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Archivos, patrimonio

Ochenta y nueve fotografías inéditas provenientes del archivo de negativos (o lo que queda de él) de la antigua División Fotografía de la Subsecretaría de Información Pública.

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Archivos, patrimonio. | marta toledo

Es un plano abierto, el retrato fragmentado de un episodio de felicidad espontánea. En primera línea posan los obreros ferroviarios junto al secretario general de la CGT, José Espejo, estirado hasta allí para celebrar un nuevo récord de producción industrial, aquel mayo de 1951. Detrás, la colosal locomotora de una formación dilatada, estampado en el frente el rostro de Evita y la leyenda “Alma de su pueblo y creador de la Obra de Ayuda Social”; al fondo del encuadre se graba un crudo desenfoque, escenas de la cotidinidad en loop en la localidad de Boulogne. Es una imagen plástica, fabricada con el óxido de la proyección, compuesta para perdurar, para recordarse. Un cartón que mostrar. Memoria seleccionada, esquiva el desencuentro para imprimir allí donde el clic ejecuta y recita el versículo semántico, un momento kodak especial. La presente edición de Fotografía y propaganda política. Archivo de la Subsecretaría de Información Pública, 1951 (Fundación Ceppa Ediciones), que se distribuye por estos días, constituye un documento único, por formato y calidad (mención aparte para los epígrafes, que confeccionan un texto indispensable, no sólo porque ubican las fotografías en tiempo y espacio sino, sobre todo, porque enseñan a ver), y recopila ochenta y nueve fotografías inéditas provenientes del archivo de negativos (o lo que queda de él) de la antigua División Fotografía de la Subsecretaría de Información Pública de la Presidencia de la Nación, dirigida por Raúl Apold durante los primeros gobiernos de Juan Domingo Perón. Nutrido con más de veinte fotógrafos, el organismo no sólo cubría actos gubernamentales, sino también actividades sociales, sindicales, deportivas, y así, de manera que germinó un volumen gigantesco de imágenes. El autor del libro es Luis Priamo, uno de los mayores investigadores de fotografía antigua del que nuestro país tenga memoria. Un infatigable rastreador que –en solitario y sin apoyo estatal– ha recuperado un patrimonio que de otra manera se habría desvanecido.

Fue Roland Barthes quien pensó a la fotografía como un haiku (poema japonés corto, de 17 sílabas). Es en la experiencia misma del contacto con la imagen, que es instantánea, donde se trenza la exhalación abrupta que irrumpe en el contacto con el poema breve, que también es instantáneo. ¿Qué encierra una fotografía? ¿Qué nos dice? ¿Cómo ver las cosas con los ojos de los que ya no ven? La fotografía no registra el interior de una persona, eso está claro; no detalla, no profundiza sentimientos. Es una composición, y como tal nos introduce sobre la situación, casi como un susurro, sobre el lugar, pero no descubre el lenguaje interior de una persona. Esa instantaneidad supone una vigorosa traza del espectador. Manotea y activa zonas alertas del lector para estimular la emoción estética. En el cogollo del dispositivo fotográfico anidan dos temporalidades: la del objetivo de la cámara que registró el instante del disparo y lo que ven nuestros ojos frente a las imágenes.

Todos morimos dos veces. Cuando lo sentencian las células y cuando se destruye nuestro retrato. Si esa imagen parlante que es la fotografía de nuestro cuerpo (el archivo originario) se extingue, se desvanecerá para siempre también la información que contiene, la corpulencia poética que suspira, abandonando nuestra historia a la errancia salvaje de la ilusión legendaria. En griego, la palabra a-letheia significa no-olvido: el retrato se niega a apagar la mecha. La fotografía llegó a la Argentina en 1843 gracias a un estadounidense llamado John Eliott. Desde esa fecha hasta nuestros días, miles de aparatos fotográficos han retratado el devenir histórico del país. Luis Priamo, junto a Julio Riobó, Abel Alexander, Mario Tesler, Vicente Gesualdo, Juan Gómez y Miguel Angel Cuarterolo, entre otros, son centuriones de una arqueología que horada en los cimientos mismos del relato, para que el encuentro con el pasado sea parte fecunda de nuestra historia.

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