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Apuntes en viaje

Caá Catí

La casita azul está ahí, magnética como la garza real que vamos a ver un rato más tarde posada en la laguna, en el medio de la oscuridad, del cielo que se viene abajo de nuevo cargado de lluvia.

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Caá Catí. | Marta Toledo

En un video que encuentro en YouTube, debe ser de fines de los sesenta, Ramona Galarza con un vestido amarillo largo (maxifalda, se decía, o la maxi), el cabello corto, pestañas postizas y las cejas depiladas muy finitas, canta el chamamé Viejo Caá Catí. La novia del Paraná canta, hermosa su voz y toda ella, con el fondo del pueblo, lo que ahora es el casco viejo, las calles de arena, la laguna florecida, las mujeres que montan a caballo con sus niños, como ahora es común ver a las madres con sus hijos en las motitos en cualquier pueblo de provincia. Mientras vamos en el auto de Juan desde el balneario donde estamos parando al comedor a almorzar, y nos perdemos, busco por la ventanilla el paisaje del video. Cuesta encontrarlo entre las casas nuevas, en las calles asfaltadas del centro; pero reaparece en la periferia, en los cercos de las casas cubiertos de enredaderas, en los árboles añosos que crecen donde vendría a ser la vereda, en algunas casas de ladrillos asentados en barro.

Es linda Caá Catí todavía humedecida por la lluvia que cayó toda la noche, a baldazo limpio. La lluvia que empezó cuando estábamos en lo de los Galarza comiendo asado. Éramos como treinta o cuarenta en el patio de la familia, la parrilla ardiente comandada por un grupito de hombres. Seguimos dando vueltas buscando el comedor y Vicky dice que uno de los parrilleros fue manager de Luis Miguel. Le dicen El Mexicano, cuenta. Hablaron de la serie, por supuesto, El Mexicano no está contento con el retrato que hicieron de él, aunque después parece que no es exactamente él, si no que los guionistas reunieron en su figura a varios representantes de Lusimi. Cuando ella empieza con el cuento me acuerdo que en el viaje anterior, hará siete, ocho años, me contaron esa historia. En el almuerzo, por fin dimos con el lugar, nos confirman que sí, que es verdad, que en la casa El Mexicano tiene mucha memorabilia que le regaló El Sol de México. ¿Cómo llegó a Caá Catí? Porque la esposa era de aquí.

Algo también bastante curioso es una casa que está cerca de la Biblioteca Juan Manuel Rivera, donde es la feria del libro que este año cumple su décimo aniversario. Enfrente está el barcito, allí estamos sentados tomando una cerveza. La casa parece de cuentos, blanca, con techos y postigos azules y una especie de torrecita. Dice Juan que le dijeron que la familia ganó un concurso que hacía hace más de cuarenta años una marca de galletitas: la persona se ganaba una casa y podía elegir el modelo que se le ocurriera. ¿Qué fábrica? No sabe o no se acuerda si le dijeron. Todas las anécdotas así: no se sabe bien, no hay certeza y la verdad es que tampoco importa. La casita azul está ahí, magnética como la garza real que vamos a ver un rato más tarde posada en la laguna, en el medio de la oscuridad, del cielo que se viene abajo de nuevo cargado de lluvia. Es Santa Rosa y no perdona.

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Lo que más me gusta de esta feria es que siempre está llena de gente, gente del pueblo y de la zona que viene especialmente. Se sientan y escuchan mientras corre el mate y el chipá cuerito que hacen en la cocina y reparten las chicas, las bandejas rebosantes de la masa finita y dorada. Nunca he comido mejores.

Esa noche nos despedimos al borde la laguna de Blanca y Rodrigo que en pocos días regresan a Madrid. La lluvia que se detuvo el tiempo suficiente para que podamos charlar un rato más con los amigos y tomar el vino del estribo, empezará nuevamente cuando entremos a la casa. Entramos al sueño llovidas.