Es el final de una era, le digo a mi hija. Hoy almorzamos por su cumpleaños, que fue el miércoles pasado, y a partir de diciembre todo cambiará para ella (bah, para todos). Es tu último cumpleaños antes del cambio que se avecina (un cambio anunciado, preparado, deseado, pero no por eso menos dramático).
¿Te parece que será el fin de una era?, me pregunta. ¿O será más de lo mismo?
Le digo que no, que no va a ser más de lo mismo, porque aunque a ella le parezca que se trata de cambios formales, las más imperceptibles modificaciones suelen tener consecuencias imprevistas.
Ella asiente, entre contenta y fatigada por los nervios de las últimas semanas y las decisiones tomadas contrarreloj. Me pregunta si yo estoy contento con el cambio que se nos viene encima y le digo que sí, que hay que experimentar, que no está bien eternizarse en un mismo estado. Nada es para siempre. Y hay momentos en los cuales nos asomamos al abismo infinito de lo que se mueve sin cesar. Ni siquiera el eterno retorno garantiza la vuelta de lo mismo, porque todo lo que sucede sucede en el tiempo.
¿Cómo no esperar que todo cambie en diciembre? Hemos apostado desde hace mucho a ese día glorioso y que esperamos perfecto. Hemos comprado sombreros y muchas otras cosas que no vale la pena revelar por el momento.
¿Y yo qué voy a decir, llegado ese día de diciembre?, me pregunta. No lo sé todavía. He empezado a borronear algunas palabras pero (le digo, con picardía) todavía no me han contado cómo va a ser la liturgia. Se ríe. Me dice que ella va a estrenar zapatos y un vestido precioso que se trajo de Miami, en su último viaje de trabajo.
Nos abrazamos y nos sacamos una autofoto, para recordar este momento, este último cumpleaños antes de la nueva era.
Mañana se decide algo importante para Argentina, además, y por eso no podemos quedarnos todos a dormir en la quinta. Hay que volver a Buenos Aires, para instalarse desde el mediodía frente al televisor: ¿ganará o perderá Argentina?
Habitualmente, me da lo mismo, porque apuesto a los procesos a largo plazo y no a los resultados inmediatos. Pero esta vez sé que me voy a pegar al televisor para ver si se decide todo o todavía tendremos que sufrir otro fin de semana. Mañana se juega la semifinal del mundial de rugby y a lo mejor Los Pumas pasan a la final.
En diciembre se casa mi hija y este año fue su último cumpleaños como soltera. Nos queda poco.