante verbo, pluto, que equivale a Plutón. Sí, el desafortunado planeta que durante 2006 sufrió la mayor humillación que se le puede infligir a un astro que se precie: despojarlo de su título planetario. De un día para el otro, se lo consideró demasiado pequeño para codearse en el exclusivo club que integran, entre otros, Marte, Venus y la Tierra. Una especie de capitis deminutio, como decían los antiguos romanos, a quienes, dicho sea de paso, jamás se les hubiese ocurrido aplicar esa expresión jurídica a un sujeto tan lejano de nuestra galaxia.

Por eso, a partir de la creación de esa palabreja (el periodismo, como se sabe, es un saludable inventor de nuevos vocablos en el país del norte), cualquier político caído en desgracia pasó a recibir el fatídico sambenito. Que se calzó el propio George Bush el día en que perdió estrepitosamente las elecciones. Desde ese momento, para la prensa estadounidense, el presidente se plutonizó.

Más que centenaria. La elección de la palabra del año en Estados Unidos corre a cargo de una entidad llamada American Dialect Society, fundada en el lejano 1889, que, según su propia definición, está integrada por “académicos, profesionales, amateurs y diletantes”, y da a conocer su veredicto en los primeros días de cada enero.

La palabra elegida suele tener una estrecha vinculación con algo novedoso –para bien o para mal– que haya aparecido en los últimos doce meses. A veces, son palabras que dan la vuelta al mundo. Por ejemplo, la de 2001, que no fue otra que una cifra: 9-11. En otros casos, su utilización es absolutamente interna. Es lo que ocurrió en el año 2000 con la palabra chad, que fue consagrada la número uno por haber sido la más utilizada por el periodismo político, pese a su humilde e irrelevante origen.

Chad no aludía al sufrido país africano vecino de Libia y del inefable Moammar Kadaffi. Era, en cambio, el nombre del inocente redondelito de cartulina que cortan las máquinas perforadoras, y que fue la clave para invalidar miles de votos en algunos estados, especialmente la Florida, y privar a Al Gore de un claro triunfo sobre el actual presidente.

En esos tiempos, los cables de agencias de noticias que llegaban de Estados Unidos provocaron jocosos malos entendidos, porque se los traducía y titulaba como “Bush está peleando voto a voto con Gore en medio de una lluvia de papel picado”. En realidad, no se trataba de nada vinculado al carnaval: lo del papel picado era apenas una traducción apresurada del chad, que, de tan anónima, sólo era palabra frecuentada por oficinistas y burócratas. Hasta que en diciembre de 2000 pasó a ocupar el centro de la escena política.

Este año, plutoed le ganó cómodamente en la votación final a una expresión aun más cruel: climate canary. Que es la flamante manera de denominar a quienes serían, en cada momento, las primeras víctimas del cambio climático global. Los cientos de miles de muertos del tsunami serán, durante muchos años, los precursores de esa desafortunada categoría de seres humanos.
En años anteriores, los norteamericanos habían votado a truthiness (una especie de verdad “a medida”), red (o blue) states (según el partido que se imponga), metrosexual (ampliamente difundida en el mundo), y WMD (abreviatura en inglés de “armas de destrucción masiva”) como las palabras más ajetreadas por el público y la prensa.

Ahora bien. Siguiendo el ejemplo de los esforzados miembros de la ADS, los argentinos podríamos plantear una pregunta similar: ¿cuál ha sido nuestra palabra del año 2006? Y aunque aquí no tenemos organizaciones que vigilen anualmente la aparición de palabras exitosas, bien puede decirse que hayan sido las pasteras. O papeleras, como se las llamaba cuando no parecían conflictivas.

Seguro: no es una palabra por la que nadie, hace un par de años, hubiera apostado un centavo a que llegaría alguna vez al podio de las más utilizadas. Pero bueno, tampoco en Estados Unidos alguien sospechó jamás que el inocente chad, que se escondía tímidamente en la base plástica de las perforadoras, iría a calzarse esa corona justo en el año en que arrancaba el nuevo milenio y que, se suponía, todos hablarían de él. Y tampoco que el devaluado Plutón iría a consagrarse el número uno tras su fulminante degradación del 2006.