Diana Maffía participó de una conferencia de prensa organizada por estudiantes del Posgrado en Periodismo de Investigación que organiza el Grupo Perfil junto a la Universidad del Salvador (USAL). En la que se refirió a la decisión de la Corte Suprema de EE.UU. la cual derogó el derecho al aborto, y a la posibilidad de que esto suceda en Argentina. “Los sectores conservadores tienen por principio que la verdad la tienen ellos y que por lo tanto no importa que las mayorías opinen otra cosa”.
La militante y pensadora feminista habló además de la violencia de género, el rol del Estado y la disposición del Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires sobre el uso de lenguaje inclusivo en las escuelas. “Esa resolución es un error y espero que se revierta”, declaró Diana Maffía en el Ciclo de Entrevistas a cargo de Rodrigo Lloret, director de Perfil Educación.
—¿Cree que, al igual que en Estados Unidos, los sectores más conservadores pueden dar marcha atrás con la interrupción voluntaria del embarazo en Argentina?
—Ante la ley de despenalización del aborto o de la interrupción voluntaria del embarazo, la idea de la autonomía de las mujeres para tomar decisiones sobre su sexualidad y sobre su cuerpo, es una idea que todavía se sigue resistiendo. La votación inclusive fue una votación peleada, no fue una votación masivamente a favor. Cuando el aborto era por causales y se regía por el Código Penal, igualmente la práctica no se llevaba adelante. No es que las mujeres esperaban que hubiera una ley de aborto para abortar, porque el movimiento de mujeres ante esa resistencia había construido formas de acceso seguro a la interrupción del embarazo. A través de los proyectos socorristas, de grupos de profesionales que acompañaban a las mujeres a hacer un aborto con pastillas, a hacer controles previos y posteriores, y a hacer un seguimiento, incluso un acompañamiento psicológico, etcétera. Quiere decir que el reclamo era para que el Estado cumpliera con su responsabilidad, no para poder llevar adelante una práctica ni con la esperanza de que esos sectores conservadores digan, “bueno, ahora que hay ley, vamos a aceptar la voluntad de la mayoría”. Porque los sectores conservadores tienen por principio que la verdad la tienen ellos y que por lo tanto no importa que las mayorías opinen otra cosa, ellos son depositarios de la verdad.
—¿Cuál es su mirada sobre la presencia de personajes como Amalia Granata en la Cámara de Diputados?
—La diputada Amalia Granata fue votada, no votada por mí, por supuesto, pero hubo gente que consideró que esa posición la representaba. La legislatura es un ámbito de pluralidad, no me parece mal que las opiniones, aunque consideren minoritarias, estén presentes. A veces nos espanta escuchar la ignorancia de las normas, hay personas que improvisan una participación legislativa sin la menor formación y sin tener prurito de ninguna índole para sentarse en una banca. Solo para representar sus intereses y cierto tipo de posiciones que podemos considerar crueles, en el sentido de no tener en cuenta los derechos de una enorme cantidad de personas. Pero considero que si representa a una parte de la opinión pública tiene derecho a representación legislativa. Tendrá pocos votos, necesitará hacer alianzas para construir alguna mayoría o un proyecto sobre el que quiera legislar, pero el derecho a representar y ser representado lo tenemos todas las personas. Así que Amalia Granata hará su carrera mientras tenga gente que se sienta representada por ella.
—¿Qué opina de las políticas que lleva adelante el Gobierno para erradicar la violencia de género?
—Primero quisiera agregar que también existe una forma de violencia extrema de género que son los travesticidos o transfemicidios, y que tienen una estructura de violencia diferente al femicidio. Pero que también son estructuras de violencia que en general van precedidas por muchas otras formas de violencia. Por eso es muy difícil tener políticas preventivas para los femicidios, porque no son un acto único e inmediato, y además, lamentablemente, no hay una figura de femicidio, es solo un agravante del homicidio. Por eso cuando hablamos de violencia de género hablamos de un sistema de violencia, y ese femicidio llega después de una cadena, de una sucesión de violencias, que ni siquiera son interpersonales; porque es a través de la violencia simbólica, de la violencia en los medios de comunicación, la violencia institucional y laboral. Algo interesante que refleja el problema de la prevención del femicidio es lo que sucedió con la pandemia. En el comienzo de la cuarentena estricta dijeron, “para tener mayor seguridad todos se quedan en sus casas”, ignorando que el 60 % de las mujeres son asesinadas en sus propios hogares. Esa decisión trajo un recrudecimiento de la violencia porque no se podía ir a denunciar o a pedir ayuda a los canales usuales, por lo que se tuvieron que buscar otros recursos como el del "barbijo rojo". Donde si sufrías violencia de género pedías un barbijo rojo y alguien entendía tu situación para poder ayudarte.
