Hubo un día en que me rendí. Fue después de tres meses de ocuparme de mi padre a tiempo completo. Le cocinaba, lo bañaba, me ocupaba de limpiarle la casa. Mi papá era muy grande –92 años– y no podía estar solo. Afuera estaba la pandemia con su cículo rojo y todo costaba demasiado.
Como no tenía Covid, nadie lo quería internar y se me estaba yendo de las manos porque su deterioro cognitivo era de un aceleramiento que hubiera hecho las delicias de Nick Land. Recuerdo que una noche llegué tarde, muy cansado, a mi casa. Y decidí rendirme. Así que con una camisa blanca y un palo que tenía en mi casa fabriqué una bandera blanca y salí a la noche de mi balcón y la colgué. Justo mi vecina del balcón lindante estaba regando las plantas. Me preguntó si la estaba poniendo en protesta por lo de Vicentín. Le dije que no, que me estaba rindiendo. Me miró y se metió en su casa y bajó la persiana. Esa noche dormí perfecto. Está buenísimo rendirse. Que no es lo mismo que someterse.
Al otro día me levanté como nuevo y seguí ocupándome de mi padre aún con más potencia. Si no me hubiese rendido, no lo habría logrado. La bandera quedó en el balcón algunos días más y algunos amigos que pasaban por la calle me preguntaban por ella. Yo les contaba esto que estoy escribiendo ahora. Me acordé de un poema de Germán Carrasco que se llama “Porque tanto depende”, donde con una habilidad notable narra el trayecto de una camisa leñadora desde su lugar de origen donde la fabricaron hasta las idas y vueltas que tuvo esa prenda mientras era vestida por alguien: “Esa leñadora tan Cobain tan Carver/ tan americana aunque hecha en oriente/ por un hermoso Mao Tse Tung menor de edad”, empieza diciendo. Y después, el poema se vuelve inestable mientras cuenta cómo desde ese lugar llegó al midwest americano, donde, supone el poeta, alguien la compró en una feria de las que abundan por ahí. “y luego de vuelta a Sudamérica, la camisa que luego usó tu hermano menor y luego/ el hijo del portero y así hasta convertirse/ en este paño con el que ustedes sacan lustre/ a los zapatos”. Sobre el final del poema, esa camisa llega a mis manos: “Esa podría ser la trayectoria de un texto/ pero tu insistes en la famosa camisa,/ que si hubo tal cosa que no importa te insisto/ que cuántas veces te tengo que explicar/ lo que importa es el movimiento te digo/ mientras la camisa gotea en el cordel/ como exhausta bandera de rendición”.