Afirmó alguna vez Mauricio Macri: “Fue Perón quien dijo que gobernar es crear trabajo. Hoy tenemos el deber de darle un trabajo digno a cada argentino”. Y agregó: “El peronismo no es narcotráfico, no es prepotencia y soberbia. El peronismo es la búsqueda de la igualdad de oportunidades, la búsqueda de la justicia social. A eso quiero invitar a los peronistas”. El “alguna vez” tiene fecha, lugar y circunstancia: ocurrió el 8 de octubre de 2015, durante el acto de inauguración del monumento al general Juan Domingo Perón en la plaza ubicada frente a la Aduana. Además del hoy presidente, compartieron el escenario –entre otros– Hugo Moyano, Eduardo Duhalde, María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta. Moyano, que habló, dijo: “Me sentí emocionado al ver la figura de Perón. Después se llenan la boca en contra del PRO y nunca hicieron esto. Concurrimos acá porque Perón está por encima de todos y nos pareció importante lo que está haciendo Macri”. (sic).
Cuenta la leyenda que, cuando aún compartían una amistad luego perdida, Mario Vargas Llosa le dijo a Gabriel García Márquez: “¡Ay, Gabo! qué difícil escribir ficción en Latinoamérica con su increíble realidad”. Sea verdad o mito, la frase refleja a la perfección la sinuosidad increíble de la política en la Argentina.
Ahora, el presente. Más allá del multitudinario acto de ayer, en el Gobierno todo tiene aire de despedida. Es una despedida larga y dolorosa, a la que Mauricio Macri ha intentado dotar de una cierta épica. Eso es lo que han sido esta serie de actos que encabezó en distintas ciudades del interior y que culminó en el Obelisco. A lo largo de esa especie de caravana, el Presidente desplegó un discurso pobre, lleno de clichés y, en algunos casos, desopilante, como cuando confundió en su saludo al Chaco con Corrientes. Al fin y al cabo, es difícil prometerles un futuro mejor a los miles y miles de ciudadanos y ciudadanas que se han quedado sin presente. Luego del 5,9% que en septiembre dio el índice de inflación comunicado por el Indec, escucharlo a Macri diciendo: “No se puede vivir con este nivel de inflación que nos mata a todos”, es paradójico. Parece un comentarista de la realidad que, además, se pasa echándole la culpa de las desgracias de su gobierno al que le precedió. Es lo mismo que hacía CFK cuando dedicaba su incontenible verborrea por cadena nacional para atribuir a otros –Clarín, Obama y el mundo entero– las causas de sus errores de gestión.
En los actos, el Presidente les habla a sus votantes. Y el problema es que con sus votantes no le alcanza para ganar. Le ha sucedido algo similar a lo que le ocurrió a Sergio Massa. Luego de su resonante victoria en 2013, el error que cometió el ex intendente de Tigre fue no darse cuenta de que muchos de los que pusieron su boleta en la urna eran partidarios de Macri que buscaban derrotar a CFK.
La historia –que como signo del fracaso de la Argentina siempre se repite– lo ha hecho ahora de una manera inversa. Llevado por la omnipotencia del poder y de sus entornos, el Presidente no advirtió que muchos de los votantes que hicieron posible que ocupara el sillón de Rivadavia, eran de Massa. Tampoco pensó que el peronismo se reunificaría. Es lo que durante un reportaje reconoció María Eugenia Vidal, quien, a su discurso de IDEA, le imprimió un tono de despedida. La gobernadora no tiene ninguna chance de dar vuelta esa elección que en Buenos Aires se define por un voto de diferencia. A partir del 10 de diciembre próximo tendrá un sucesor: Axel Kicillof.
El principal problema que enfrentó Macri en ese debate no fue el dedo del candidato del Frente de Todos ni su estilo agresivo, sino la realidad.
Las palabras de Vidal pivotearon entre la evaluación de su gestión y el esbozo de su futuro. De su gestión, se encargó de diferenciarla de la de Macri. Lo hizo con sutileza, pero con claridad. “A un gobernador se lo debería juzgar por lo que hace en materia de educación, seguridad, obras públicas y salud”, dijo con voz serena. Los que la escuchaban entendieron el metamensaje: la responsabilidad de la economía, por la que terminará perdiendo la elección, es del Presidente. De su futuro lo único cierto es la incertidumbre.
No le va a ser fácil. Necesitará apoyos territoriales importantes. Por eso, es clave lo que suceda con las elecciones municipales y la cantidad de intendencias que queden en manos de Juntos por el Cambio. Dependerá también de lo que decida hacer Macri que, por lo que se sabe, ni sueña con abandonar la política.
En el Frente de Todos, todo es ganancia. El índice de inflación del 5,9% que se conoció el miércoles cayó como anillo al dedo frente al debate de esta noche. Alberto Fernández tendrá en ese dato una ayuda para enfrentar los embates que, en su contraofensiva, intentará Macri. En el del domingo pasado en la Universidad de Santa Fe, se lo vio enojado, tenso y, en los primeros cuarenta minutos, desenfocado. El principal problema que enfrentó en ese debate no fue el dedo del candidato del Frente de Todos ni su estilo agresivo, sino la realidad.
Y, a propósito de ese debate, dos apuntes más: hubo dos contradicciones por parte de Alberto Fernández: la primera, su modo agresivo que no se compatibiliza con el espíritu de diálogo que pregona en campaña; la segunda, la falta de mención a los males del kirchnerismo que él mismo critica.
El segundo apunte tiene que ver con CFK. En la presentación de su libro Sinceramente en El Calafate, dijo que no vio todo el debate porque había tenido gente en su casa. Nada que sorprenda: para la ex presidenta nada de lo que sucede por fuera de ella es relevante. Se ve que ni siquiera le interesaba lo que decía su compañero de fórmula. El narcisismo está en la esencia de su patológica personalidad.
Mientras, Fernández continúa con su agenda de presidente virtualmente electo. Por eso, en su oficina de la calle México, su entorno habla y discute sobre gestión. Una gestión que, con una cuota de poder enorme, no tendrá período de gracia. La realidad apremia. Y de eso está hablando, entre otros, con Guillermo Nielsen, quien, por estos días, se encuentra en Washington. Al margen de atender asuntos particulares, Nielsen quien, por lo poco que se sabe hasta ahora no sería ministro de Economía del nuevo gobierno, activó sus contactos en el FMI. Y allí comprobó, con preocupación y sin sorpresa, que, en el centro de la escena, está la Argentina y su inevitable sino: el conflicto.
Producción periodística: Lucía Di Carlo.