—¿Funcionó lo del barbijo rojo?
—Hubo 200 casos donde las mujeres dijeron “barbijo rojo” y somos 47 millones de personas en este país. Prevenir la violencia implicaría, no solo tomar medidas específicas para la concientización de las mujeres para alertarlas de los signos iniciales y que van in crescendo hasta terminar en situaciones de violencia insoportables o lesivas; porque es un continuo de violencias, entonces lo importante es aprender a detectarlas, visualizarlas, entrenar a los funcionarios y funcionarias, etc.
—¿Y qué debería hacer el Estado?
—El Estado tiene que garantizar formas igualitarias en la vida de varones y mujeres, eso implica, no solo hacer cambios en la vida de las mujeres, sino también en la vida de los varones. Por ejemplo en las tareas de cuidado, nosotras cuidamos porque es parte de nuestra función femenina y somos socializadas para eso. Entonces los varones se sustraen de esta función porque no hay función masculina, pero quizás le gustaría cuidar y quizás les gustaría pasar más tiempo con sus hijos, sobre todo los varones más jóvenes, pero tienen una licencia de paternidad de dos días frente a una licencia de tres meses de una mujer. Hay que igualar las condiciones para que la oportunidad del cuidado y la crianza compartida realmente sea para ambos. El Estado tiene que intervenir con formas igualitarias, cuidando la igualdad de salario, la igualdad en el estudio, la igualdad en todos los órdenes. Pero esa obligación requiere decisión política y recursos, y sabemos que esos recursos se aplican a otras cosas que se consideran más centrales o urgentes. Se ha hecho una ley de políticas de cuidado, pero el Ejecutivo ni siquiera la mandó al Congreso, la presentó en un acto público, pero no la mandaron. Voluntad política y recursos económicos es lo que hace falta para tomar una situación de prevención en serio.
—¿Qué opina sobre la situación del jugador de Boca, Sebastián Villa, sobre quien siguen apareciendo denuncias en su contra pero continúa jugando?
—Eso tiene que ver con dos cosas, primero con el lugar que ocupa el fútbol en el ideario masculino, que son quienes tienen el poder, y segundo tiene que ver con que Villa juega bien. Si Villa jugara mal no habría dudas de lo que debería hacer el club de fútbol que tiene a un hombre en su equipo con semejante tipo de acusaciones. Y quiero aclarar que esto no tiene que ver con el argumento del principio de inocencia, que es un principio valiosísimo logrado por la democracia, porque ese es un aspecto importante en la justicia. Pero en la vida social una persona que ha cometido hechos de agresión tan relevantes formando parte de un club, que además tiene un área de género, tiene que ser abarcado de otra forma. Pero es el club mayoritario, el club popular, el club que tiene determinadas figuras políticas en su directorio. Nosotras, desde el movimiento de mujeres tenemos otros parámetros, exigimos que una figura que públicamente está acusada de delitos tan graves, por lo menos, mientras se demuestra qué es lo que pasó, en honor a esas víctimas, sea mantenido fuera del equipo.
—¿Usted quiere decir que si no fuera un gran futbolista, la situación de Villa sería más complicada?
—Seguramente. Si Villa fuera un jugador mediocre o si jugara en un club chico, no lo habrían cuidado tanto. Pero eso no pasa solamente en el fútbol, pasa también en la Justicia donde hay personal que ha sido acusado de muchos hechos que tienen que ver con acoso sexual, y hasta que se logra que esa persona finalmente tenga un Jury se la aparte del cargo.
—¿Y por qué cree que sucede esto?
