La cuarentena también impide a los circos seguir errando por los caminos. Es lo que le ha pasado al Nederland, varado en la ciudad portuguesa de Figueira da Foz, a medio camino entre Lisboa y Oporto sobre la costa atlántica. El circo lleva más de un mes allí y la docena de personas que trabajan en él consiguen sobrevivir por la solidaridad de la población y las autoridades locales. Su dueña cuenta que la gente, a diario, les acerca víveres para ellos e, incluso, sus perros y gatos —mascotas, claro está; no son parte de la troupe—, el dueño del terreno donde se levantó la carpa les ha devuelto el alquiler y el ayuntamiento les ha perdonado las tasas municipales. Cuando la propietaria —una holandesa de 59 años que lleva desde los 17 deambulando con el circo— cuenta su trabajo, no se limita a decir que es la directora de la empresa. Además de ese rol, ejerce la gerencia, atiende la boletería, ayuda a servir bebidas en el bar antes del comienzo del espectáculo, presenta los distintos números y, en su núcleo familiar, cumple con el rol de madre y abuela.
Los orígenes del circo, como es sabido, se remontan al imperio romano; pero el espectáculo, tal como lo conocemos hoy, se establece en Inglaterra en los inicios de la revolución industrial, con lo cual podemos decir que es hijo del capitalismo. Hoy, casi tres siglos después, pareciera un reflejo de este tiempo, ya que al leer el testimonio de Eva van den Berg, la propietaria del circo Nederland, describe el paradigma de nuestra circunstancia: habilidad plástica para adaptarse al pluriempleo, capacidad para someterse a la movilidad laboral, dependencia de la solidaridad en situaciones extremas y, como si esto fuera poco, en el caso de esta mujer, asumir los problemas añadidos por el género: atender al entorno familiar.
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Es además curioso que, en este caso, la afectada sea holandesa y esté siendo acogida, ella y los suyos, por una comunidad del sur europeo. A regañadientes y aún sin resolver, el gobierno holandés comienza a ceder ante las declaraciones, casi desesperadas, que dijo ayer en una entrevista el presidente Emmanuel Macron en el Financial Times, en las que exhorta a Europa a reaccionar con una ayuda sin límites para hacer frente a la crisis económica provocada por la pandemia y cuya primera consecuencia será el ascenso imparable de la ultraderecha en Francia, Italia y España. Se pude decir más alto pero no más claro.
Angela Merkel, si bien es fiel a su marco económico también es sensible a un partido con anclaje cristiano y en todo momento se ha mostrado cauta pero abierta a una negociación. No ha sido así con el primer ministro holandés Mark Rutte, un dogmático glacial a cuyo ministro de finanzas, Wopke Hoekstra, el premier portugués Antonio Costa tildó de "repugnante". Así están las cosas.
En 2013 el gobierno que preside Rutte escribió un discurso que leyó el rey de Holanda en el Parlamento y que constituyó el manifiesto de su posición radical: "La gente ya no es la misma y quiere tomar sus propias decisiones; que cada uno asuma sus responsabilidades: cambiaremos el Estado del bienestar a la sociedad participativa". En otras palabras, aquello que dijo en su día Thatcher: no existe la sociedad, solo los individuos. Y como se pregunta el sociólogo Joan Subiráts: "Frente a la hegemonía del competir, ¿cómo organizar el compartir?" (España/Reset, Ariel, 2015).
Cuenta Borges a Reina Roffe (Variaciones Borges, Nº 41, Borges Center-University of Pittsburgh, Pittsburgh, 2016) que una vez llegó un circo a San Antonio de Areco. El domador de leones había despertado la admiración del pueblo pero tenía la desgracia de llamarse Soto y en el pueblo había otro Soto, un cuchillero legendario que no le cayó bien la fama de su homónimo. Una tarde, el domador entra al despacho de bebidas y el lugareño se le acercó preguntándole su gracia. "Soto, para servirlo", dijo el hombre, a lo cual el cuchillero respondió: "Aquí el único Soto soy yo. Elija el arma que yo lo espero afuera". El final, es previsible: al no saber manejar el puñal, el domador perdió la vida. Dice Borges que entre los testigos había un vigilante y este declaró que el forastero había provocado a Soto y todo quedó como si nada hubiera pasado. Detrás de la anécdota de Borges está el mito del doble. Pero, también borgeano, el problema del otro. De esto hablan los diarios hoy aquí, en Europa y también allí, en Argentina. El otro está en todas partes.
MR/FF