COLUMNISTAS
RUMBO A OCTUBRE

Cerca y lejos

El efecto de la crisis gana la calle. Cifras de pobreza y su proyección.

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Sí, se puede, Mauricio Macri. | Pablo Temes

Dónde quedó esa frase que hemos escuchado hasta el hartazgo: “Este es el único camino”?

El Gobierno logró aplacar la espiral crítica que se estaba acelerando cuando el domingo, en medio del clásico Boca-River, dejó trascender el anuncio sobre las restricciones a la compraventa de dólares. El control de cambios calmó a los mercados, estabilizó al dólar y tranquilizó al pequeño ahorrista argentino, que, rutinizando la crisis, corrió a salvar su pequeño patrimonio de los bancos y la imprevisibilidad. La medida pudo haber llegado tarde, después de que se fugasen 13 mil millones de dólares en los primeros veinte días desde las Paso; pero tras el desconcierto inicial de la semana, el precio de la divisa norteamericana encontró un valor con el que el Gobierno se siente cómodo para llegar a octubre.

Después de toda una gestión, esta es una de las primeras medidas que tienden a limitar al capital especulativo. También es una medida que significa un renunciamiento del Presidente a las banderas con las que asumió. El mismo lo reconoció en el encuentro de la AEA (Asociación Empresaria Argentina): “Estas son medidas que no nos gustan, y solo se justifican en la emergencia”. De nuevo, si realmente no había otro camino, ¿por qué tras el resultado de las Paso se hace posible? El reconocimiento de Macri podría sembrar un manto de dudas sobre todas sus afirmaciones, a punto tal que permite cuestionar si realmente vinieron a producir un cambio institucional y un saneamiento necesario de la economía o si, simple y llanamente, asumieron para favorecer con sus medidas a un sector en el que, casualmente, se desempeña de manera privada buena parte del gabinete.

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Con el dólar estabilizado, el escenario de la AEA, en la que participaron los empresarios más importantes del país, y también Jonagro, con actores del campo, fueron las arenas en las que el presidente Macri relanzó su campaña del “sí, se puede”: “Hay que dar pelea, hay que creer, y yo estoy convencido de que podemos”.

Querer y creer. Es interesante esta fórmula expresiva de Macri sobre la creencia y la pelea mediatizadas por el deber, el “hay que”.

“Hay que creer” en lugar de un liso y llano “creer” muestra una diferencia de grado y pone en evidencia la dificultad, justamente, para creer. La creencia y el deber son actitudes anímicas contrapuestas: una tensada por la irracionalidad, la creencia; la otra, por la racionalización y la voluntad. Esta ambivalencia discursiva resume la ciclotimia en la que hemos visto al Presidente a lo largo de los últimos días.

Las dificultades para el creer tienen muchas razones. La más importante, la tensión social. El respiro del dólar tiene su contracara en la cuestión social, que, acampe mediante, cobró visibilización. La instalación de los movimientos en la 9 de Julio llega tras dos voces que ya chitaron; una, la de 34 intendentes bonaerenses que, en una carta dirigida a Vidal, reclamaron la emergencia alimentaria. Poco antes, la Iglesia ya había reclamado la sanción urgente de la emergencia alimentaria. Esta vez, el problema de la pobreza irrumpió en la escena electoral no en la forma de una promesa, como en 2015. La pobreza y el hambre no son un problema de comunicación; cada uno de los acampantes y sus testimonios a la prensa le ponen el cuerpo a un nuevo drama.

Durante los años 90 cambió la estructura social del país. En aquel momento aparecía una nueva categoría, la de la exclusión social. Es decir, menos que pobres, excluidos y desenganchados del cuerpo social. Los nuevos pobres de la crisis de 2001 los opacaron durante un tiempo. Hoy, ambos fenómenos vuelven a cobrar centralidad.

Es la conjunción catastrófica de la miseria espantosa que deja a cientos de miles de menores en la inseguridad alimentaria y la caída abrupta de los sectores medios bajos, empujados a ser nuevos pobres. Son cinco millones de nuevos pobres. Muchos de estos nuevos pobres están formados y tienen trabajo. No son la base de la pirámide social. No son ricos pero se niegan a ser pobres. ¿Qué más pueden hacer? Padecen, en definitiva, la degradación generalizada de la población.

La cuestión social, a su vez, en un clima enrarecido por la crisis de autoridad y de confianza, abre el interrogante sobre el conflicto social y el control de la calle. La crisis docente en Chubut también opera en esa dirección. Es cierto que las elecciones descomprimen y ponen un paño frío en el clima anímico que empujan la frustración y la pobreza.

En camino. Pero octubre está cerca y lejos. Cerca porque, en la vida institucional de un país, cincuenta días son muy poco, y sobre todo porque la perspectiva de un cambio de signo en el poder aplaca el pésimo humor ciudadano; lejos, porque cada día se pasa en el suspense de una bomba que puede explotar.

Mientras tanto, del otro lado del Atlántico el candidato Fernández es tratado como presidente, aun a pesar de sus aclaraciones sobre su carácter de candidato. Sin embargo, estar del otro lado del mundo no le impide poner foco en la delicada situación social de la Argentina. La cuestión social es también el nodo donde se expresa la polarización. Alberto se refirió a la gestión de Cambiemos y fue categórico: “Multiplicaron por dos la inflación. Lo único que produjo Macri son cinco millones de pobres”. La referencia se explica por el incremento descontrolado de este padecimiento social que es la pobreza. Al asumir el actual gobierno esta alcanzaba al 30% de la población, pero muy probablemente Macri culmine su gestión con un 40% de la población bajo la línea de pobreza. Este dato no solo justifica la declaración de la emergencia alimentaria, sino que además echa por tierra aquel objetivo con el que asumió de alcanzar la Pobreza Cero.

Veremos en la semana que entra en qué medida las urgencias de la cuestión social se aplacarán o, por el contrario, intensificarán la tensión. Por el momento, la deuda externa se ve tanto como la deuda interna.

 

*Analista. Directora de Trespuntozero.com.