—Porque las acusaciones llevan mucho tiempo. Tiene que ver también con la demostración de culpabilidad de una agresión sexual. Si hubiera lesiones físicas se acepta que eso es objetivo, pero la prueba testimonial de una mujer casi no tiene valor, se la considera una mentira construida para llamar la atención o se le cuestiona. “Bueno, pero usted había salido con él, había tomado una copa con él, había subido al auto de él”, y cada una de estas preguntas implica “usted levantó la barrera del recato y se puso a disposición sexual”. Acá hay una cuestión en la violación que es central y tiene que ver con el consentimiento. Los varones son educados en un sistema en el cual leen como signos de consentimiento cosas que a lo mejor no lo son. La idea de que la sexualidad de un varón es incontrolable y que entonces, una vez que se “levantó la barrera” por cualquier signo externo ya no puede parar, también es un poco degradante con respecto al género masculino.
—¿Qué opina sobre la situación de Darthés, en contraposición a la figura de Thelma Fardín, que recibió mucho apoyo del colectivo feminista?
—Creo que Darthés ha estado muy protegido, se ha ido del país, incluso ha sido representado por un abogado. Yo quiero insistir con esto, la prueba testimonial de la mujer por lo general es puesta en duda frente al testimonio del hombre. Entonces se empieza a alegar que es una menor de edad que lo estaba seduciendo o que le había mandado mensajes de enamoramiento. Estamos hablando de una diferencia de más de veinte años, eso quiere decir que la evaluación de una situación de una adolescente frente a una persona adulta, que además es un actor consagrado, tiene aspectos de poder que no podemos ignorar, no es solamente un testimonio con respecto a otro. No me parece de ninguna manera que los varones estén desprotegidos, pero sí me parece que deben ser escuchados y deben dar las explicaciones apropiadas.
—¿Qué opina de los escraches?
—Como feminista no estoy a favor de los escraches. Considero que no es una buena vía de denuncia. Recordemos que los escraches fueron creados en la dictadura cuando no había vías legales para juzgar, por ejemplo, los casos de lesa humanidad porque habían sido cerrados los juicios. Era una acusación más de tipo social, de algo que no podía ser legalmente juzgado, pero ahora tenemos una justicia que permite perfectamente hacer esas denuncias. El tema está en cuál es la vía que lleva la justicia cuando alguien hace una denuncia de esta índole. Hay que analizar qué pasa con las fiscalías que reciben estas denuncias, qué sucede luego cuando llegan al juzgado con la producción de prueba y el modo que se expone a las mujeres. Por lo general, siempre se sabe todo sobre la mujer abusada pero no sobre el violador. Es la mujer quien va a ser investigada, expuesta y exhibida, pero los violadores no. Es una situación tan difícil de atravesar que solamente hay un 10% de denuncias de violencia sexual con respecto a los hechos que existen.
—¿Por qué este porcentaje de denuncias es tan bajo?
—Tiene que ver con dos cuestiones, por un lado, con la revictimización, que es la vivencia de cada víctima y también está la otra cuestión, ¿cuál es la reparación que la justicia le puede dar a una víctima de violación? Puede ser una reparación económica o una reparación penal dándole cárcel al violador, pero incluso es muy probable que ni la reparación económica que da la justicia civil; ni la cárcel al violador sean una reparación personal subjetiva con respecto a lo que eso ha significado en la vida de esa mujer. Por eso insisto en que hay muchas cosas en las cuales trabajar en la justicia para que las reparaciones sean realmente algo que esté de acuerdo con lo que las víctimas esperan que ocurra. Muchas veces es el reconocimiento de quien produjo el daño y las disculpas por haberlo hecho. Cuando se hicieron los juicios de dos cantantes de rock que habían sido violadores de chicas adolescentes y eso se comprobó, los abusadores fueron a la cárcel sin admitir nunca su responsabilidad. Es decir, que ellos creyeron verdaderamente que tenían derecho sobre ellas o que habilitaron cualquier acción por haber entrado a su camarín y haber tomado alcohol. Hay que ser claros con esto, una mujer puede haber ido a la casa, haber tomado alcohol, incluso puede haber aceptado tener relaciones sexuales con un hombre y en algún momento decir “No, hasta acá llegué” y ahí es cuando decimos que “No es No”. Si el varón dice “Bueno, ahora ya estás acá” y no acepta el No, eso es violencia sexual. Sea quien fuere ese hombre, incluso, si es el marido. Entonces, aceptar la autonomía de la voluntad de las mujeres en un sistema patriarcal que considera que están subordinadas y son propiedad de los varones es muy difícil.
