Por fin nos despedimos del presidente Donald Trump. A través de las tres enseñanzas a continuación, podemos aprender algo del fracaso de su presidencia.
Primera lección
Crean en los políticos cuando les dicen cómo gobernarán. Trump se mostró intolerante, hizo campaña con total desprecio por los conceptos básicos de gobierno y política pública. También hizo campaña como un posible autoritario fascinado por la violencia y desinteresado en el Estado de derecho y las instituciones republicanas. Mostró desdén frente a la verdad. Estas actitudes, y no todo lo que dijo sobre la política —en gran parte sin sentido o confuso—, fueron sus verdaderas promesas de campaña. Además, a diferencia de sus promesas políticas, estas actitudes de Trump sí marcaron su mandato.
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Segunda lección
En la Casa Blanca, como escribió hace 60 años Richard Neustadt, asesor de varios presidentes, no hay cabida para aficionados. Trump nunca aprendió a usar los poderes del cargo para influenciar a los otros actores legítimos del proceso de gobierno y tampoco entendió cómo usar la información a su favor. En cambio, prefirió no informarse fuera de lo que veía en Fox News y de lo que funcionaba en sus mítines. No logró construir una reputación profesional sólida, lo que (como habría proyectado Neustadt) debilitó gravemente su capacidad de negociación.
Digamos que no ayudó que fuera un presidente altamente impopular. ¿Cuál fue el resultado? Un manejo fallido del Gobierno, iniciativas de política (como la atención médica y la infraestructura) que nunca se materializaron, otras políticas mediocres que no iban a sobrevivir a nivel judicial, y una Administración de agentes libres y cañones sueltos que perseguían sus propias preferencias políticas sin importar el daño que significaban para el presidente. Esta es la paradoja de la debilidad presidencial: cuanto menos Trump lograba a través del proceso normal, más optaba por hacer las cosas por sí mismo o evadiendo reglas y normas, lo que amenazaba con convertir a la nación en una autocracia sin ley.
Tercera lección
Los partidos ponen mucho en riesgo cuando nominan a alguien en quien no pueden confiar. De alguna manera, los republicanos tuvieron suerte con Trump. Estuvo dispuesto en casi todos los casos a aceptar lo que querían, en particular cediendo el control de las nominaciones judiciales. Pero incluso un presidente débil tiene cierta influencia, y Trump usó la suya para construir la rama más radical del partido a expensas de su principal corriente conservadora. El poder de Trump dentro del partido tenía poco que ver con su popularidad entre los votantes republicanos. Su poder se derivaba, y aún se deriva, del simple hecho de que todos saben que su lealtad al partido no es significativa y que no dudaría en afectarla. Por ejemplo, recientemente, Trump logró mantener a la mayor parte del partido como rehén de sus falsas acusaciones de fraude electoral porque era factible que indicara a sus partidarios más sólidos en Georgia que permanecieran en casa el día de las elecciones especiales al Senado a principios de este mes y entregaría así la mayoría del Senado a los demócratas, algo que ningún otro presidente moderno hubiera hecho.