—Se cumplió un año de la ley del Cupo laboral trans, ¿considera que hay voluntad política del Estado para cumplirla?
—Creo que hay voluntad, creo que se han incorporado muchas personas trans al Estado. Trabajo en la Justicia de la Ciudad y se han incorporado muchos, pero una cosa que tiene que ocurrir es que esas personas trans se incorporen en lugares que estén en el marco de sus capacidades. No que pensemos que porque le estamos dando un cupo trans, lo ponemos en el nivel más bajo de toda la escala laboral porque total son el cupo trans. Tienen que estar en el lugar donde como cualquier otra persona puedan desarrollar sus habilidades y progresar. El reducir una persona exclusivamente a una etiqueta es un modo de construir un estereotipo. Lo que vamos a hacer ahora es evaluar cómo están en su trabajo esas personas trans y evaluar también en los equipos de trabajo qué ha producido el hecho de que ingrese una persona trans, porque hay que darles condiciones de trato digno. En las empresas privadas también están haciendo un avance importante en su incorporación.
—¿Qué opina sobre la prohibición del lenguaje inclusivo que ordenó el Gobierno de la Ciudad?
—Esa resolución es un error y espero que se revierta. Yo colaboré con el Ministerio de Educación coordinando los equipos que hicieron los manuales del lenguaje inclusivo, entonces había voluntad de hacer operativa la inclusión del lenguaje inclusivo en el aula. Lo que me pidieron fueron manuales para que docentes de educación inicial, primaria y secundaria pudieran saber qué ejercicios hacer, cómo hacer este tratamiento. Si miran los manuales, lo que van a ver es una voluntad de explicar muchas maneras de usar el lenguaje de modo inclusivo, no necesariamente con la “x”, arroba y la “e”, porque hay muchas formas de inclusividad en el lenguaje. Pero esos manuales tenían una introducción que el Ministerio de Educación, sin explicación alguna, eliminó. Es la parte donde se explicaba qué era el lenguaje inclusivo, cuáles eran las objeciones de la Real Academia Española, por qué esas objeciones no debían ser tomadas en cuenta de manera restrictiva y se hablaba de la dificultad para responder a las identidades no binarias con un lenguaje binario. Desde la década del 70 hay manuales de lenguaje inclusivo, no estamos ante una cosa tan novedosa que a nadie se le ocurrió nunca sobre que el universal masculino no abarcaba a la humanidad. A las feministas se les ocurrió hace mucho tiempo en distintas lenguas y con distintos recursos se hicieron este tipo de intervenciones. Entonces, pensar que tenemos que seguir una regla de la Real Academia Española es anacrónico, porque las reglas del lenguaje son generalizaciones de uso, no son prescripciones, no son obligaciones y no te dicen cómo tenés que hablar; te dicen cuál es la generalización del uso de los hablantes que son quienes cambian la lengua. Ahí hay un error en la resolución, y lo comunicaron de la peor manera posible, un jefe de gabinete que dijo, “a partir de hoy está prohibido usar la “e”, la “x” y la arroba”. No dijo “a partir de hoy vamos a promover formas de lenguaje inclusivas, pero más adaptadas a las formas tradicionales”, directamente habló de prohibición. Entonces, ¿a quién se quiere parecer ese jefe de gabinete?, ¿a quién se quiere parecer con ese discurso tan restrictivo y tan autoritario?, porque una prohibición es un rasgo autoritario. La resolución es errónea y espero que realmente se revierta porque los manuales son muy buenos.
—Agradecemos su participación en el Ciclo de Entrevistas de Perfil Educación y le damos la oportunidad de cerrar el reportaje con un comentario final que quiera realizar
—Me encanta que hayan elegido temas que tienen que ver con feminismo en una formación periodística. El periodismo que tiene perspectiva de género es un periodismo que todavía tiene que desarrollarse. Cuando hablamos de feminismo no hablamos de varones y mujeres, no es una cuestión hormonal. Es una cuestión política, de convicción de derechos humanos y es un compromiso de acción con la igualdad, no solamente de género, sino de muchos otros factores de desigualdad y de opresión que están en la sociedad.
Por Magdalena Igenes, Ayelén Lázzaro y Agustina Bordigoni
Estudiantes de Periodismo de Perfil Educación
Posgrado en Periodismo de Investigación Perfil-USAL